jeudi 5 janvier 2017

JESUS DE NAZARET ES MI MEJOR ELECCIÓN… Jn 6,66-70

¿También ustedes quieren dejarme? “Señor, ¿a quién iríamos? ¡Sólo tú tienes palabras de vida!

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¿Cuántas veces esta pregunta que Jesús dirigió a los y las que lo rodeaban, me ha puesto en crisis? Cuántas veces como cristiano, creyente, católico, he sido tentado de responder, a la pregunta de Jesús «¿También ustedes quieren dejarme?», … Tentado de dejarlo todo, abandonarlo todo, cerrar la puerta de una Institución que no cesa de decepcionarme. A lo largo de los siglos no siempre ha sido un testigo ejemplar de fidelidad a su Fundador. Muchas veces ha desfigurado y corrompido su mensaje y sus clérigos se han transformado en funcionarios que han priorizado la búsqueda del poder, el dinero, los honores y el prestigio por encima del anuncio del evangelio y del bien espiritual y humano de sus fieles.

En la Iglesia, todavía hoy, asistimos a un autoritarismo que descarta, excluye, condena, castiga toda disensión, toda divergencia de opinión, toda nueva interpretación de la doctrina tradicional. En esta Iglesia, veo, con demasiada frecuencia, una jerarquía rígida y bloqueada, obsesionada por la fidelidad a una tradición, frecuentemente superada y, hoy, generalmente inaceptable. Una autoridad incapaz de comprender los problemas existenciales de la gente y de acoger los desafíos de la modernidad. Un magisterio sin coraje para hacer cosas nuevas, inventar nuevos ritos, nuevos gestos significantes para el hombre moderno; que no acepta expresarse en un lenguaje nuevo, comprensible para todos; que duda en abrirse a nuevas maneras de comprender y transmitir el mensaje de Jesús… Veo una jerarquía deprimente, amarga, agria, temerosa, pesimista, que no se atreve a arriesgarse, que no confía en el Espíritu ni en el sentido común de los fieles; que no quiere cambiar nada de sus leyes vetustas, superadas, incluso aquellas que son francamente nocivas para el desarrollo de una auténtica vida cristiana, porque a menudo perjudican la existencia de las comunidades, impidiéndoles vivir la práctica de la fe en forma plena, rica y floreciente.

Pero ¿dónde ir? Yo pertenezco a esta Iglesia. ¡Esta Iglesia es mi patria, mi casa, mi madre! Me alimenté en su seno. He sido educado en sus brazos. He crecido en su patio. Educado en su enseñanza. Ella me formó, me dió la identidad cristiana; perfiló mi fisionomía humana; construyó mi configuración espiritual. Ella me ha dado todo. Por causa de ella he llegado a ser lo que soy…

Ante mi animosidad por los defectos de la institución eclesial, ante la alergia que siento a veces hacia su forma tradicional, obsoleta y anacrónica de transmitir los contenidos de la fe; ante la tentación de abandonar mi comunidad de fe porque muchos de sus dirigentes me han decepcionado y siguen haciéndolo… ¿Cuántas veces he mirado a mi alrededor para analizar qué otras alternativas se me presentaban; para ver dónde podría encontrar un lugar de acogida, una comunidad de pertenencia espiritual mejor y más satisfactoria, una religión más acorde con mis esperanzas? ¿En los luteranos? ¿Los anglicanos? ¿Los adventistas? ¿Los budistas, los musulmanes, los testigos de Jehová, las sectas brasileñas, la cientología, Krishna?

¡No, gracias! No sólo hay religiones que me inquietan, sino que los defectos, errores y aberraciones que descubro en ellas son peores que las que constato en el catolicismo. Y sobre todo, el Jesús del Evangelio me satisface, me complace, me fascina infinitamente más que todos los Buda, Mahoma, Krishna, Jehová o la enseñanza de no importa cual gurú iluminado.

Por eso he decidido permanecer con Jesús de Nazaret, con su doctrina, con la comunidad de fe que está vinculada a él, que se alimenta de su espíritu. Entre todos los grandes hombres de nuestra historia humana, todavía él es mi preferido. Es mi punto de referencia privilegiado. De ahí por qué he decidido permanecer en mi Iglesia, con mi Iglesia… ¡A pesar de todo! A pesar de sus faltas, sus debilidades, sus errores, sus equivocaciones, sus escándalos, sus incongruencias… Porque Ella es el único lugar donde puedo oír hablar de él y encontrarlo. Es Ella quien guarda siempre el cofre precioso que contiene los tesoros de su Maestro y Señor. Sí, ciertamente, hay mucha suciedad que barrer y una gran limpieza que hacer en mi Iglesia. Pero, pensándolo bien, me digo que un rosal quizá tiene más posibilidades de crecer y florecer rodeado de estiércol que de piedras preciosas. Me digo que quizá me equivoco al ser demasiado exigente hacia mi iglesia… Porque, finalmente, también Jesús estaba rodeado de basura y de un montón de pecadores…

¡Así he descubierto que Pedro tenía razón! ¡Y cuánta! Señor ¿a quién iríamos? Sólo tú tienes las palabras hechas para nosotros, las palabras que amamos, que nos satisfacen, que nos convienen, que responden a nuestras necesidades más profundas, porque contienen la sabiduría de Dios, porque poseen el secreto de nuestra libertad, de nuestra grandeza, del éxito de nuestra vida y de la salvación de nuestro mundo… ¡Si, tú tienes las palabras que nos permiten vivir plena y permanentemente, palabras de vida eterna! ¿A quién iríamos para ser guiados, orientados, para aprender quien somos, para saber de dónde venimos y hacia dónde vamos? ¿Quién mejor que tú puede decirnos lo que es realmente bueno para nosotros, cual es nuestro verdadero alimento, los valores que nos enriquecen, nos hacen crecer y logran el éxito de nuestra existencia? ¿Hacia quién podríamos ir para encontrar la verdad sobre nosotros, sobre Dios, sobre los demás, sobre el mundo? ¿Hacia quién iríamos con total confianza, seguros de no ser nunca engañados, explotados, manipulados, decepcionados? ¿Hacia quien iremos, ¿Señor, si te abandonamos a ti y a la comunidad de tus discípulos? ¿Quién será entonces nuestra luz, nuestro apoyo, nuestro consuelo, nuestra fuerza, nuestra esperanza? ¿En manos de quien podemos abandonar nuestro corazón en total confianza y seguridad? ¿Qué nos queda de verdad, de sólido, de bueno, de válido, si te perdemos?

Lo que nos quedaría sin ti, separados de ti, sería finalmente lo que nos destruiría y perdería. Si los hombres y mujeres no encontramos en ti y en el Dios que tú nos revelas, el sentido de nuestra vida y nuestra verdadera felicidad, ¿dónde iremos a buscarlo? Buscarán su felicidad en el dinero, el sexo, la droga, el alcohol, el poder, el éxito económico o político. Te abandonan, te dejan a ti y a tu Dios… pero ¿a cuántos otros dioses se atarán en su vida? En el culto a esos ídolos piensan encontrar su felicidad y su realización; en realidad sólo encuentran vacío y decepción.
Sí, Pedro tiene razón al decir. « Señor, ¿hacia quién podemos ir? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!»

Bruno Mori  -
Traducción: Ernesto Baquer 



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