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Original en francés: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2013/08/entrer-par-la-porte-etrote-de-lamour.html.
Nunca son banales los textos evangélicos. El de hoy nos sorprende por su
carga contestataria y nos obliga a revisar nuestras posiciones. Alguien le pregunta
a Jesús ¿cuántos son los que se salvan? ¿Hay mucha afluencia a las puertas del
Paraíso? ¿Hay avalanchas, muchedumbres, embotellamientos, filas de espera como
en las puertas de los estadios en determinados partidos, o en un espectáculo de
los grandes cantantes... o bien pasa como los domingos de mañana en las puertas
de las iglesias, cuando sólo unos cuantos "originales" se animan a
entrar?
Quizá este hombre del evangelio había planteado ya la pregunta a los
rabinos o doctores de la ley de su tiempo, sin conseguir obtener una respuesta
que respondiera su curiosidad o calmara su miedo al más allá. Es una cuestión
que los hombres nos hemos planteado desde la noche de los tiempos, desde que
adquirimos la capacidad de pensar. Es la pregunta a la que nosotros mismos nos
enfrentamos a veces con angustia y ansiedad. ¿Qué será de mí después de mi
muerte? ¿Hay verdaderamente otra vida, una felicidad que me está reservada, un
"paraíso", ¿una Potencia, una Energía, un Dios que me conozca, me
espere, me ame, me reciba, en quien descubra el fundamento de mi ser y
encuentre finalmente la fuente y el medio de mi plenitud y mi descanso? ¿Es
real o imaginable la amenaza de una exclusión, una desaprobación, un fracaso
existencial definitivo que se llama comúnmente "infierno"?
¿O todo eso es sólo un mito, un sueño, un delirio, el producto de mi deseo,
una proyección o una construcción de mi espíritu que no quiere resignarse a la
muerte, que rechaza desaparecer para siempre jamás, en el vacío y la nada? ¿O
toda esa historia del paraíso y de la vida después de la muerte es sólo un
cuento de hadas inventado por las religiones y los sacerdotes para embaucar a
simples e ignorantes, a fin de atraerlos a sus santuarios, dominarlos,
explotarlos, con la promesa de una felicidad eterna que sólo ellos pueden
garantizar o con la amenaza de una condenación eterna que sólo ellos pueden
impedir?
Otra cuestión inquietante: si el paraíso existe de verdad, ¿es para todo el
mundo o sólo para ciertos privilegiados? ¿Seré yo del número de los elegidos o
de los rechazados? ¿Seré capaz de realizar en mi vida las condiciones
indispensables para esa salvación? ¿Estaré a la altura de las exigencias
necesarias para alcanzar la cualidad de vida que me permita heredar la
felicidad eterna? ¿Existe una elite a la que hay que pertenecer para tener
mejor posibilidad de obtener la vida eterna?
Jesús rehúsa responder directamente a la cuestión que el hombre le plantea
sobre la "cantidad" de salvados. Quizá Jesús no tenga probablemente
idea, pero sobre todo no quiere alentar una curiosidad inútil y absurda. En vez
de eso, pone toda su energía en disipar malentendidos, destruir prejuicios,
deshacer falsas convicciones; desmantelar dogmas y certezas que han distraído a
la gente y fueron establecidas por el sistema religioso de su tiempo, que él no
comparte y de las que quiere liberar a sus discípulos.
Jesús pretende que quede claro que para salvarse no es necesario, ni
suficiente, pertenecer a un pueblo particular, una raza, una cultura
determinada, una institución, una religión; incluso si esa religión, ese
pueblo, esa cultura son las del propio Jesús. Tú no irás al paraíso, nos dice
Jesús porque tú seas judío, cristiano, musulmán (tanto más cuando ninguna de
estas religiones condena a los fieles de otras a la condenación eterna); sino
que tú irás al Paraíso si Dios, ve en ti, judío, cristiano o musulmán, la
imagen y la sustancia de un hijo de Dios. Jesús de Nazaret habría podido estar
de acuerdo con el Dalai Lama actual que, preguntado sobre cuál era para él la
mejor religión respondió: "La mejor religión es la que hace mejor al
hombre".
