jeudi 5 janvier 2017

YO SOY LA VERDADERA VID - Jn 15, 1-8

 5°  domingo de Pascua, B


Para entender este texto del evangelio de Juan, debemos referirnos a la Biblia. En la Biblia, Dios es presentado muchas veces como el patrón de una viña. Una viña que Dios posee y cultiva con cuidado especial es la imagen del pueblo hebreo. Pero en la Biblia, el pueblo hebreo aparece siempre como el pueblo elegido, escogido y preferido de Dios. En cambio, a pesar de los cuidados y la atención de Dios, el pueblo hebreo no responde a sus expectativas. El pueblo hebreo siempre ha sido una viña que no consiguió producir buen vino y no supo satisfacer a su divino viticultor.

En el evangelio de hoy, el evangelista Juan, presenta a Jesús como la verdadera vid que finalmente responde a las esperanzas del divino viticultor. Jesús es la vid que por fin produce los resultados que Dios espera. Al presentar a Jesús como la verdadera vid, el evangelio quiere afirmar que, para nosotros cristianos, Jesús es el hombre que ha sabido corresponder en todo a los deseos de Dios. Nos quiere enseñar que, ahora, el auténtico ser elegido, preferido y amado por Dios, ya no es el pueblo hebreo, sino este hebreo de Nazaret, en el cual Dios ha puesto toda su complacencia. El evangelio de Juan quiere enseñar a los cristianos que, para nosotros, sólo Jesús es el verdadero Israel de Dios, la verdadera viña de Dios, la que ha sabido responder a su patrón porque ha producido el vino bueno de la fidelidad, la confianza y el darse en el amor.

El evangelio de hoy nos interpela a cada uno de nosotros. Es como si nos dijera: “¿Quieren ver un hombre de verdad? ¿Quieren saber cómo se debe vivir y actuar para llegar a ser una persona auténtica, espiritual y humanamente realizada? Bueno, fíjense en Jesús. Él es una obra maestra de humanidad. A él debemos asemejarnos todos los seres humanos. Es el hombre que ha sabido realizarse completamente según los deseos y esperanzas de Dios”.

Por ello, nos dice el evangelio de hoy, si también quieren crecer en humanidad, si quieren comportarse como personas y no como bestias; si quieren hacer progresar y salvar el mundo en el que viven, en vez de arruinarlo y destruirlo como están haciendo… busquen frecuentar y estar con ese hombre para agarrarse a él, dejarse inspirar, guiar, influenciar por su palabra, su enseñanza, su ejemplo y su espíritu, tal como el sarmiento ha de permanecer unido a la vid si quiere tener lo que necesita para vivir, florecer y dar fruto.

El evangelio de hoy a través de la imagen poética e incisiva de la vid y del sarmiento nos hace captar a nosotros cristianos que, sin ese vínculo y comunión con el espíritu de Jesús, corremos el peligro de perdernos en el laberinto de la existencia y de fallar en el objetivo de nuestra vida. De hecho, sin referencia a este modelo que podremos llamar “divino” de humanidad, somos como una nave sin brújula, una lámpara sin luz, una planta sin savia, una flor sin color. “Quien permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada. Quien no permanece en mí, lo tiran como los sarmientos y se secan, y después los amontonan, los echan al fuego y los queman”, porque no sirven ni valen para nada.

Este tema del evangelio de Juan quiere ser una invitación a reflexionar sobre una verdad incómoda, conocida por todos los viñadores: para que la vid tenga fruto, hay que podarla. ¿Han visto alguna vez una vida podada? ¡Impresiona verla llorar! La “lágrima” de la savia fluye del tallo como sangra una herida. Sin embargo, es realmente necesario: el sarmiento, cortado en el punto justo, concentra toda su energía en el futuro racimo de uva. La vida que se poda, que se corta una y otra vez ¡es una imagen de nuestra existencia! ¡De cuántos cortes, lágrimas, sufrimientos, desilusiones, penas, enfermedades, lutos, periodos tristes... está tejida nuestra existencia! Es inevitable, y lo sabemos, aunque muchas veces nos rebelamos, nos entristecemos. Pero el sufrimiento sirve para volvernos conscientes de nuestra humanidad; sirve para hacernos palpar el hecho de que somos seres débiles, vulnerables, temporales, solos; sirve para hacernos comprender que debemos acoplarnos a alguien o algo más grande, más fuerte, más duradero que nosotros, si queremos sobrevivir, cuidarnos; si no queremos precipitarnos en el desaliento, la angustia, la depresión de una existencia vivida sin entusiasmo, sin aliento, sin alegría, sin empuje, porque no tiene finalidad ni sentido.

Entonces permanezcan agarrados y aferrados a El –exhorta el evangelio de hoy- y verán que vuestra vida adquirirá no sólo profundidad, sino también altura... y entonces se abrirán ante ustedes horizontes insospechados y paisajes nuevos, sólo visibles por aquellos que miran la realidad a través de los ojos de Jesús de Nazaret.

Bruno Mori  -
Traducción: Ernesto Baquer 



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