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el elogio de la imperfección
16° dom to A
En el
evangelio de Mateo la parábola de la cizaña sigue inmediatamente a la parábola
del sembrador. Esta insistía sobre la calidad del terreno, más o menos
favorable a una buena cosecha; la parábola de hoy da paso a un enemigo que
siembra por la noche en medio del trigo una mala hierba que puede ahogarlo.
Mientras era bien difícil cambiar la naturaleza del terreno, aquí se ve posible
intervenir en el campo para extirpar la mala hierba. Pero la historia cuenta la
oposición del propietario del campo; al arrancar la cizaña corremos el peligro
de arrancar también el trigo; la selección se hará al cosechar.
Traducimos:
le toca a Dios y a nadie más ocuparse del mal. Mientras, el bien y el mal deben
permanecer juntos. Así pasa en el Universo, en la naturaleza y en la vida del
hombre. En nuestro mundo, no hay ninguna criatura perfecta. Todo es una mezcla
de caos y armonía, orden y desorden, oscuridad y luz, cualidad y defecto, éxito
y fracaso, construcción y destrucción, bien y mal. Así funciona el mundo, así
prosigue la evolución del universo. La oscuridad hace resaltar la luz, el mal
es necesario para que surja el bien. Con frecuencia lo que parece ser una
deficiencia, una carencia, es el comienzo de un cambio positivo. Un gen
defectuoso en la secuencia del ADN puede estar en el origen de una mutación
importante que produce un perfeccionamiento inesperado que da un salto adelante
en la evolución de la especie. Hay que aceptar los límites, los defectos, las
imperfecciones. Hay que aceptar que no todo sea siempre perfecto y que existan
manchas, tachaduras, faltas, mal, sufrimiento.
Miremos a
Jesús, preferentemente se reunía y pasó la mayor parte de su vida y lo mejor de
su tiempo, con los débiles, los imperfectos, los delincuentes, los mal vistos,
los marginales, las malas hierbas. Y tuvo más satisfacciones, gratificaciones y
felicidad con aquellos y aquellas considerados "pecadores", que no
eran "perfectos" ni
"puros". El elitismo nunca fue una de sus prioridades. Jesús
enseñó que Dios no prefiere unos humanos a otros. Sabe de qué barro estamos
hechos y nos toma tal como somos. Hace brillar su sol sobre buenos y malos;
llover sobre justos y delincuentes. Para él todos somos iguales, todos tenemos
el mismo valor: seamos hijos ejemplares y obedientes o hijos difíciles,
traviesos y rebeldes.
Jesús nos
dice que tenemos que aprender de Dios. Es grande la tentación de querer
construir una sociedad de puros, perfectos y conformes con pertenecer a una
raza, una religión, una ideología, un partido político, una casta, y querer
eliminar a todos los demás. Así nacieron los crímenes más grandes y los más
espantosos genocidios de la historia humana: las cruzadas, la inquisición, la
caza de brujas, las guerras de religión, las depuraciones étnicas, la Shoah,
las persecuciones actuales a los cristianos por parte de integristas musulmanes
en Somalía, Siria, Egipto, Nigeria…
Miremos a
nuestra Iglesia católica: todavía hoy, muchos sólo quieren ser una comunidad de
puros, un campo sin cizaña. Durante siglos pensaron y continúan pensando que su
campo no contiene y no debe contener más que trigo; que fuera de este campo
sólo crece cizaña; que sólo sus fieles son los felices herederos de la
salvación de Dios y que fuera de ella sólo hay tinieblas, error, mal y perdición.
