jeudi 23 février 2017

¿Y SI JESÚS ESTABA CASADO?



Siempre me han fascinado la figura y las ideas del Profeta de Nazaret y he sentido siempre una profunda admiración por la extraordinaria calidad humana de su personalidad.
Al contrario, siempre he experimentado una especie de repulsión innata a considerarlo Dios o la encarnación de Dios en la tierra, como me imponía creer el dogma católico. Siempre tuve la impresión que esa creencia en lugar de enriquecer la figura de Jesús, la empobrecía terriblemente. Ese dogma me privaba de su total y fascinante humanidad. Me impedía considerarlo como un individuo de mi raza y tratarlo como una persona que, fundamentalmente, era mi semejante y con la que podía desarrollar relaciones normales de amistad y paridad; con la que podía dialogar, compararme, identificarme, a quien yo podía admirar, desear seguirlo, imitarlo, hacerlo mi modelo y mi héroe. Siempre pensé que ningún humano podía tener la idea ni las ganas de adoptar, con plena confianza, a ese “extraterrestre” como compañero de viaje o de compararse con él; sobre todo si ese Dios, venido de lo alto y del más allá, quería parecer ser un hombre.

Siempre tuve la impresión de que ese Jesús-Dios del dogma era un impostor. Ese individuo que aparecía como un hombre, no siéndolo del todo y sobre el que podríamos insinuar que hacía y decía cosas extraordinarias no porque fuera un hombre, sino porque era Dios, no tenía ningún interés ni atractivo para mí. Para mí, la divinidad de Jesús, proclamada por la fe cristiana, arruinaba totalmente la grandeza y el valor de su humanidad y de todo lo que dimanaba de ella. La proclamación de la divinidad de Jesús, por parte y en el sentido de las Iglesias cristianas, me pareció siempre un mito anacrónico , un absurdo metafísico e histórico que debíamos abandonar a cualquier precio, si queríamos restablecer la importancia del rol jugado por Jesús de Nazaret en la historia de la humanidad y restablecer la credibilidad de su mensaje.

Siguiendo esta línea de pensamiento de un Jesús totalmente humano, sólo y maravillosamente humano, inevitablemente llegué a la conclusión que, si Jesús era un hombre perfectamente normal, debía también haber experimentado todos los sentimientos, impulsos, necesidades, tendencias, pasiones, afectos y amores que remueven y agitan la vida de todo hombre normalmente constituido. Y comencé a plantearme algunas preguntas: ¿Jesús habrá sido siempre célibe? ¿Nunca se sintió atraído por las mujeres? ¿Será verdad que nunca amó íntimamente a ninguna mujer? ¿Será verdad que Jesús jamás se casó? ¿Podría ser que, así como la Iglesia convenció a sus adeptos de que Jesús era Dios, también hizo de todo para convencerlos que Jesús había sido siempre célibe?

Todas estas preguntas, permanecieron largo tiempo como pensamientos personales que nunca me atreví a expresar abiertamente. Hasta que un día me atrapó un libro del obispo anglicano John Shelby Spong, Born of a Woman (Nacido de una mujer), que en uno de sus capítulos, trataba justamente la cuestión del casamiento de Jesús, planteándose las mismas preguntas que yo. El planteamiento de Spong me interesó mucho. Y ya que pienso que nunca seré capaz de tratar tan bien y tan exhaustivamente esta cuestión como el autor del libro mencionado anteriormente, decidí traducir y poner a disposición del lector del blog este sabio estudio. Espero que podrá contribuir a devolver más consistencia y atractivo a la figura humana de Jesús de Nazaret.

Aquí va el texto del Dr. Spong:

"Supongamos que Jesús fuese casado…
Jesús nació de una mujer. Era un hombre. En la historia cristiana, se ha deshumanizado tanto a la mujer que era su madre, como al hombre que era su hijo. Una parte de esta deshumanización consistió en presentar a la madre y al hijo como personas asexuadas. El hecho de haber transformado a María en una mujer asexuada, contribuyó mucho a robarle a Jesús su humanidad, considerándolo como un ser por encima y más allá de toda connotación de carácter sexual. Ya hemos dibujado el retrato de María desde esta perspectiva. Antes de analizar las implicaciones de la imagen etérea y asexuada de María sobre los humanos en general y sobre las mujeres en particular, querría examinar la vida de Jesús y concentrar mi investigación en su humanidad, incluyendo su naturaleza sexuada y su experiencia de vida.

