2° dom to C
"Dios
sabe que, en el mundo, no faltan miserias que calmar ni males que curar. ¡Ahí
querríamos ver a Dios trabajando! Pero que, en alguna parte, haya un novio a
quien se le acaba el vino y que tenga que dejar con algo de sed a los invitados
que han bebido lo bastante como para estar casi ebrios, y que Dios venga a
arreglar el problema gracias a la intervención de Jesús de Nazaret, es algo que
nos parece más grotesco que consolador, dada la desgracia global de los
hombres" (E. Drewermann, Commentaire
à l’Évangile de Jean, texto manuscrito).
¿Qué puede hacer, en un texto sagrado, esta historia de borrachera colectiva
que el evangelista presenta como el primero y más importante de los
"signos" realizados por Jesús?
Es
evidente que no hay que detenerse en el sentido literal de la historia contada
por el evangelista, porque no es el contenido material, más bien ridículo e
inverosímil, de este relato lo que interesa, sino el significado que le da a
las cosas, los gestos, las personas que figuran en ese milagro de las bodas de
Caná y que quiere comunicar a los cristianos de su tiempo, y por tanto a
nosotros.
Juan
es el único evangelista que habla de esta extraña historia de una boda que pasó
a la posteridad tanto por el descuido y la imprevisión de los novios como por
la colosal borrachera de los invitados. Juan pone este relato al comienzo de la
vida pública de Jesús y señala que es el primer "signo" que realizó.
Signo ¿de qué? El propio Juan nos invita a buscar su sentido oculto. Juan,
evidentemente, no quiere presentar a Jesús como un hacedor de milagros y
prodigios que busca impresionar al público. Sus gestos son "signos",
no realizados para asombrar, sino para indicar, anunciar, dirigir a una
realidad y una verdad a descubrir porque es importante para nuestra felicidad y
nuestra salvación.
La
historia la conocemos: dos jóvenes se casan. Jesús y su Madre están entre los
invitados. El vino empieza a faltar y Jesús cambia el agua en vino. Juan
presenta esta boda como una parábola de la nueva alianza entre Dios y la humanidad.
La antigua alianza con el pueblo de Israel está simbolizada por las seis
tinajas que servían para las abluciones rituales. Las tinajas de piedra son
pesadas, frías, vacías e inútiles. Eso quiere significar que la antigua
religión, el modelo religioso judío de la antigua Ley ha llegado a ser
estático, vacío, incompleto, difícil y pesado de llevar, incapaz de crear una
relación auténtica y liberadora con Dios, y de introducir alegría y felicidad
en la vida del creyente. La antigua práctica religiosa es como un matrimonio
sin amor, incapaz de satisfacer las aspiraciones profundas del hombre. La
historia entre Dios y la humanidad se ha arrastrado hasta aquí fatigosamente;
el creyente necesita algo nuevo.
Ahí,
Jesús, venido para revelarnos un nuevo rostro de Dios. María, la figura del
resto fiel de Israel. Los simpáticos servidores que llenan las tinajas de 600
litros de agua sacada de los pozos, que confían en Jesús y obedecen sus
palabras sin dudar actuando según su voluntad, el símbolo del nuevo pueblo de
los servidores de la nueva alianza y de las nuevas nupcias entre Dios y el
hombre realizadas a través de la presencia de Jesús. Todo se convierte en
fiesta: el agua cambiada en vino es el signo mesiánicos del don abundante y
delicioso de esta nueva presencia de Dios, del banquete de la nueva era
inaugurada por Jesús, del Reino de Dios que comienza, del nuevo mundo que ahora
sus discípulos han de construir, impulsados por la fuerza de su espíritu y por
el entusiasmo de su fe.
El
tono del texto del evangelio de hoy está dado por la presencia y las palabras
de María. En el espíritu del evangelista, María es la segunda Eva opuesta a la
primera. La primera Eva, tentada por la serpiente, dijo a Adán: "No hagas
lo que Dios ha dicho". La nueva Eva, inspirada por el Espíritu de Dios, es
la que dice: "Hagan lo que el les diga". La primera Eva está en el
origen del miedo, el mal, el sufrimiento y la muerte. La primera Eva representa
el mundo que se despliega bajo el signo de la desobediencia, la rebelión, la
autosuficiencia y de una existencia vivida lejos de Dios y hasta sin Dios.
Representa el mundo sometido a las fuerzas del mal, el odio, la rivalidad, la
división, el egoísmo, en una palabra, el mundo dominado por el mal y el pecado.
María, la nueva Eva, está en el origen de una nueva realidad, un mundo nuevo en
el que nuestra relación con Dios y con los hombres se realiza en la obediencia,
la fidelidad, la disponibilidad, la confianza, la fraternidad, el darse, el
perdón, el cuidado del otro, en una palabra, en el amor.
En
cierto sentido es verdad que los que viven en este mundo nuevo animado por el
Espíritu de Jesús, viven como sumergidos en una atmósfera nupcial donde se
respira fiesta, alegría, felicidad y amor. En ciertos aspectos, es verdad, este
relato de Juan parece decirnos, que la condición del discípulo y de la
comunidad de los creyentes puede compararse con una fiesta de bodas. Allí donde
Jesús y María están presentes, donde podemos escuchar su palabra, donde somos
capaces de hacer lo que nos dice, allí el hombre es salvado; allí el agua de
nuestro miedo, nuestra angustia, nuestra fragilidad, nuestras debilidades,
faltas, defectos, de nuestro pecado... es transformada en un vino de gracia,
confianza, esperanza, seguridad, certeza de ser amados y queridos por Dios,
allí donde nuestra pobreza y nuestra incoherencia espiritual y humana son
transformadas en plenitud de sentido y en abundancia de vida. Las tinajas
vacías de nuestras vidas se llenan realmente de una presencia que nos hace
vivir y nuestra insípida agua se convierte en un vino embriagador.
El
mensaje que el evangelio de Juan quiere transmitirnos a través del simbolismo
de esta boda es en definitiva bastante simple, pero al mismo tiempo exaltante:
quiere hacernos comprender que, si Dios está con nosotros, si ha entrado a
nuestra casa, si forma parte de nuestra vida, si nos permite vivir en su
intimidad y ser objeto de su amor, entonces podemos decir realmente que cada
cristiano experimenta con Dios una relación de intimidad, comparable a la que
existe entre dos esposos. El evangelio de las bodas de Caná quiere expresar
esta dimensión nupcial, conyugal de la vida cristiana cuando se vive en su
plenitud y su autenticidad. Dios esposó nuestra condición humana, el esposo ha
encontrado a su esposa, el banquete está pronto, la mesa preparada, todos
estamos invitados: hay, por consiguiente, alegría y sentimiento de felicidad
entre los invitados porque se nos ha revelado que Dios está con nosotros y nos
ama.
El evangelio de hoy nos dice finalmente a cada uno
de nosotros: si tú participas del banquete del Reino, si Dios está en tí, si su
amor da calor a tu vida, si ella está animada por su espíritu, tú vivirás la
felicidad de una boda. En consecuencia, tu vida será transformada en algo mucho
mejor, tu agua será cambiada en vino.
Bruno Mori -
Traducción: Ernesto Baquer
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire