jeudi 1 décembre 2016

ENTRAR POR LA PUERTA ESTRECHA DEL AMOR - Lc. 13, 22-30

21° dom  to C

Nunca son banales los textos evangélicos. El de hoy nos sorprende por su carga contestataria y nos obliga a revisar nuestras posiciones. Alguien le pregunta a Jesús ¿cuántos son los que se salvan? ¿Hay mucha afluencia a las puertas del Paraíso? ¿Hay avalanchas, muchedumbres, embotellamientos, filas de espera como en las puertas de los estadios en determinados partidos, o en un espectáculo de los grandes cantantes... o bien pasa como los domingos de mañana en las puertas de las iglesias, cuando sólo unos cuantos "originales" se animan a entrar?

Quizá este hombre del evangelio había planteado ya la pregunta a los rabinos o doctores de la ley de su tiempo, sin conseguir obtener una respuesta que respondiera su curiosidad o calmara su miedo al más allá. Es una cuestión que los hombres nos hemos planteado desde la noche de los tiempos, desde que adquirimos la capacidad de pensar. Es la pregunta a la que nosotros mismos nos enfrentamos a veces con angustia y ansiedad. ¿Qué será de mí después de mi muerte? ¿Hay verdaderamente otra vida, una felicidad que me está reservada, un "paraíso", ¿una Potencia, una Energía, un Dios que me conozca, me espere, me ame, me reciba, en quien descubra el fundamento de mi ser y encuentre finalmente la fuente y el medio de mi plenitud y mi descanso? ¿Es real o imaginable la amenaza de una exclusión, una desaprobación, un fracaso existencial definitivo que se llama comúnmente "infierno"?

¿O todo eso es sólo un mito, un sueño, un delirio, el producto de mi deseo, una proyección o una construcción de mi espíritu que no quiere resignarse a la muerte, que rechaza desaparecer para siempre jamás, en el vacío y la nada? ¿O toda esa historia del paraíso y de la vida después de la muerte es sólo un cuento de hadas inventado por las religiones y los sacerdotes para embaucar a simples e ignorantes, a fin de atraerlos a sus santuarios, dominarlos, explotarlos, con la promesa de una felicidad eterna que sólo ellos pueden garantizar o con la amenaza de una condenación eterna que sólo ellos pueden impedir?

Otra cuestión inquietante: si el paraíso existe de verdad, ¿es para todo el mundo o sólo para ciertos privilegiados? ¿Seré yo del número de los elegidos o de los rechazados? ¿Seré capaz de realizar en mi vida las condiciones indispensables para esa salvación? ¿Estaré a la altura de las exigencias necesarias para alcanzar la cualidad de vida que me permita heredar la felicidad eterna? ¿Existe una elite a la que hay que pertenecer para tener mejor posibilidad de obtener la vida eterna?
Jesús rehúsa responder directamente a la cuestión que el hombre le plantea sobre la "cantidad" de salvados. Quizá Jesús no tenga probablemente idea, pero sobre todo no quiere alentar una curiosidad inútil y absurda. En vez de eso, pone toda su energía en disipar malentendidos, destruir prejuicios, deshacer falsas convicciones; desmantelar dogmas y certezas que han distraído a la gente y fueron establecidas por el sistema religioso de su tiempo, que él no comparte y de las que quiere liberar a sus discípulos.

Jesús pretende que quede claro que para salvarse no es necesario, ni suficiente, pertenecer a un pueblo particular, una raza, una cultura determinada, una institución, una religión; incluso si esa religión, ese pueblo, esa cultura son las del propio Jesús. Tú no irás al paraíso, nos dice Jesús porque tú seas judío, cristiano, musulmán (tanto más cuando ninguna de estas religiones condena a los fieles de otras a la condenación eterna); sino que tú irás al Paraíso si Dios, ve en ti, judío, cristiano o musulmán, la imagen y la sustancia de un hijo de Dios. Jesús de Nazaret habría podido estar de acuerdo con el Dalai Lama actual que, preguntado sobre cuál era para él la mejor religión respondió: "La mejor religión es la que hace mejor al hombre".

