( 3° Adviento, A)
Aunque
el principal actor de la página evangélica de hoy es Juan Bautista, hay una
novedad. El domingo anterior se venía presentando como el gran precursor, el
gran anunciador de Jesús. Ahora parece perder esa lucidez y determinación en el
cumplimiento de su propia misión, y Mateo lo presenta desconcertado, angustiado,
perdido, dubitativo. Juan Bautista, en la oscuridad de la cárcel, está
traspasado por una duda lacerante. La duda se alimenta con el pensamiento de
que él en la cárcel ayuna, mientras Jesús come con publicanos y pecadores; él
anunció que la pala separará la paja del grano, mientras Jesús anuncia a todos
el perdón y la misericordia.... Todo lo que se ve y se oye sobre el Mesías
parece ir en la dirección opuesta o cuanto él había profetizado. Entonces, la
pregunta angustiante: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”
Su
pregunta y también la nuestra, es el interrogante que ha atravesado los siglos
y que resuena hoy más viva que nunca, ante la desorientación del hombre moderno
y la inversión de todos los valores.
Que levante la
mano quien no ha pensado de esta manera. Como cristiano y como sacerdote me he
preguntado a menudo: “¿No me habré equivocado al seguir a Jesús? ¿No habré
cometido un error al poner en él mi fe, mi confianza, no estaré equivocado al
creer que él es el Hijo de Dios? ¿Será verdad que el viene de Dios? ¿que nos
revela el pensamiento de Dios? ¿Será verdad que sólo él tiene palabras de
verdad, que él es el camino, la verdad y la vida, como está escrito en el
Evangelio? ¿Será verdad que él, su palabra y su enseñanza nos harán conocer la
voluntad de Dios? ¿Será verdad que su mensaje posee el poder de transformar mi
vida y levantar este mundo al punto de hacerlo más seguro, más salvado, más
justo, más bueno, más pacífico? ¿Eres tú, Jesús, la respuesta a estos problemas
o debemos pensar en otra solución?
¿Cuántas
veces la duda llama a la puerta de nuestra fe? Pensando en Navidad, en la
fragilidad con la que Dios se presenta, un niño envuelto en pañales, también
nosotros decimos: “¿Eres tú el Omnipotente que ha de venir o debemos esperar a
otro?” ¿Cómo podemos creer que eres el Salvador de la humanidad, si millones de
seres humanos mueren víctimas de la injusticia, la explotación, la avidez y la
violencia de otros hombres? ¿Cómo podemos creer que tú seas el que ha venido a
instaurar el Reino de Dios en el mundo, cuando en realidad parece que en el
mundo reina más bien el espíritu del mal, el demonio? ¿Cómo podemos creer que
tú hayas venido a traer al mundo la justicia, el amor, la fraternidad y la paz,
cuando a nuestro alrededor sólo vemos injusticia, divisiones, desigualdad,
odio, agresividad, violencia y guerra?
Seamos
sinceros: se necesita una buena dosis de fe y... de inconsciencia para afirmar
que Jesús es el Salvador y el Redentor del mundo; que el mundo está salvado y
que el Reino de Dios, predicado y prometido por Jesús, se está realizando.
¿Dónde está este mundo salvado? ¿Dónde están esos hombres redimidos? Miren a su
alrededor: después de esta larga inyección de dos mil años de cristianismo,
¿tienen la impresión de vivir en un mundo salvado? ¿De que se ha cambiado algo
y que el mundo y la sociedad de hoy son realmente mejores que los de ayer?
En el
Evangelio de hoy, a la pregunta de Juan el Bautista, Jesús responde: “¡Vean...
los mudos hablan, los sordos oyen, los cojos andan...” Miren en torno, dice
Jesús, sí, es verdad... Todavía tanta gente sufre, vive en condiciones
espantosas; es verdad que todavía tanta gente se pierde en el abismo del odio,
la venganza, la intolerancia, el egoísmo, la avidez, la violencia, la guerra...
Pero miren bien a su alrededor y se darán cuenta que hay muchísima gente que es
curada, liberada, transformada para bien, salvada... cuanta gente recupera la
vista, cuanta gente al contactar conmigo ve la realidad con ojos nuevos; cuanta
gente postrada, paralítica, a mi contacto se ha puesto en pie y vuelve a
caminar... cuanta gente gracias a mí, a mi palabra, a mi presencia, sale de la
soledad, de su angustia y comienza a vivir, a comunicarse, a crear relaciones,
a hablar, a sonreír, a reír, a vivir. Cuanta gente recobra la alegría, la
serenidad, la paz. Miren bien a su alrededor y se darán cuenta que, también
hoy, los demonios son expulsados, los ciegos recobran la vista, los paralíticos
se ponen en movimiento, los leprosos y los enfermos son curados... porque hoy y
siempre, las personas que me encuentran, que me acogen en su vida, consiguen
liberarse de los malos espíritus y de los espíritus cautivos en su corazón.
Si
todo esto sucede, si estos milagros tienen lugar, si todavía estas
transformaciones y curaciones se están realizando en la vida de tantos hombres
y mujeres ... eso significa que realmente está presente en medio de ustedes la
Fuerza que salva, que “está llegando entre ustedes el reino de Dios...”
Por
supuesto, todavía hay mucho mal, perversidad, sufrimiento, en el mundo; pero si
miran cuidadosamente a su alrededor, se darán cuenta que hay también mucho
bien, mucha bondad, mucha generosidad, mucho amor. En realidad, se darán cuenta
que el peso del bien es mucho más importante que el peso del mal. Y justamente,
es la presencia de esta inmensa cantidad de bien lo que salva al mundo y
continúa manteniendo en vida a la humanidad.
Ahora,
ante la certeza de que Jesús es el que salva, aunque su acción se esconda en la
fragilidad de una humanidad pecadora, a este domingo podemos llamarlo, no el
domingo de la tristeza, sino el domingo de
la alegría. En la oscuridad de nuestros miedos y nuestras
dudas, brilla un fulgor de esperanza... Y nosotros cristianos podemos realmente
dar gracias, y alegrarnos porque por
Jesús sabemos que el bien será siempre más fuerte que el mal, que el amor será
siempre más abundante que el odio, que Dios estará siempre de nuestro lado,
puesto que somos sus hijos y que nada ni nadie nos podrá alejarnos o
arrancarnos de su amor. “Si Dios está con nosotros... ¿quién será contra nosotros?”
¡Ven Señor Jesús! ¿Marana tha!”
Bruno Mori
(Traducción
de Ernesto Baquer)
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