“Sin darnos cuenta, y con mucha más frecuencia de lo que pensamos, tenemos la costumbre de definir el sexo negativamente, como algo malo y sucio. A pesar de esta tendencia, espero que podamos tratar este asunto con una mentalidad abierta. Y me parece que la mejor manera de abordar el tema, consiste en formular una cuestión que algunos encontrarán sorprendente, e incluso quizá inapropiada e irrespetuosa.
¿Jesús estaba casado? ¿Hubo una figura femenina relevante (principal, importante, dominante, preeminente) en la vida del Jesús histórico? Comencemos por afirmar lo que parece ser evidente. En el NT nada se dice abiertamente sobre el estado marital de Jesús. Existe, además, una tradición eclesiástica bimilenaria que ha considerado siempre como un axioma la condición célibe de Jesús. Comprensible cuando consideramos que los principales intérpretes de este Jesús de la historia han sido los sacerdotes y que durante la mayor parte de esos dos mil años la Iglesia exigió de ellos que fueran célibes. Lo que es más que una buena razón para querer definir a Jesús como el modelo incuestionable del celibato clerical.

“Sin embargo, hay que reconocer que siempre ha existido una corriente subterránea de pensamiento, que interpretó de manera "romántica" la relación de Jesús con María Magdalena (MM). Esta suposición aparecida en la literatura de la Edad Media, rebrotó de nuevo en la segunda mitad del siglo pasado. Efectivamente, en los años 60, el tema fue llevado a los escenarios de Broadway en dos obras: Jesucristo Superstar y Gogspell. En Superstar, MM le cantaba a Jesús una conmovedora balada romántica que decía: I don’t know how to love him… I don’t know how to take him… I want him so… I love him so..." (Yo no sé cómo amarlo ... No sé cómo tomarlo... Lo quiero tanto... Lo amo tanto...). A finales de los 80, el mismo tema salió a la superficie en un film que suscitó entonces mucho debate: La última tentación de Cristo, en el que las escenas de Jesús con MM fueron el aspecto más controvertido de la película.
Sin tener la intención de ofender las sensibilidades religiosas de quien sea, ni de parecer obsceno, querría plantearme esta cuestión y tratar de responderla de forma seria y erudita, siendo bien consciente de su carácter especulativo. Cuestión que se puede plantear más fácilmente en estos comienzos del siglo XXI de apertura y revolución sexual, donde enfrentamos concepciones, imágenes, tabúes y estereotipos sexuales procedentes de un pasado caduco, que nos han obligado a reflexionar sobre nuevas definiciones de lo que significa ser hombre y ser mujer.

“Hoy las mujeres teólogas y biblistas, formadas en esta nueva conciencia e impregnadas de esta nueva mentalidad, leen los textos sagrados viendo en ellos cosas que los hombres, cegados por las definiciones del pasado, jamás han sido capaces de ver. El texto bíblico fue siempre escrito e interpretado exclusivamente por hombres, hasta esta generación. De suerte que esta nueva visión nos aporta profundizaciones, inteligencia, cuestionamientos y, quizá también, revelaciones, nuevas.
Es verdad que el solo hecho de sugerir una relación entre Jesús y MM provoca inmediatamente una respuesta muy dura en casi todos los cristianos. Hay, en la mayoría de los creyentes, una reacción visceral de rechazo que ni siquiera acepta considerar esta eventualidad. Es fácil comprender la razón de esta reacción extremadamente negativa. La sugerencia de que Jesús y MM hayan podido ser amantes representa, en efecto, una bofetada en el rostro a todos los valores morales propuestos por la Iglesia a lo largo de su historia y atenta contra cierta fe en Jesús, Dios encarnado y hombre sin pecado.
Sin embargo, hay que decir que el rechazo categórico a admitir la posibilidad de que Jesús fuese un hombre casado, se desvanece cada vez más en nuestro mundo moderno, y hoy, esta eventualidad ya no parece tan extraña e inconcebible. Este rechazo de principio, es residuo del negativismo, la aversión y la repulsión que infectan, todavía hoy, la actitud de la Iglesia hacia las mujeres. Presupone el prejuicio eclesiástico de que el matrimonio es un estado malsano e impuro y por tanto inapropiado para un individuo que se define como santo y como Dios hecho hombre. Si la Iglesia sigue convencida que, fundamentalmente, el matrimonio constituye un compromiso con el pecado, podemos suponer que toda consideración que insinúe la hipótesis de que Jesús fuera probablemente un hombre casado, no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir en la visión antifeminista de la Iglesia que me atrevo aquí a desafiar. Mi tarea será pues examinar toda información capaz de conducir a la conclusión de que Jesús era un hombre casado.