Todavía hoy
en nuestra Iglesia se continúa dejando fuera a los sacerdotes casados;
reduciendo al silencio y prohibiendo a los teólogos disidentes y
contestatarios; excomulgando a las mujeres que abortan; excluyendo de los
sacramentos y de la comunión a las
parejas cristianas divorciadas y vueltas a casar (consideradas como pecadores
públicos que viven en concubinato y obstinados en el pecado); satanizando,
denigrando y apartando a los homosexuales considerados como corruptores y
perversos… Con su actitud, ¿no será que la Iglesia, en contradicción con este
texto evangélico, pretende extirpar rápidamente la cizaña para cultivar sólo un
campo de granos puros y no contaminados?
Hemos de
aceptar esta mezcla de bien y mal en las personas que nos rodean. Por ejemplo, los
padres no pueden exasperar y descorazonar a sus hijos con exigencias excesivas
de rendimientos y perfección. Corren el peligro de crear o perfeccionistas
desgraciados y frustrados que en la vida no podrán ser excelentes en todo, o
ambiciosos tiránicos y antipáticos que querrán, a cualquier precio, ser
superiores y dominar a los demás, dispuestos a explotarlos, pisarlos y
despreciarlos. La sabiduría y el sentido común deberían enseñarnos que el bien
y el mal no se separan nunca, de forma que el primero esté a un lado y el
segundo al otro. Lo bueno y lo malo, lo puro y lo impuro, la excelencia y la
mediocridad, los defectos y las cualidades, el fracaso y el éxito… son una
mezcla esencial e indisoluble que forma parte de la naturaleza profunda de los
seres.
Comprender
eso, es dar un paso gigantesco hacia la aceptación de las diferencias y la
consideración de los "pecadores" que deben ser aceptados no sólo a
pesar, sino a causa de sus "pecados". Porque, con frecuencia, son
justamente sus debilidades, errores y faltas las que los hacen humanamente
interesantes, más cercanos a nosotros y más fáciles de amar. Para mí, que soy humano,
encuentro que me es mucho más fácil sentirme cercano del que se equivoca, se
cae y rompe, que el que nunca comete errores, vive una vida ejemplar, sin nunca
romper nada. Me es mucho más fácil amar a un pequeño que a un grande, un débil
que un poderoso; me siento más propicio a inclinarme por el que se arrastra por
tierra que por el atleta siempre bien plantado sobre sus piernas y que busca
deslumbrarme con el brillo de sus proezas y sus medallas.
Me siento
más traído por el vicio que por la virtud; por el pecador que por el santo; por
el hombre que por el ángel; más por Sharon Stone que por sor Faustina Kowalska.
Amo al que es humilde, simple, "defectuoso", más que al que se infla
con sus diplomas, sus competencias, su santidad y sus revelaciones. Amo más a
Jesús-hombre que a Jesús-Dios. Jesús hombre es humano, débil, vulnerable. Está
del lado de los y las que hacen el "mal". Es de mi raza. Me es
cercano. Me pertenece. Puedo seguirlo. Me es compatible. Puedo descargar en mí
el contenido de su espíritu. Puedo asimilarlo en mi vida. Puedo calcar mi vida
sobre la suya. Jesús-Dios al contrario viene de otro mundo. Es un
"alien". No tengo nada en común con él. No es de mi raza. Es un
impostor. Es un ser divino que finge ser humano. Es un engaño. Me es
incompatible. Es inalcanzable. No me afecta. Me propone cosas imposibles. No me
interesa. No puedo amarlo. No puedo seguirlo. Jamás será mi
"salvador".
Este
evangelio quiere suscitar en nosotros los cristianos, la actitud de tolerancia,
el respeto de la diversidad, la benevolencia, aceptar el mal, no para aprobarlo
o justificarlo, sino para comprenderlo, relativizarlo y desdramatizarlo. Este
texto se enfoca sobre todo a hacernos comprender la necesidad de ser la buena
semilla, el grano bueno que debe compensar y balancear la presencia de la
cizaña en el campo del mundo, para que éste pueda igual progresar, impulsado
por las fuerzas mayoritarias de la luz, la bondad y el amor.
Bruno Mori
Traducción: Ernesto Baquer
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