jeudi 5 janvier 2017

LAS BODAS DE CANA - Jn 2,1-12

  dom  to C


"Dios sabe que, en el mundo, no faltan miserias que calmar ni males que curar. ¡Ahí querríamos ver a Dios trabajando! Pero que, en alguna parte, haya un novio a quien se le acaba el vino y que tenga que dejar con algo de sed a los invitados que han bebido lo bastante como para estar casi ebrios, y que Dios venga a arreglar el problema gracias a la intervención de Jesús de Nazaret, es algo que nos parece más grotesco que consolador, dada la desgracia global de los hombres" (E. Drewermann, Commentaire à l’Évangile de Jean, texto manuscrito). ¿Qué puede hacer, en un texto sagrado, esta historia de borrachera colectiva que el evangelista presenta como el primero y más importante de los "signos" realizados por Jesús?

Es evidente que no hay que detenerse en el sentido literal de la historia contada por el evangelista, porque no es el contenido material, más bien ridículo e inverosímil, de este relato lo que interesa, sino el significado que le da a las cosas, los gestos, las personas que figuran en ese milagro de las bodas de Caná y que quiere comunicar a los cristianos de su tiempo, y por tanto a nosotros.
Juan es el único evangelista que habla de esta extraña historia de una boda que pasó a la posteridad tanto por el descuido y la imprevisión de los novios como por la colosal borrachera de los invitados. Juan pone este relato al comienzo de la vida pública de Jesús y señala que es el primer "signo" que realizó. Signo ¿de qué? El propio Juan nos invita a buscar su sentido oculto. Juan, evidentemente, no quiere presentar a Jesús como un hacedor de milagros y prodigios que busca impresionar al público. Sus gestos son "signos", no realizados para asombrar, sino para indicar, anunciar, dirigir a una realidad y una verdad a descubrir porque es importante para nuestra felicidad y nuestra salvación.

La historia la conocemos: dos jóvenes se casan. Jesús y su Madre están entre los invitados. El vino empieza a faltar y Jesús cambia el agua en vino. Juan presenta esta boda como una parábola de la nueva alianza entre Dios y la humanidad. La antigua alianza con el pueblo de Israel está simbolizada por las seis tinajas que servían para las abluciones rituales. Las tinajas de piedra son pesadas, frías, vacías e inútiles. Eso quiere significar que la antigua religión, el modelo religioso judío de la antigua Ley ha llegado a ser estático, vacío, incompleto, difícil y pesado de llevar, incapaz de crear una relación auténtica y liberadora con Dios, y de introducir alegría y felicidad en la vida del creyente. La antigua práctica religiosa es como un matrimonio sin amor, incapaz de satisfacer las aspiraciones profundas del hombre. La historia entre Dios y la humanidad se ha arrastrado hasta aquí fatigosamente; el creyente necesita algo nuevo.

Ahí, Jesús, venido para revelarnos un nuevo rostro de Dios. María, la figura del resto fiel de Israel. Los simpáticos servidores que llenan las tinajas de 600 litros de agua sacada de los pozos, que confían en Jesús y obedecen sus palabras sin dudar actuando según su voluntad, el símbolo del nuevo pueblo de los servidores de la nueva alianza y de las nuevas nupcias entre Dios y el hombre realizadas a través de la presencia de Jesús. Todo se convierte en fiesta: el agua cambiada en vino es el signo mesiánicos del don abundante y delicioso de esta nueva presencia de Dios, del banquete de la nueva era inaugurada por Jesús, del Reino de Dios que comienza, del nuevo mundo que ahora sus discípulos han de construir, impulsados por la fuerza de su espíritu y por el entusiasmo de su fe.

El tono del texto del evangelio de hoy está dado por la presencia y las palabras de María. En el espíritu del evangelista, María es la segunda Eva opuesta a la primera. La primera Eva, tentada por la serpiente, dijo a Adán: "No hagas lo que Dios ha dicho". La nueva Eva, inspirada por el Espíritu de Dios, es la que dice: "Hagan lo que el les diga". La primera Eva está en el origen del miedo, el mal, el sufrimiento y la muerte. La primera Eva representa el mundo que se despliega bajo el signo de la desobediencia, la rebelión, la autosuficiencia y de una existencia vivida lejos de Dios y hasta sin Dios. Representa el mundo sometido a las fuerzas del mal, el odio, la rivalidad, la división, el egoísmo, en una palabra, el mundo dominado por el mal y el pecado. María, la nueva Eva, está en el origen de una nueva realidad, un mundo nuevo en el que nuestra relación con Dios y con los hombres se realiza en la obediencia, la fidelidad, la disponibilidad, la confianza, la fraternidad, el darse, el perdón, el cuidado del otro, en una palabra, en el amor.

En cierto sentido es verdad que los que viven en este mundo nuevo animado por el Espíritu de Jesús, viven como sumergidos en una atmósfera nupcial donde se respira fiesta, alegría, felicidad y amor. En ciertos aspectos, es verdad, este relato de Juan parece decirnos, que la condición del discípulo y de la comunidad de los creyentes puede compararse con una fiesta de bodas. Allí donde Jesús y María están presentes, donde podemos escuchar su palabra, donde somos capaces de hacer lo que nos dice, allí el hombre es salvado; allí el agua de nuestro miedo, nuestra angustia, nuestra fragilidad, nuestras debilidades, faltas, defectos, de nuestro pecado... es transformada en un vino de gracia, confianza, esperanza, seguridad, certeza de ser amados y queridos por Dios, allí donde nuestra pobreza y nuestra incoherencia espiritual y humana son transformadas en plenitud de sentido y en abundancia de vida. Las tinajas vacías de nuestras vidas se llenan realmente de una presencia que nos hace vivir y nuestra insípida agua se convierte en un vino embriagador.

El mensaje que el evangelio de Juan quiere transmitirnos a través del simbolismo de esta boda es en definitiva bastante simple, pero al mismo tiempo exaltante: quiere hacernos comprender que, si Dios está con nosotros, si ha entrado a nuestra casa, si forma parte de nuestra vida, si nos permite vivir en su intimidad y ser objeto de su amor, entonces podemos decir realmente que cada cristiano experimenta con Dios una relación de intimidad, comparable a la que existe entre dos esposos. El evangelio de las bodas de Caná quiere expresar esta dimensión nupcial, conyugal de la vida cristiana cuando se vive en su plenitud y su autenticidad. Dios esposó nuestra condición humana, el esposo ha encontrado a su esposa, el banquete está pronto, la mesa preparada, todos estamos invitados: hay, por consiguiente, alegría y sentimiento de felicidad entre los invitados porque se nos ha revelado que Dios está con nosotros y nos ama.

El evangelio de hoy nos dice finalmente a cada uno de nosotros: si tú participas del banquete del Reino, si Dios está en tí, si su amor da calor a tu vida, si ella está animada por su espíritu, tú vivirás la felicidad de una boda. En consecuencia, tu vida será transformada en algo mucho mejor, tu agua será cambiada en vino.

 Bruno Mori  -
Traducción: Ernesto Baquer 



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