“Por tanto, volvamos a examinar los textos bíblicos en esta perspectiva. En la primera carta a los Corintios (9,1ss), San Pablo defiende su estatus de apóstol. ¿No tenemos derecho a que nos acompañe en nuestros viajes alguna mujer hermana, como hacen los demás apóstoles, los hermanos del Señor, y Cefas?". Pablo afirma que los líderes responsables de la predicación apostólica se hacían acompañar por sus esposas, al menos en la iglesia de los primeros tiempos. ¿Era una nueva forma de hacer? Una lectura atenta de los evangelios muestra que esta costumbre estaba ya en vigor viviendo Jesús. Pero esos textos generalmente han sido ignorados por la Iglesia. Sin embargo, los evangelios afirman claramente que Jesús, con su grupo de discípulos, se desplazaba, tanto en Galilea como en Judea, acompañado de un grupo de mujeres. Los textos nos informan incluso que esas mujeres proveían las necesidades materiales de ese grupo de hombres, incluido Jesús, con sus propios bienes. Cuando leemos las informaciones que los evangelios nos proporcionan sobre la presencia de esas mujeres, no podemos dejar de señalar el lugar predominante que los textos dan a una mujer llamada María de Magdala, mejor conocida como María Magdalena.
"Había unas mujeres que miraban de lejos, entre ellas María Magdalena, María madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que lo seguían y lo servían cuando Jesús estaba en Galilea. Con ellas estaban también otras más que habían subido con él a Jerusalén" (Mc 15,40).
"María Magdalena y María, la madre de José, observaban donde lo habían puesto" (Mc 15,47).
"También estaban allí, observándolo todo, algunas mujeres que, desde Galilea, habían seguido a Jesús para servirlo. Entre ellas, estaban María Magdalena, María la madre de Santiago y de José, y la madre de los hijos del Zebedeo" (Mt 27,55-5).
"Mientras tanto, María Magdalena y la otra María, estaban allí, sentadas frente al sepulcro)" (Mt 27,61).
Cuando Lucas cuenta la primera fase del ministerio de Jesús en Galilea, escribe: "Jesús iba recorriendo ciudades y aldeas, predicando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres, a las que había curado de espíritus malos o de enfermedades: María, por sobrenombre Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de un administrador de Herodes llamado Cuza; Susana y varias otras que los atendían con sus propios recursos" (Lc 8,1-3).
"Se mantenían a distancia todos sus conocidos, así como las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea y lo observaban" (Lc 13,49).
"Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea… vieron de cerca el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. Después que volvieron a sus casas, prepararon perfumes y mirra. Y el sábado descansaron, según ordena la Ley". (Lc 23,55-56).

“De alguna forma necesitamos ampliar nuestra imagen mental de la vida de Jesús y de sus discípulos. Los evangelios nos informan que, en sus peregrinaciones, Jesús y sus doce compañeros estaban acompañados por un grupo de mujeres. No quiero insinuar nada malicioso en mis comentarios; sin embargo, debo señalar, si tenemos en cuenta las normas y costumbres que regían la vida de las mujeres en el siglo primero, un grupo de mujeres que seguían a un grupo de hombres, debía estar compuesto o de esposas, o de madres, o de prostitutas. La referencia de Pablo citado anteriormente, parece indicar que los apóstoles, los hermanos del Señor y especialmente Pedro viajaban en compañía de sus esposas. ¿Cuál era la condición o el rol de MM en el seno de ese grupo de mujeres? En este contexto la pregunta no carece de interés, porque es evidente que cada uno de esos pasajes da a MM una posición de prioridad. En esta época el estatus de una mujer estaba estrechamente ligado al rango que su marido ocupaba en la vida social. En los evangelios, MM es siempre citada la primera. Parece pues mostrar que tenía una relación especial con aquel que era el primer centro de interés de los relatos evangélicos: Jesús de Nazaret.