Todos podemos creer tener derecho a golpear la puerta de Dios, y estar
convencidos que El nos conoce, que es de los nuestros, de nuestra familia,
porque frecuentamos la mezquita, la sinagoga, la iglesia, donde le ofrecemos el
culto de nuestra adoración, nuestra sumisión, nuestra plegaria, según los ritos
de nuestras religiones respectivas. Y esperamos que Dios nos abra
inmediatamente y nos haga entrar en su hermosa casa. Creemos que somos sus
amigos y tenemos bien merecidas su acogida y su benevolencia. Pensamos que no
sería amable de su parte hacernos languidecer a su puerta… y sin embargo ¡eso
es lo que pasa! Entonces, llenos de pánico, desde fuera, comenzamos a golpear
con insistencia: "Pero, Señor, ¿qué pasa? ¡Ábrenos!". Pero la puerta
sigue cerrada inexorablemente. Y desde el interior, la terrible respuesta de
Dios cae como una guillotina, para cortar y destruir definitivamente todas
nuestras falsas creencias: "No los conozco… No son de los míos… No sé
quiénes son".
Y buscamos desesperadamente defendernos, justificarnos: "Pero, Señor,
¡tú eres de los nuestros! Hemos comido y bebido en tu presencia, el Corán, la
Biblia, la Tora, están abiertos sobre la mesa, tenemos la metralleta sobre
nuestras rodillas, prontos a partir a la guerra para defender tu causa.
Innumerables los mártires que se han hecho saltar por los aires en tu honor y
en la esperanza de gozar de los bienes de tu casa. Hemos luchado y muerto, con
las armas en la mano, para testimoniarte nuestra adhesión y nuestra fidelidad.
Fuimos a las Cruzadas para conquistar tus lugares santos. Hemos construido
catedrales en tu honor y la Basílica de San Pedro de Roma para gloria del Papa,
tu representante en la tierra. Tú habitabas en nuestras iglesias y nuestros
tabernáculos. Has hecho milagros en favor nuestro, en Lourdes, en Fátima… Se
nos ha predicado y predicado durante siglos que debíamos pertenecer a la
iglesia, a tu iglesia, para ganar la salvación".
Pero El nos responderá: "Yo no sé quiénes son. Aléjense de mí,
hacedores de mal".
Finalmente, a los que golpean su puerta, Dios podría dirigirles estas
palabras: "Yo que soy el Amor Original, la Energía de Amor que sostiene y
guarda todo el universo en su existencia; yo, que soy la fuente del Amor que
busca inundarlo y transformarlo todo, no veo mis rasgos en vuestro rostro, no
los veo repletos de mi Espíritu. No tienen ninguna semejanza conmigo. No son de
mi familia. No son mis hijos. Porque no soy Yo, no es el Amor el que ha inflamado,
orientado vuestra vida y motivado vuestras acciones. Ustedes han vivido en la
rivalidad, la confrontación, la lucha por el poder, la búsqueda de vuestros
objetivos personales, en una religión sin alma, sin bondad, sin respeto, sin
tolerancia: en una religión que los ha enseñado a odiar más que a amar; en una
religión hecha sólo de miedos, coacciones, obligaciones, tabús, ritos, que les
han hecho olvidar el deber de mar… Ustedes no son las criaturas que, desde el
principio de los tiempos, he tratado de crear, cambiar y preparar para que me
ayudaran a hacer el cosmos más armonioso, más realizado, más amical y más
bello. ¿Qué han hecho ustedes del amor? Ustedes no han pasado por la puerta
estrecha, exigente del amor… la única que les habría permitido ser felices y
construir un paraíso en la tierra.
Queridos amigos, este texto del evangelio nos pone la carne de gallina. Lo
rompe todo. Nos enseña que ninguna institución religiosa tiene el monopolio, la
exclusividad de la salvación. Nos dice que lo importante para la salvación no
es pertenecer a una religión, sino pertenecer al amor. La salvación es para
todos aquellos y aquellas que aman, pertenezcan a cualquier raza, cultura,
religión: "Vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán
a la mesa en el Reino de Dios… y ustedes que se creían elegidos y escogidos
serán echados fuera…".
Bruno Mori
(traducción de Ernesto Baquer )
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