jeudi 1 décembre 2016

TODAVIA ES POSIBLE CREER? - Lc. 17,5-10

27o  dom to C


Luca en el texto de su Evangelio presenta a los discípulos de Jesús como hombres que de repente se dan cuenta de su falta de fe y por lo tanto su incapacidad para comprometerse plenamente siguiendo al Maestro de Nazaret. Así que le pidieron a Jesús aumentar su fe. ¿Por qué pedir a Jesús aumentar su fe, y no, por ejemplo, aumentar su desprendimiento de los bienes materiales, su sacrificio, su coraje, su determinación, su compromiso con la realización del Proyecto de Renovación del Maestro, con la inteligencia de su palabra y con la enseñanza, etc.? Probablemente porque, formados en la escuela de Jesús, la palabra "fe" estaba cargada de un valor y un significado para ellos fundamental, que luego se perdió. Jesús parece darles la razón cuando dijo que, efectivamente, su fe no alcanza ni siquiera el mínimo; y que si tuvieran un poco más, como una pequeña semilla de mostaza, podrían lograr lo imposible, hacer maravillas, milagros, como arrancar un árbol de morera con una orden simple y plantarla en alta mar. Un mínimo de fe, Jesús les dijo, cuando es auténtico, es suficiente para poner a disposición del discípulo el poder de Dios.

¿De qué fe habla Jesús para que sea tan poderosa?
Ciertamente no es la clase de fe que nos transmitieron en la catequesis; o la fe comúnmente requerida por el magisterio oficial de la Iglesia cuando nos pide a los fieles ser creyentes. Esta fe es una actitud intelectual que impulsa al creyente a aceptar como verdaderas las afirmaciones doctrinales elaboradas por estudiosos de la religión. Son por lo general proposiciones categóricas y abstractas acerca de la naturaleza de Dios, Jesucristo, la Virgen María, el más allá, los sacramentos, la función de la Iglesia y el Papa, etc. Así, creer se convierte en sinónimo de conformidad con una cierta visión del mundo y de la propia realidad de la Iglesia Católica. Así creer se convierte en el equivalente de pertenecer a una determinada forma de pensar e imaginar a Dios y su relación con el mundo de los hombres. Esta manera de hablar de Dios y contar la historia de sus relaciones con el mundo de los hombres, que la iglesia usa hoy en día, es tanto más difícil de aceptar para la mentalidad moderna cuanto se basa en un diseño arcaico y primitivo de la divinidad donde el mito, la leyenda, la narración, la imaginación, el antropomorfismo, tienen un papel importante, si no exclusivo. De ello se desprende que la cuota de esa clase de fe se convierte en un asunto cada vez más difícil, si no imposible para la gente de la modernidad.