“Si tenemos presente la función que las mujeres tuvieron en el movimiento de Jesús, nos sorprenderá menos el lugar central que los evangelios les reservan en los relatos de la resurrección. Estamos habituados a pensar que la presencia de las mujeres en los relatos de la resurrección no tiene importancia; pero eso es una impresión falsa. En la tradición de la resurrección, MM es de nuevo la figura central.
Los evangelios no siempre están de acuerdo sobre las mujeres que volvieron al sepulcro al alba del primer día de la semana; sin embargo, todos concuerdan en poner en primer lugar el nombre de María de Magdala. (Mc. 16,1; Mt. 28,1; Lc. 24,10; Jn. 20,1).
En el evangelio de Juan hay otros indicios que podemos explorar. Sólo este evangelio nos transmitió el relato de las bodas de Caná, en Galilea (Jn. 2,1-11). Se trata de un relato extraño, en diversos aspectos. Según el texto, Jesús y su madre estaban presentes en la boda. Pero en este momento de la historia contada por Juan, los discípulos presentes son sólo cuatro: los dos discípulos del Bautista, Andrés y Felipe, que han seguido a Jesús, reclutando a su vez a Simón y Natanael. Entonces Jesús, sus cuatro socios y su madre están presentes en esta boda celebrada en Galilea, cerca del pueblo de Nazaret. Cuando hay dos generaciones presentes en una boda, se trata casi siempre de un asunto de familia. Yo nunca he asistido con mi madre a una boda, excepto cuando se ha casado alguien de la familia. Y la única vez que mi madre y mis mejores amigos estuvieron presentes en una boda, fue en la mía.
 Así que Juan nos informa que a esa boda asistieron Jesús, sus discípulos y su madre. Pero ¿de quién era la boda? La narración no lo dice; pero sí que la madre de Jesús estaba muy inquieta viendo cómo las reservas de vino se agotaban vertiginosamente. ¿Por qué eso era una fuente de preocupación para la madre de Jesús? ¿Los invitados a una boda se preocupan de ese tipo de detalles? ¡No! Al contrario, ese detalle haría sobresaltar ciertamente a la madre del novio, a quien corresponde ejercitar un buen papel frente a los invitados. En esa escena el comportamiento de María sería totalmente inapropiado e incomprensible, salvo si tenía que actuar como madre del novio. ¿El relato sería el eco de una tradición relativa a la boda de Jesús y que no pudo ser completamente borrado?

“Del evangelio de Juan podemos extraer otros indicios. Natanael llama a Jesús "Rabbi" (Jn. 1,49). Quizá no sea el título histórico exacto que le daban a Jesús. Sin embargo, debemos señalar que, en la vida judía del siglo primero, una de las condiciones indispensables para tener derecho a ese título y ser considerado un "rabbi", era estar casado.

“Sin embargo, uno de los pasajes más sorprendentes y cautivantes del evangelio de Juan es sin duda aquel en que el evangelista describe el comportamiento de MM en la tumba de Jesús. En este evangelio se dice que MM va sola a la tumba de Jesús; la encuentra vacía, corre entonces a advertir a Pedro y el otro discípulo amado de Jesús, pero en todo el relato, MM parece tener un lugar de honor y un rol más importante que el de los discípulos. En efecto, después que éstos constataron personalmente la verdad de los hechos contados por la mujer, retornan destrozados, sin saber qué hacer ni qué pensar. MM sin embargo sabe y siente que no se ha acabado todo y que todo está por hacer. Entonces vuelve totalmente sola a la tumba para estallar (aplacar, descargar) su dolor y para resolver el enigma de ese cuerpo sustraído a sus caricias y su amor. Mirando, a través de las lágrimas, en la dirección de la tumba vacía, entrevé la silueta de dos individuos que preguntan sobre la causa de su llanto. Ella dice: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto".
Detengámonos en la expresión "mi señor". Este episodio tiene lugar antes de conocer la resurrección. La tumba vacía para MM no significa evidentemente que el Señor resucitó, sino sólo que su cuerpo ha sido robado. Para MM Jesús está muerto. Sin embargo, utiliza la expresión "mi Señor", que era el título típico con el que los cristianos de los orígenes designaban al Resucitado. ¿Eso significaría que MM tomó conciencia de "Jesús es el Señor" antes de su resurrección? ¿O podría, por el contrario, que esta expresión en los labios de MM y en este contexto sólo significara "mi hombre", como dirían las mujeres de hoy; o "mi respetable marido", como dicen las esposas chinas y japonesas; o bien simplemente "mi señor" ("el que domina en mi vida"), que era la manera como las mujeres judías del siglo primero se dirigían a su marido ? Claro que se trata de una interesante especulación basada sobre informaciones que encontramos en el texto, pero que, durante siglos, permanecieron ocultas ante la ceguera de la ideología cristiana.

