jeudi 1 décembre 2016

HIJO DEL HOMBRE… HIJO DE DIOS... Lc. 21, 25-36

  Primero domingo Adviento C


Este pasaje del evangelio de Lucas no es ciertamente de los que nos aseguran frente al porvenir. La Biblia utiliza este género literario llamado "apocalíptico" (del verbo griego apocaluptô que significa «levantar el velo», y que no se debe tomar literalmente) para describir tiempos de amargura, como guerras, ocupación extranjera, persecución. Evocan a los perseguidores bajo los rasgos de monstruos terroríficos, con un escenario catastrófico que los acompañan. Precisamente porque están escritos en tiempos de angustia, estos escritos buscan reconfortar a los creyentes y transmitirles razones para mantenerse y conservar el valor y la esperanza. En efecto, "levantan el velo", "revelan" el rostro escondido de la historia. Anuncian el plan de Dios que se encuentra siempre en la trama escondida de todo lo que sucede, la victoria final del bien contra el mal, y nos dicen que "Dios tendrá la última palabra". Así invitan a los creyentes a adoptar una actitud, no de espera pasiva, sino de participación activa y vigilante. El día a día debemos vivirlo a la luz de la esperanza.
Fundamentalmente, este es el mensaje que estos textos nos quieren transmitir. El mundo va de cambio en cambio, de conmoción en conmoción, en un proceso de transformación y evolución continuas que dura ya miles de años; proceso donde la muerte es necesaria para la vida, y donde la vida inevitablemente corre hacia la muerte; donde el fin de una era, una época, un mundo, no es más que el preludio que anuncia el surgimiento de nuevas convergencias, nuevas relaciones, de una nueva armonía cósmica, fundada en formas de vida más adaptadas, variadas, complejas, perfeccionadas, espiritualizadas. Finalmente, todas estas conmociones parecen tener una dirección; parecen anunciar la aparición de un perfeccionamiento último de la creación que, según los textos sagrados, se realizará con la venida de un "hijo del hombre": "Entonces se verá al hijo del hombre venir..."

Los cristianos que han leído estos textos identificaron este "hijo del hombre" con Jesús de Nazaret. ¿Por qué? Porque, a sus ojos, en Jesús se realizó el ideal del hombre perfecto. Jesús era para ellos la encarnación del hombre en su integridad; del hombre tal como debería ser si no hubiera sido corrompido por el mal; del hombre tal como es querido por Dios; del hombre restablecido en su estado de inocencia y autenticidad original; del hombre libre y liberado de los condicionamientos que lo extravían a veces lejos de su verdadera naturaleza. Jesús se mostró a los que lo conocieron y creyeron en él como una maravilla de humanidad; como la realización perfecta del prototipo humano. Para saber lo que es un ser humano de verdad, sano, certificado, tal como fue querido y pensado por Dios, hay que mirar a Jesús; hay que referirse a la humanidad del Hombre de Nazaret. Para los cristianos del evangelio de Juan, fue el procurador romano Poncio Pilato quien, sin saberlo, discernió mejor la verdadera naturaleza de Jesús, cuando lo presentó a la muchedumbre, diciendo: "Este es el hombre"!
A causa de su perfecta y asombrosa humanidad, de su fantástica dimensión humana, de su cautivante cualidad de hombre, Jesús fue considerado por sus discípulos como la persona humana que mejor respondía a la idea que Dios se hace del hombre; como la mejor realización de su Espíritu, como una maravilla divina, un donde del cielo, una gracia de lo alto para nuestro pobre mundo y, finalmente, un hombre en quien la proximidad, la comunión, la intimidad y la semejanza con Dios fueron tan impactantes que sus discípulos, desde el comienzo, no dudaron ver en él un ser predilecto de Dios y el "hijo de Dios" por excelencia. Finalmente, podemos decir que, porque Jesús es un perfecto hijo del hombre, es también un perfecto "hijo de Dios". Y es hijo de Dios porque es verdaderamente un hijo del hombre.
Eso significa que es la cualidad de nuestra humanidad lo que determina la cualidad de nuestra filiación divina y que, a su vez, para ser verdaderamente humanos, debemos vivir una relación filial con Dios. Eso significa que el verdadero hombre debe ante todo nacer como hijo de Dios para llegar a ser hijo del hombre, y que solamente a través de esta filiación divina construimos nuestra verdadera humanidad y nos realizamos en cuanto seres humanos. Jesús nos enseña que, para vivir como seres humanos, debemos consentir llegar a ser hijos de Dios, es decir nacer a la confianza en esa Fuente de Amor que se presenta como un Padre y que nos marca con la impronta de su Espíritu.
Esa es la gran revelación, el gran "apocalipsis" de la enseñanza de Jesús que encontramos en los evangelios: se nos ha dado a los hombres alcanzar un humanismo verdadero, realizarnos plenamente en cuanto personas "humanas" en una relación "filial" con Dios, hecha de confianza y amor. Jesús nos enseña que al convertirnos en hijos de Dios, llegamos a ser verdaderos hijos del hombre.
Entonces comprendemos la verdad de las últimas líneas de los evangelios de este día que nos dicen: "Estén despiertos y recen", es decir: entren en relación con Dios en la confianza y el amor y así será juzgados dignos de aparecer ante todo el mundo como "hijos del hombre" que saben mantenerse de pie.

Bruno Mori


(Traducción de   Ernesto  Baquer)

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