 Para los creyentes católicos que todavía se las arreglan para mantener la fe, ésta se reduce en última instancia a considerar como verdad todo lo que la Iglesia enseña, aunque a menudo vaya en contra del sentido común; aunque hiera nuestro espíritu crítico y nuestra racionalidad; aunque muchas afirmaciones dogmáticas sean claramente insensatas e inadmisibles.
Algunos ejemplos:
- Creer en Dios y sus ángeles que viven allá en lo alto del cielo, aunque sabemos que allá arriba no hay un Dios escondido detrás de las galaxias mirando hacia abajo;
- Creer que Dios vino a la tierra encarnado en un hombre que históricamente existió;
- Creer que una mujer dio a luz a un niño con el esperma de Dios;
- Creer que Jesús de Nazaret después de su muerte, salió vivo de la tumba con su cuerpo;
- Creer que su madre fue transportada al cielo en cuerpo y alma;
- Creer en poder mágico de los ritos sacramentales de la Iglesia Católica;
- Creer que en la misa el pan se trasforma milagrosamente en el cuerpo físico de Jesús.
- Creer que las mujeres, por voluntad divina, están fundamentalmente incapaces de poder y de autoridad para dirigir una comunidad cristiana; y que esto, por voluntad divina, es solo una tarea masculina; 
- Creer que el Papa es infalible;
- Creer que Dios interviene con milagros para permitir la canonización de los santos …..
Parece que la iglesia en su enseñanza anima a los cristianos a pensar que la mayor prueba que Dios les pide en su vida es que crean en su existencia. Sin embargo, es una existencia que oculta deliberadamente para poner a prueba nuestra fe. Como si Dios se complaciera en jugar al escondite con los seres humanos, para complicarles la existencia.
Muchos católicos devotos y piadosos no se sorprenden de esta dificultad moderna de creer las afirmaciones dogmáticas de la Iglesia. Piensan que el mérito de la fe consiste en el hecho mismo de su dificultad y en la violencia con que forzamos a nuestra inteligencia para que acceda aceptar las declaraciones que, sin embargo, paralizan. Durante su historia, la espiritualidad católica, para hacer más aceptable a la inteligencia creyente la digestión de dogmas particularmente indigestos, inventó el principio de "mérito de la fe" que puede explicitar así: cuanto más difícil de creer es una afirmación dogmática, más mérito tiene el creyente ante Dios. Que podría caricaturizarse así: cuanto más absurdo, mejor para tu salvación. Como si, en el camino que debe conducirnos a Dios, que nos creó inteligentes, se divirtiera en negar nuestra inteligencia, justo para hacernos el camino más difícil.

Esta fe, que yo llamaría "eclesial" o "catequética" es en última instancia un ejercicio mental de adhesión a los datos propuestos y mandados por la institución religiosa. El propósito de esta fe no es tanto afectar o cambiar (para mejor) a la persona, sino sobre todo conseguir la homogeneidad doctrinal dentro de la institución religiosa. Es más afín a la ideología que a la fe, tal como Jesús la describe en su evangelio. Desde un punto de vista humano, esta fe institucional y "eclesiástica" es casi estéril. No cambia, ni crece interiormente al creyente. Lo único que consigue es impulsar a los fieles a someterse a los órganos religiosos y producir reglas, prácticas, culto y ritos. Prácticamente no tiene impacto en la vida de las personas y de la sociedad. No ayuda a mejorar el mundo y la humanidad. No construye el "Reino de Dios" como quería el profeta de Nazaret; está sólo para conservar la estructura religiosa, o quizás para producir el fruto amargo de la culpa, el dogmatismo, el fanatismo y la intolerancia.

Jesús sabía lo que quería decir cuando dijo que, si el discípulo tenía sólo una pequeña semilla de la verdadera fe, realizaría maravillas en sí mismo y a su alrededor. Vio la clase de fe que animaba a los representantes de la religión oficial de su tiempo y no cesaba de criticarlos. Les decía a los sacerdotes, escribas, fariseos y a los grandes practicantes religiosos: "Vuestra fe, vuestra religión es una bobada. Pura fachada. Ustedes son peores que los demás. Son funcionarios sagrados y sagrados funcionarios que utilizan la religión para su beneficio; para ponerse por encima de los demás, para explotar a los demás, para oprimir a los demás. Son hipócritas, sepulcros blanqueados. Creen que son creyentes, pero no tienen un ápice de fe. Ni siquiera saben lo que significa ser personas animadas por la fe ".

La fe es una actitud del corazón. Es otra palabra para el amor. Surge de la adhesión que uno siente por alguien (Dios), que entró en su vida y por quien uno está dispuesto a perderse, a olvidarse, a dejarlo todo, para entregarse mejor y para poder encontrar más fácilmente el camino a su corazón. La fe es confiar en sus sentimientos hacia la persona que amas porque sabes que te ama hasta el punto de que todo lo que se compromete será sólo para su bien y su felicidad. Entonces uno está listo para entregarse a la fe sin vacilación, sin límites. La fe es el ramo que se forma en la vida cuando uno es capaz de armar las flores de confianza, admiración, maravilla y amor. Esta fe, hecha de confianza y abandono, es ahora una profunda certeza de que esta persona es esencial para mi felicidad y el éxito en mi vida. La fe de que Jesús habla es este evento íntimo, resultado de un encuentro que trastoca y cambia la vida. No hay fe si no hay conmoción y transformación.