“El relato de Juan no se detiene aquí. MM se da vuelta y, a través de sus lágrimas, ve otra figura de hombre que avanza hacia ella en la penumbra del atardecer. Cree que es el cuidador del huerto. Quien le dirige la misma pregunta que los dos primeros individuos: "Mujer ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?". Y MM responde: "Señor, si tú te lo has llevado, dime donde lo has puesto y yo me lo llevaré" (Jn. 20,15). Notemos las palabras empleadas. MM está reclamando el derecho a disponer del cuerpo de Jesús. En la sociedad judía de la época, habría sido completamente inapropiado que una mujer reclamara el cuerpo de un hombre, a menos que ese hombre fuera un pariente próximo.  MM es la figura femenina más evidente en la narrativa evangélica. Está descrita como la más afectada por la muerte de Jesús a quien llama "mi señor". Es la única mujer que reclama su cuerpo. Todos estos detalles juntos nos plantean preguntas sobre la naturaleza de sus relaciones con Jesús.
La historia de Juan continúa. En el texto Jesús dice: "¡María!". Ella se da vuelta, lo reconoce y dice: "¡Raboni!" ("¡mi Maestro querido!"). Este título, en esta forma, tiene una connotación de ternura, intimidad y complicidad. Tratemos de imaginar lo que pasa a continuación. Simplemente Jesús dice: "¡No me toques!": mejor traducir por: ¡No me aprietes!. Evidentemente MM se precipitó para abrazar a este hombre. Pero, en la sociedad judía, nunca una mujer toca y abraza a un hombre, a menos que esté casada con él, e incluso en este caso, los gestos de afecto sólo se dan en la intimidad de la casa. Al leer estos textos desde esta nueva perspectiva, adquieren en seguida en nosotros un nuevo sentido y nuevas posibilidades.

“Si nos trasladamos por un momento al evangelio de Lucas, encontramos la anécdota de María y de Marta que viven en un pueblo y que reciben a Jesús en su casa (Lc. 10,38ss). también Juan menciona esas dos hermanas y nos dice que habitaban en el pueblo de Betania y que ellas tenían un hermano que se llamaba Lázaro (Jn. 11,1). Juan identifica esta María con "la que había ungido al Señor con aceite perfumado y le había secado los pies con sus cabellos" (Jn. 11,2). Es interesante señalar que Juan narra este tierno episodio, también en Betania, en el capítulo 12,3, aunque lo cite ya antes en el capítulo 11.
Marcos tiene un relato semejante sobre una mujer de Betania que ungió a Jesús con perfume de "nardo puro y precioso". Aunque no nombra a la mujer. Pero Jesús dice que, con este gesto, ha hecho algo bueno para él (Mc 14,6). Para Marcos y Juan la acción de María parece ser un gesto de ternura y amor totalmente honorable y normal en esas circunstancias. No hay en los textos ningún indicio que pueda autorizar una interpretación diferente. Lucas cuenta una anécdota similar, pero habla de una mujer del pueblo a la que califica de "pecadora" (Lc 7,36-41). En el siglo primero este calificativo servía para designar una prostituta. En el relato, los detractores de Jesús señalan: "Si este hombre fuera un profeta, sabría quien esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora"
Lucas no identifica a esta mujer con María, la hermana de Marta, como lo hace el evangelio de Juan. Pero cuando cuenta la historia de la visita de Jesús en casa de María y Marta, nos da detalles interesantes. Jesús es un invitado, Marta está enteramente copada por las tareas domésticas y la preparación de la comida, mientras que María está sentada a los pies de Jesús, extasiada escuchándolo hablar. Marta se les acerca y le pide a Jesús que le diga a María que vaya a ayudarla. ¿Cuál podría ser la relación entre Jesús, un invitado y María, la hermana de Marta, como para que ésta última de por sentado que Jesús tiene suficiente autoridad sobre María para que ella haga lo que le pida? En la sociedad judía de la época, este tipo de autoridad existía sólo en una relación conyugal. Si, en la realidad, se puede identificar esta María con MM, como creen muchos exegetas, la ternura expresada en el perfume derramado sobre la cabeza de Jesús, la intimidad manifestada por la acción y la danza de los cabellos y los besos a sus pies, habrían sido gestos a Jesús realizados por MM. Y en la mentalidad judía de aquel tiempo, esos gestos sólo son admisibles y posibles si la mujer que los realiza tiene un estatuto social bien determinado: o MM era la esposa de Jesús, o se trataba de una prostituta.
Juan y Marcos que cuentan este episodio, lo tratan con mucho respeto y no ven en él nada de reprensible o inapropiado, sino más bien como un momento de hermosa intimidad dentro de un círculo de amigos. Lucas, al contrario, trata este episodio como si la mujer fuera una prostituta. Al mismo tiempo, Lucas trata a María, la hermana de Marta, de forma muy positiva y no la identifica con la mujer "pública" que era una "pecadora". En realidad, la mujer pública de Lucas no tiene nombre.

