... O LA APERTURA CRISTIANA A OTRAS RELIGIONES
Original: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2014/01/epiphanie-chretienne-aux-autres.html.
El profeta Isaías
(tercer Isaías) escribe en el momento de la liberación y el retorno a Jerusalén
de los exiliados judíos, de Babilonia. Cuando los exiliados llegan a Israel,
encuentran sus ciudades en ruinas, sus campos abandonados o explotados por otros,
los muros de Jerusalén, la ciudad santa, derribados, y su templo, el lugar de
la presencia de Dios entre su pueblo, quemado. Esta realidad dramática los
desalentó totalmente. Entonces
concentraron sus esfuerzos y esperanzas sólo en la reconstrucción de sus casas
y en desmalezar sus campos, dejando a un lado la restauración del templo y, con
ello, la confianza en el retorno glorioso del Señor que traería a Israel la
salvación completa en un futuro próximo. En sus escritos, Isaías busca sostener
la esperanza y alentar la fe de su pueblo. Invita a poner su fe y su corazón en
el poder salvífico del Señor, que traerá un día la justicia y la paz. En el
texto, lleno de lirismo y poesía que la liturgia católica nos hace leer en la
Eucaristía de la fiesta de la Epifanía (Is 60,1-6), el profeta anuncia que un
día Jerusalén volverá a ser una ciudad espectacular, resplandeciente de luz; la
presencia de Dios como su rey, hará de ella una gran nación, hacia la cual se
volverán todas las miradas y ante la cual se prosternarán todos los pueblos de
la tierra. El profeta anuncia que Dios instaurará una nueva era para Israel,
una era en la que Dios reinará y serán destruidas todas las fuerzas del mal.
Esta visión profética
posee evidentemente una comprensión muy limitada de la acción salvífica de
Dios, porque supone que la promesa divina de salvación se realizará única y
exclusivamente a favor del pueblo de Israel y no de todos los pueblos de la
tierra.
San Pablo en su carta
a los Efesios, de la cual se lee un significativo extracto en la liturgia del
día de la Epifanía (3,2-3a,5-6), ampliará esta comprensión, afirmando que la
salvación venida de Dios a través de Jesús es para todos, tanto judíos como
paganos. El Plan de Dios, según Pablo, es llegar a formar, con todas las gentes
del planeta, un solo pueblo, una sola comunidad de creyentes, una sola iglesia,
un solo cuerpo, un solo organismo vivo capaz de comunicar a toda la creación la
vida, el amor y la salvación de Dios. La carta a los efesios quiere anunciar
que el plan escondido y misterioso de Dios, conocido por san Pablo por una
gracia especial, consiste en: La Buena Nueva de Jesús, judío y surgido de la
religión judía, también se dirige a los paganos y es igualmente eficaz para
ellos. También ellos son los herederos de las promesas, miembros del mismo
Cuerpo. Eso significa que Dios ha elegido revelarse a toda la humanidad, actuar
en todos, ser para todos fuente de realización, de felicidad y de salvación,
sin excepciones. Por tanto, ya no hay un pueblo elegido, a quien se le han
reservado las promesas.
El Evangelio de Mateo,
con la magnífica fábula de la estrella que guía a los Magos hasta la morada del
niño-Dios, proclamada en la fiesta de la Epifanía (Mt 2,1-12) confirma la
universalidad de la salvación de Dios. El evangelista, a través de este cuento
de extraordinaria carga simbólica, expresa el origen divino de Jesús y de su
obra restauradora en cuanto Mesías, rey de Israel, heredero del trono de David.
Por ello precisa exactamente el lugar donde Jesús nació (Belén, la ciudad de
David) y confirma, con citas sacadas del A.T. que la presencia del Niño de
Nazaret en la historia humana completa y realiza las palabras y las promesas de
los profetas. Por otra parte, el rechazo de este nacimiento por parte de las
autoridades políticas (Herodes) y religiosas (sumos sacerdotes y escribas)
judías, y la alegría desbordante de los Magos venidos de Oriente, son ya
presagio y anuncio del carácter universal de la misión de Jesús, de la apertura
del Evangelio a los paganos y de su inserción, posible desde entones, en la
comunidad cristiana.
Entonces, la Epifanía
del Señor quiere confesar nuestra fe en un Dios que se manifiesta a toda la
humanidad, que se hace presente en todas las culturas, que actúa en todos sin
distinción y que invita a la comunidad de los creyentes a abrir sus puertas al
pluralismo y a las necesidades del mundo de hoy.
Y así, el mensaje de
la Epifanía está totalmente de acuerdo con la nueva sensibilidad y la nueva
mentalidad de los cristianos de hoy. En una sociedad como la nuestra,
profundamente marcada por el pluralismo religioso, la forma de percibir la
"misión", el "misionero" y el sentido del
"universalismo cristiano" han cambiado profundamente. Hasta tiempo
relativamente recientes, realizar "obra misionera" era sinónimo de
"hacer proselitismo", de "convertir al cristianismo a indios,
africanos, chinos… por todos los medios posibles, porque lo que estaba en juego
era la salvación de esas pobres gentes. Hoy felizmente han cambiado las
mentalidades; incluso nosotros, los cristianos, somos incapaces de aceptar tal
actitud, al igual que el principio teológico que la sustentaba: "Fuera de
la Iglesia católica no hay salvación"; proclamada durante siglos por la
teología católica e impuesta casi como un dogma de fe. Hubo un tiempo, en
efecto, en que los cristianos nos creíamos el nuevo pueblo elegido de Dios;
creíamos que nuestra religión era la mejor, la única verdadera, buena, querida
y aceptada por Dios, y destinada a ser la única religión para todos los hombres
del planeta. Creíamos que, en el plan de Dios, los otros pueblos no cristianos
estaban llamados a abandonar su religión ancestral para refugiarse, desnudos y
despojados de toda su herencia cultural y religiosa, en el seno de la Madre
Iglesia Católica… Así, pronto o tarde, el mundo sería el verdadero rebaño:
"un solo rebaño bajo un solo pastor".
La fiesta de hoy,
viene pues a esclarecer y ponerlo todo en su justa perspectiva; nos ayuda a
relativizar el contenido de nuestros dogmas. Nos invita a dejar de lado
nuestros prejuicios, nuestros aires de superioridad, nuestra pretensión de
tener la exclusiva de la verdad; prejuicios creados en nosotros por la
ignorancia, y aceptémoslo, por una forma de intolerancia y fanatismo que son
las llagas que acechan todo movimiento espiritual cuando se transforma en
religión instituida.
Bruno Mori
(Texto traducido por Ernesto Baquer
)
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