jeudi 5 janvier 2017

EL PAN VERDADERO - Jn 6, 24-35


“No trabajen por el alimento de un dia…”

 18° dom to B


En el capítulo sesto de Juan, Jesús utiliza la imagen del pan para hacernos comprender que hay dos clases de alimentos que producen dos estilos y dos calidades de vida diferentes: hay alimentos perecederos, con fecha de vencimiento y que, por tanto, después de algún tiempo son un peligro para nuestra salud; y hay alimentos no perecederos, de larga duración. Los primeros - nos dice Jesús - no son fiables. los segundos (pensemos en productos en conserva, productos secos, pastas secas...) no serán tan apetitosos y agradables al gusto como los primeros, pero a menudo aseguran lo cotidiano de nuestra vida. Hay por tanto un alimento que nos tranquiliza y que está siempre disponible en nuestra despensa cuando tenemos dificultades. ¡Podemos contar con él!

            Con esta comparación del alimento Jesús quiere hacernos entender que, en nuestra vida humana y espiritual, hay un alimento seguro y otro que no lo es, y que debemos supervisar muy atentamente como nos alimentamos. A eso hace alusión el Maestro cuando habla de un alimento para una “vida perecedera” que no nos garantiza ninguna solidez ni validez, y un alimento para una “vida eterna”, que nos promete una vida auténtica y duradera. Nos recuerda que los hombres estamos aquí sobre la tierra, no sólo para producir y consumir bienes y así sobrevivir algún tiempo, sino para llegar a una plenitud y una calidad duradera de vida, y que no vivimos para tener cosas, sino para ser alguien.

Si ponemos la oreja, quizá Jesús trate de decirnos a través de este evangelio: “Ustedes no pueden ni deben contentarse con el pan material. Necesitan otro alimento. Tienen que desarrollar otros apetitos, otros gustos, otros deseos, otros intereses. No pueden dejarse recargar y abrumar por cosas que acumulan o poseen. No pueden ser esclavos de la cuenta bancaria y la avidez. No pueden sacrificar la libertad para obedecer falsas solicitudes de una sociedad que busca crearles ilusiones, que los impulsa a consumir impulsiva y frenéticamente, haciéndoles creer que allí encontrarán su felicidad. No permitan a vuestro bote evadirse, encallar, atascarse en la arena, sin valentía para navegar mar adentro. ¡Atrévanse a mirar más allá de vuestro puerto de amarre! ¡Déjense llevar por el viento! ¡Pongan rumbo a otros horizontes, otros puertos, otras orillas! Ustedes no están hechos sólo para consumir, gastar energías, acumular cosas, almacenar calorías y tratar de perderlas a continuación… No están hechos para extraviarse en la droga, ahogarse en cerveza, perder tiempo persiguiendo los últimos artilugios de la técnica, las últimas ocurrencias de la moda; para pasar tres cuartas partes de vuestro tiempo libre enclaustrados delante la TV; para sufrir un lavado de cerebro ejecutado por una publicidad tan pérfida y sutil como necia e idiota; para dejarse embrutecer por films repletos de violencia gratuita; para prostituirse ante programas y espectáculos que son un insulto a vuestra inteligencia, frecuentemente obra de realizadores miopes y sin talento, que piensan que todo el mundo es como ellos y que la mayoría de los espectadores son débiles mentales…”

En el evangelio de hoy, Jesús busca abrirnos los ojos. Apela a la conciencia de nuestra dignidad y a nuestra inteligencia. Nos dice: “Amigos, ustedes no son un cualquiera. ¡No han nacido para un panecillo! No han venido al mundo sólo para llenar el estómago o la cartera. Vuestro destino es más noble que “metro, trabajo, cama”. Ustedes son de la raza de Dios. Están hechos a su imagen. ¡Ustedes son su manifestación en este mundo, tienen sus genes, su Espíritu está en ustedes! Son grandes, tienen un valor inmenso. Por tanto ¡aliméntense con la comida de los dioses! No trabajen sólo por una comida que se echa a perder. Pongan su esfuerzo en encontrar un alimento que se conserva mucho tiempo, que alimenta no sólo el cuerpo, sino también el espíritu. Y lo que alimenta el espíritu viene de las profundidades más secretas de vuestro ser; allí donde está la sede de la presencia de Dios. Lo que alimenta vuestro espíritu es un don de Dios: un don que les da para levantarlos, ennoblecerlos, hacerlos crecer a la dimensión de vuestra inmensa dignidad…”

El evangelio de este domingo se convierte entonces en una invitación a trabajar para procurarnos el pan que alimenta nuestro espíritu: poesía, literatura, música, artes, estudio, lectura, curiosidad intelectual, reflexión meditación, silencio, asombro; atención a la naturaleza, las cosas, los animales, los otros, a la sensibilidad, la gentileza, la dulzura, la ternura, el amor, el perdón, etc.

Para nosotros, los discípulos del Maestro de Nazaret, nuestro alimento es El: el afecto que sentimos hacia su persona, el asombro que su palabra suscita en nuestros corazones y nos hace estremecer interiormente; la fascinación que su personalidad ejerce sobre nuestra existencia; la apertura de nuestro espíritu a su Espíritu, es decir a sus valores, su fe, su percepción de Dios y del hombre… ¡Sí, ese es nuestro pan! ¡De ese pan nos deberíamos alimentar! ¡Ese pan es capaz de sostenernos realmente! Ese pan es su Espíritu en nosotros, su Dios de amor descubierto en las profundidades de nuestro ser, su inmensa libertad, su visión de la realidad… todos los valores que nos vienen de El, que profundizan trazos profundos en nuestro corazón y que orientan las opciones fundamentales de nuestra existencia.

¡Ese es, pues, el otro tipo de pan que debemos poner en nuestra mesa! ¡El verdadero alimento que necesitamos para crecer en humanidad! Sin ese pan, jamás saldremos de nuestra animalidad. Nos quedaremos al nivel del suelo y nunca alcanzaremos las alturas a las que somos llamados como criaturas hechas a imagen de Dios.

De ahí por qué en el evangelio de Juan (cap. 6), Jesús se nos propone como el pan que debemos comer. Los que se alimentan de él (de lo que él es, lo que hace, lo que dice, lo que piensa…) experimentarán lo que es una vida feliz, luminosa y realizada a los ojos de los hombres y a los ojos de Dios. 

Bruno Mori  -

Traducción: Ernesto Baquer  

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