“¿Sería posible que encontráramos en el evangelio de Lucas los primeros indicios de una voluntad determinada en alejar a MM de la vida de Jesús, recurriendo a difamarla? ¿Mientras crece en importancia el papel de María, la madre de Jesús, que llega a ser, lenta pero inexorablemente, la figura femenina central de la historia cristiana?
¿Qué significa el nombre de María de Magdala? Según la interpretación más común, a María la llaman así porque era originaria de Magdala. Sin embargo, nunca se ha podido identificar una población que tuviera ese nombre. Un sabio apuntó la hipótesis de que Marcos habría creado el nombre "Magdalena" a partir de la palabra hebra "magdad", que significa "grande". Si esa sugerencia resultara acertada, en su origen, el nombre de María Magdalena significaría "María la grande", o "la gran María". Si esta María es la grande, la principal, y si la madre de Jesús es la María secundaria, ¿no podríamos preguntarnos cual pudo ser la relación de Magdalena con Jesús? ¿No sería el estatus de esposa, el solo y único rol femenino superior en importancia al rol de la madre, en la vida de un hombre?

“Es verdad que los datos indicados aquí no son concluyentes. Acumulan sin embargo argumentos no despreciables en favor del hecho de que Jesús haya podido ser un hombre casado; que María Magdalena haya podido ser su esposa, viendo el lugar relevante que tiene, en cuanto mujer, en los relatos evangélicos; que todos los recuerdos, los hechos, los rasgos sobre esta relación matrimonial han sido sistemáticamente suprimidos en la redacción de los evangelios canónicos por las autoridades eclesiásticas. Sin embargo, no todo ha podido ser borrado. Retazos e indicios esparcidos de esta información primitiva sobre el estado casado de Jesús permanecen en los evangelios, rastreables por aquellos que han tenido la suficiente perspicacia para buscarlos.

“Un último argumento a favor de esta hipótesis podría deducirse de la manera como MM ha sido tratada en la historia del cristianismo. En los evangelios, no hay ninguna prueba de que MM fuese una prostituta. Lucas, que parece ser el evangelista más inclinado a empañar la reputación de MM, dice que era la mujer de la que Jesús había lanzado siete demonios (Lc 8,2); pero esta tradición no está corroborada por ningún otro evangelio. También Lucas nos refiere la historia de una pecadora que perfuma a Jesús en la casa de un fariseo de Betania, pero no la identifica con la mujer que se llama María. Es verdad que Juan nos dice que esa mujer era, de hecho, María; sin embargo, especifica que ese episodio tuvo lugar en la casa de María, en compañía de su hermana Marta y su hermano Lázaro. Cuando Juan cuenta esta historia, no detecta ninguna actitud indecente. Por lo demás, tampoco Lucas encuentra nada de malo en la hermosa amistad de Jesús con las dos hermanas María y Marta.

“A finales del siglo primero,  apareció la necesidad urgente de eliminar a MM, esa mujer de carne y hueso que, con toda la densidad y el encanto humano de su feminidad, estuvo siempre al lado de Jesús, tanto en su vida como en su muerte, para reemplazarla con la figura de una mujer asexuada: la virgen madre. El estudio de la historia nos prueba que ese reemplazo se obtuvo presentando MM como prostituta y ensuciando así su memoria.