Esto es lo que muchas personas han experimentado en contacto con Jesús: una vida nueva, una nueva fuerza, nueva energía, curación interior, una nueva libertad, la confianza absoluta en un amor que de repente suprimió de su vida toda angustia y todo miedo, estableciendo gran paz y confianza inquebrantable. Este tipo de fe-confianza no es una abstracción intelectual, una afirmación doctrinal o dogmática a recordar, sino un acontecimiento en el corazón de la persona, un fenómeno interno de increíble fuerza que conmueve las entrañas y vuelca y transforma colmando la existencia. Cuando Jesús habla de la fe, es de este fenómeno que habla: el encuentro de dos amores: Jesús y su discípulo; Dios y el hombre.

            Así que si tú cristiano, sabes que estás en el amor de Dios y que Dios está en el tuyo; si sabes que estás en el corazón de Jesús y Jesús está en tu corazón; si sus amores se fusionan, sus espíritus también se unen e identifican. Y si posees este tipo de fe, entonces comenzarás a sentir, a pensar, a actuar, a reaccionar de una manera totalmente diferente. Asumirás el estilo y el modo de vida de tus amores: actuarás como Dios, derramarás a tu alrededor "el buen olor de Cristo." Por tu fe, y debido a esta fe, te convertirás en luz, levadura, sal, agente de renovación, de cambio, de curación, fuente de alegría, paz y felicidad, bendito instrumento de Dios para la construcción de un mundo mejor.

Miro a mi alrededor y pienso que algo está mal. ¿Cuántos cristianos, cuántos católicos, cuántas instituciones cristianas, cuántos creyentes realmente tienen esa clase de fe de que habla Jesús en los Evangelios? Nosotros, cristianos practicantes, sacerdotes y religiosos, obispos, cardenales, el Papa, ¿tenemos fe? ¿No tenemos más bien una dependencia hacia tradiciones anticuadas, creencias raras, dogmas incomprensibles que nos obstinamos en conservar tal cuales, a defender contra todo, a proclamarlas como verdades reveladas por Dios? ¿No estamos haciendo esto en la Eucaristía todos los domingos cuando decimos rápidamente y de memoria ese largo y complicado "¿Credo», pensando que contiene la expresión auténtica de la fe, cuando está amañado y es sólo un triste testimonio de argucias teológicas obsoletas y estériles?

Miro a mi alrededor y siempre veo una iglesia adherida a sus privilegios, que rodea y corteja los poderes de los grandes de este mundo; que sigue defendiendo sin concesiones su condición de única y verdadera religión que posee en exclusiva la verdad y la revelación de Dios.
Me vuelvo hacia el Evangelio y releo estas páginas: "Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, Dios será tu riqueza, y luego sígueme" (Lucas 18,22). "Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero este hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Lucas 9:58). "No se preocupen por lo que van a comer; ni por vuestro cuerpo pensando cómo se van a vestir" (Luc12, 22) "Los reyes de las naciones dominan y los que ejercen el poder son llamados bienhechores. Pero ustedes huyan de esto. Al contrario, que el mayor de ustedes se haga igual al más pequeño. Y el que mande se considere el servidor de todos "(Lucas 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridad material, sin poder, confiando en el amor de Dios que nos anima, así son los discípulos de Jesús de Nazaret. Sólo poseen su fe aquellos y aquellas que se adhieren a este estilo evangélico de vida. Sin fe, los discípulos serían "servidores inútiles" porque sin ella nada realmente se puede cambiar ni en su vida ni en el mundo.



Bruno Mori

( Traducción : Ernesto Baquer)




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