5° domingo de Pascua, B
Original italiano en: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2015/05/io-sono-la-vite-vera.html.
Para entender este texto del evangelio de Juan, debemos referirnos a la
Biblia. En la Biblia, Dios es presentado muchas veces como el patrón de una
viña. Una viña que Dios posee y cultiva con cuidado especial es la imagen del
pueblo hebreo. Pero en la Biblia, el pueblo hebreo aparece siempre como el
pueblo elegido, escogido y preferido de Dios. En cambio, a pesar de los
cuidados y la atención de Dios, el pueblo hebreo no responde a sus
expectativas. El pueblo hebreo siempre ha sido una viña que no consiguió
producir buen vino y no supo satisfacer a su divino viticultor.
En el evangelio de hoy, el evangelista Juan, presenta
a Jesús como la verdadera vid que finalmente responde a las esperanzas del
divino viticultor. Jesús es la vid que por fin produce los resultados que Dios
espera. Al presentar a Jesús como la verdadera vid, el evangelio quiere afirmar
que, para nosotros cristianos, Jesús es el hombre que ha sabido corresponder en
todo a los deseos de Dios. Nos quiere enseñar que, ahora, el auténtico ser
elegido, preferido y amado por Dios, ya no es el pueblo hebreo, sino este
hebreo de Nazaret, en el cual Dios ha puesto toda su complacencia. El evangelio
de Juan quiere enseñar a los cristianos que, para nosotros, sólo Jesús es el
verdadero Israel de Dios, la verdadera viña de Dios, la que ha sabido responder
a su patrón porque ha producido el vino bueno de la fidelidad, la confianza y
el darse en el amor.
El evangelio de hoy nos interpela a cada uno de
nosotros. Es como si nos dijera: “¿Quieren ver un hombre de verdad? ¿Quieren
saber cómo se debe vivir y actuar para llegar a ser una persona auténtica,
espiritual y humanamente realizada? Bueno, fíjense en Jesús. Él es una obra
maestra de humanidad. A él debemos asemejarnos todos los seres humanos. Es el
hombre que ha sabido realizarse completamente según los deseos y esperanzas de
Dios”.
Por ello, nos dice el evangelio de hoy, si también
quieren crecer en humanidad, si quieren comportarse como personas y no como
bestias; si quieren hacer progresar y salvar el mundo en el que viven, en vez
de arruinarlo y destruirlo como están haciendo… busquen frecuentar y estar con
ese hombre para agarrarse a él, dejarse inspirar, guiar, influenciar por su
palabra, su enseñanza, su ejemplo y su espíritu, tal como el sarmiento ha de
permanecer unido a la vid si quiere tener lo que necesita para vivir, florecer
y dar fruto.
El evangelio de hoy a través de la imagen poética e
incisiva de la vid y del sarmiento nos hace captar a nosotros cristianos que,
sin ese vínculo y comunión con el espíritu de Jesús, corremos el peligro de
perdernos en el laberinto de la existencia y de fallar en el objetivo de
nuestra vida. De hecho, sin referencia a este modelo que podremos llamar
“divino” de humanidad, somos como una nave sin brújula, una lámpara sin luz,
una planta sin savia, una flor sin color. “Quien permanece en mí y yo en él,
ese da mucho fruto, porque sin mí no pueden hacer nada. Quien no permanece en
mí, lo tiran como los sarmientos y se secan, y después los amontonan, los echan
al fuego y los queman”, porque no sirven ni valen para nada.
Este tema del evangelio de Juan quiere ser una invitación a reflexionar
sobre una verdad incómoda, conocida por todos los viñadores: para que la vid
tenga fruto, hay que podarla. ¿Han visto alguna vez una vida podada?
¡Impresiona verla llorar! La “lágrima” de la savia fluye del tallo como sangra
una herida. Sin embargo, es realmente necesario: el sarmiento, cortado en el
punto justo, concentra toda su energía en el futuro racimo de uva. La vida que
se poda, que se corta una y otra vez ¡es una imagen de nuestra existencia! ¡De
cuántos cortes, lágrimas, sufrimientos, desilusiones, penas, enfermedades, lutos,
periodos tristes... está tejida nuestra existencia! Es inevitable, y lo
sabemos, aunque muchas veces nos rebelamos, nos entristecemos. Pero el
sufrimiento sirve para volvernos conscientes de nuestra humanidad; sirve para
hacernos palpar el hecho de que somos seres débiles, vulnerables, temporales,
solos; sirve para hacernos comprender que debemos acoplarnos a alguien o algo
más grande, más fuerte, más duradero que nosotros, si queremos sobrevivir,
cuidarnos; si no queremos precipitarnos en el desaliento, la angustia, la
depresión de una existencia vivida sin entusiasmo, sin aliento, sin alegría,
sin empuje, porque no tiene finalidad ni sentido.
Entonces permanezcan agarrados y aferrados a El –exhorta el evangelio de
hoy- y verán que vuestra vida adquirirá no sólo profundidad, sino también
altura... y entonces se abrirán ante ustedes horizontes insospechados y
paisajes nuevos, sólo visibles por aquellos que miran la realidad a través de
los ojos de Jesús de Nazaret.
Bruno Mori -
Traducción: Ernesto Baquer
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