“Es legítimo plantearse las siguientes preguntas: ¿Por qué MM ha llegado a ser una amenaza tan grave para la Iglesia? ¿Por qué experimentamos inevitablemente una sensación de malestar, inconformidad e incluso rebeldía sólo al debatir la hipótesis de que Jesús pudiera ser un hombre casado? Me atrevo a señalar que, de manera inconsciente y en mayor medida de lo que podemos imaginar, todos somos víctimas de la hostilidad, la negatividad y los prejuicios inventados hacia las mujeres a lo largo de la historia, que han sido uno de los “regalitos” que la Iglesia cristiana ha hecho al mundo. Esta actitud malévola hacia el sexo femenino es algo tan crónico que todavía hoy seguimos considerando el matrimonio como un estado de vida deficiente e imperfecto, y a la mujer como fuente de tentación, caída y pecado para los hombres que son, todos, fundamentalmente correctos y virtuosos. Sólo porque somos siempre esclavos de esta actitud, reaccionamos con horror y negativismo a la mera idea de que Jesús haya podido ser un hombre casado, incluso si esa posibilidad no ofrece ningún obstáculo a su perfecta humanidad y a su completa divinidad.

“Esas actitudes negativas de cara a las mujeres, se infiltraron en la historia cristiana a comienzos del siglo II. Pienso que la sobre-exaltación de la figura de la “Virgen María” ha sido el vehículo principal por el que todos esos prejuicios negativos y culpabilizantes sobre las mujeres se transportaron al seno del cristianismo. Las mujeres han sido las grandes víctimas de esta tradición “marial”, y todavía hoy las iglesias cristianas tienen tantas dificultades para liberarse de ese antiguo estereotipo. Estoy convencido que ese antiguo cliché acabará un día por ser superado, a medida que se forme una conciencia y un juicio más esclarecido y crítico entre los cristianos. Cuando surja esa nueva conciencia, la figura de la Virgen María se mostrará obviamente como una “composición” ideológica inventada e impuesta por los hombres de Iglesia; entonces será posible debatir más serenamente la idea de que Jesús haya podido ser un hombre casado.

“Como buscaré demostrar en un estudio posterior, la figura de la “virgen” ha sido utilizada como un arma masculina para reprimir a las mujeres, definiéndolas, en nombre de un Dios masculino llamado Padre, como siendo menos humanas que los hombres, causa de tentaciones, fuente de impulsos turbios y de un deseo sexual considerado malo, y por tanto como criaturas culpables y condenables por el solo hecho de ser mujeres. Estoy convencido de que, si queremos que el cristianismo viva con nuevo vigor en el siglo XXI, hay que deshacerse de la imagen femenina negativa que se ha construido sobre la figura de la virgen.  Para ello será necesario desafiar abiertamente y denunciar sin dudar los elementos destructivos del retrato de la Virgen Madre; retrato que ha sido el regalo (¿envenenado?) que los relatos evangélicos de la natividad de Jesús han hecho a la historia del pensamiento cristiano”.

(traducción libre sobre el capítulo 13 del libro de John Shelby Spong, Born of a Woman, 1992)

Nota  de  Bruno Mori 
Jesús de Nazaret era un judío que, al comienzo del siglo primero de nuestra era, fue el iniciador de una importante renovación espiritual en el seno del judaísmo. Ese movimiento espiritual tuvo un gran éxito y, superando los límites de Palestina, se extendió por los países del Mediterráneo hasta convertirse, el año 313, en la religión oficial del Imperio Romano.
Puesto que las fuentes históricas no nos han dejado casi ninguna información fiable ni sobre la persona histórica de Jesús, ni sobre los hechos de su vida real, todo lo que podamos afirmar de él son especulaciones deducidas de los conocimientos generales que tenemos de su medio de vida: religión, cultura, costumbres, conducta, creencias, tradiciones de los judíos de su época. Entonces, si tenemos en cuenta todo eso, las probabilidades de que Jesús fuera un hombre casado sobrepasan en mucho la opinión contraria. Para decirlo de otra forma: en el estado actual de nuestros conocimientos y considerándolo todo, un Jesús casado tiene más posibilidades de ajustarse a la realidad histórica que un Jesús célibe.


Bruno Mori

(Traducción de Ernesto Baquer)


Aucun commentaire:

Enregistrer un commentaire