Todos podemos creer tener derecho a golpear la puerta de Dios, y estar convencidos que El nos conoce, que es de los nuestros, de nuestra familia, porque frecuentamos la mezquita, la sinagoga, la iglesia, donde le ofrecemos el culto de nuestra adoración, nuestra sumisión, nuestra plegaria, según los ritos de nuestras religiones respectivas. Y esperamos que Dios nos abra inmediatamente y nos haga entrar en su hermosa casa. Creemos que somos sus amigos y tenemos bien merecidas su acogida y su benevolencia. Pensamos que no sería amable de su parte hacernos languidecer a su puerta… y sin embargo ¡eso es lo que pasa! Entonces, llenos de pánico, desde fuera, comenzamos a golpear con insistencia: "Pero, Señor, ¿qué pasa? ¡Ábrenos!". Pero la puerta sigue cerrada inexorablemente. Y desde el interior, la terrible respuesta de Dios cae como una guillotina, para cortar y destruir definitivamente todas nuestras falsas creencias: "No los conozco… No son de los míos… No sé quiénes son".

Y buscamos desesperadamente defendernos, justificarnos: "Pero, Señor, ¡tú eres de los nuestros! Hemos comido y bebido en tu presencia, el Corán, la Biblia, la Tora, están abiertos sobre la mesa, tenemos la metralleta sobre nuestras rodillas, prontos a partir a la guerra para defender tu causa. Innumerables los mártires que se han hecho saltar por los aires en tu honor y en la esperanza de gozar de los bienes de tu casa. Hemos luchado y muerto, con las armas en la mano, para testimoniarte nuestra adhesión y nuestra fidelidad. Fuimos a las Cruzadas para conquistar tus lugares santos. Hemos construido catedrales en tu honor y la Basílica de San Pedro de Roma para gloria del Papa, tu representante en la tierra. Tú habitabas en nuestras iglesias y nuestros tabernáculos. Has hecho milagros en favor nuestro, en Lourdes, en Fátima… Se nos ha predicado y predicado durante siglos que debíamos pertenecer a la iglesia, a tu iglesia, para ganar la salvación".
Pero El nos responderá: "Yo no sé quiénes son. Aléjense de mí, hacedores de mal".

Finalmente, a los que golpean su puerta, Dios podría dirigirles estas palabras: "Yo que soy el Amor Original, la Energía de Amor que sostiene y guarda todo el universo en su existencia; yo, que soy la fuente del Amor que busca inundarlo y transformarlo todo, no veo mis rasgos en vuestro rostro, no los veo repletos de mi Espíritu. No tienen ninguna semejanza conmigo. No son de mi familia. No son mis hijos. Porque no soy Yo, no es el Amor el que ha inflamado, orientado vuestra vida y motivado vuestras acciones. Ustedes han vivido en la rivalidad, la confrontación, la lucha por el poder, la búsqueda de vuestros objetivos personales, en una religión sin alma, sin bondad, sin respeto, sin tolerancia: en una religión que los ha enseñado a odiar más que a amar; en una religión hecha sólo de miedos, coacciones, obligaciones, tabús, ritos, que les han hecho olvidar el deber de mar… Ustedes no son las criaturas que, desde el principio de los tiempos, he tratado de crear, cambiar y preparar para que me ayudaran a hacer el cosmos más armonioso, más realizado, más amical y más bello. ¿Qué han hecho ustedes del amor? Ustedes no han pasado por la puerta estrecha, exigente del amor… la única que les habría permitido ser felices y construir un paraíso en la tierra.

Queridos amigos, este texto del evangelio nos pone la carne de gallina. Lo rompe todo. Nos enseña que ninguna institución religiosa tiene el monopolio, la exclusividad de la salvación. Nos dice que lo importante para la salvación no es pertenecer a una religión, sino pertenecer al amor. La salvación es para todos aquellos y aquellas que aman, pertenezcan a cualquier raza, cultura, religión: "Vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur, y se sentarán a la mesa en el Reino de Dios… y ustedes que se creían elegidos y escogidos serán echados fuera…".

Bruno Mori

(traducción de Ernesto Baquer )

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