vendredi 30 décembre 2016

EPIFANIA... Mt.2, 1-12

 ... http://brunomori39.blogspot.com.uy/2014_01_01_archive.htmlO LA APERTURA CRISTIANA A OTRAS RELIGIONES

Original: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2014/01/epiphanie-chretienne-aux-autres.html


El profeta Isaías (tercer Isaías) escribe en el momento de la liberación y el retorno a Jerusalén de los exiliados judíos, de Babilonia. Cuando los exiliados llegan a Israel, encuentran sus ciudades en ruinas, sus campos abandonados o explotados por otros, los muros de Jerusalén, la ciudad santa, derribados, y su templo, el lugar de la presencia de Dios entre su pueblo, quemado. Esta realidad dramática los desalentó totalmente.  Entonces concentraron sus esfuerzos y esperanzas sólo en la reconstrucción de sus casas y en desmalezar sus campos, dejando a un lado la restauración del templo y, con ello, la confianza en el retorno glorioso del Señor que traería a Israel la salvación completa en un futuro próximo. En sus escritos, Isaías busca sostener la esperanza y alentar la fe de su pueblo. Invita a poner su fe y su corazón en el poder salvífico del Señor, que traerá un día la justicia y la paz. En el texto, lleno de lirismo y poesía que la liturgia católica nos hace leer en la Eucaristía de la fiesta de la Epifanía (Is 60,1-6), el profeta anuncia que un día Jerusalén volverá a ser una ciudad espectacular, resplandeciente de luz; la presencia de Dios como su rey, hará de ella una gran nación, hacia la cual se volverán todas las miradas y ante la cual se prosternarán todos los pueblos de la tierra. El profeta anuncia que Dios instaurará una nueva era para Israel, una era en la que Dios reinará y serán destruidas todas las fuerzas del mal.

Esta visión profética posee evidentemente una comprensión muy limitada de la acción salvífica de Dios, porque supone que la promesa divina de salvación se realizará única y exclusivamente a favor del pueblo de Israel y no de todos los pueblos de la tierra.
San Pablo en su carta a los Efesios, de la cual se lee un significativo extracto en la liturgia del día de la Epifanía (3,2-3a,5-6), ampliará esta comprensión, afirmando que la salvación venida de Dios a través de Jesús es para todos, tanto judíos como paganos. El Plan de Dios, según Pablo, es llegar a formar, con todas las gentes del planeta, un solo pueblo, una sola comunidad de creyentes, una sola iglesia, un solo cuerpo, un solo organismo vivo capaz de comunicar a toda la creación la vida, el amor y la salvación de Dios. La carta a los efesios quiere anunciar que el plan escondido y misterioso de Dios, conocido por san Pablo por una gracia especial, consiste en: La Buena Nueva de Jesús, judío y surgido de la religión judía, también se dirige a los paganos y es igualmente eficaz para ellos. También ellos son los herederos de las promesas, miembros del mismo Cuerpo. Eso significa que Dios ha elegido revelarse a toda la humanidad, actuar en todos, ser para todos fuente de realización, de felicidad y de salvación, sin excepciones. Por tanto, ya no hay un pueblo elegido, a quien se le han reservado las promesas.

El Evangelio de Mateo, con la magnífica fábula de la estrella que guía a los Magos hasta la morada del niño-Dios, proclamada en la fiesta de la Epifanía (Mt 2,1-12) confirma la universalidad de la salvación de Dios. El evangelista, a través de este cuento de extraordinaria carga simbólica, expresa el origen divino de Jesús y de su obra restauradora en cuanto Mesías, rey de Israel, heredero del trono de David. Por ello precisa exactamente el lugar donde Jesús nació (Belén, la ciudad de David) y confirma, con citas sacadas del A.T. que la presencia del Niño de Nazaret en la historia humana completa y realiza las palabras y las promesas de los profetas. Por otra parte, el rechazo de este nacimiento por parte de las autoridades políticas (Herodes) y religiosas (sumos sacerdotes y escribas) judías, y la alegría desbordante de los Magos venidos de Oriente, son ya presagio y anuncio del carácter universal de la misión de Jesús, de la apertura del Evangelio a los paganos y de su inserción, posible desde entones, en la comunidad cristiana.

Entonces, la Epifanía del Señor quiere confesar nuestra fe en un Dios que se manifiesta a toda la humanidad, que se hace presente en todas las culturas, que actúa en todos sin distinción y que invita a la comunidad de los creyentes a abrir sus puertas al pluralismo y a las necesidades del mundo de hoy.
Y así, el mensaje de la Epifanía está totalmente de acuerdo con la nueva sensibilidad y la nueva mentalidad de los cristianos de hoy. En una sociedad como la nuestra, profundamente marcada por el pluralismo religioso, la forma de percibir la "misión", el "misionero" y el sentido del "universalismo cristiano" han cambiado profundamente. Hasta tiempo relativamente recientes, realizar "obra misionera" era sinónimo de "hacer proselitismo", de "convertir al cristianismo a indios, africanos, chinos… por todos los medios posibles, porque lo que estaba en juego era la salvación de esas pobres gentes. Hoy felizmente han cambiado las mentalidades; incluso nosotros, los cristianos, somos incapaces de aceptar tal actitud, al igual que el principio teológico que la sustentaba: "Fuera de la Iglesia católica no hay salvación"; proclamada durante siglos por la teología católica e impuesta casi como un dogma de fe. Hubo un tiempo, en efecto, en que los cristianos nos creíamos el nuevo pueblo elegido de Dios; creíamos que nuestra religión era la mejor, la única verdadera, buena, querida y aceptada por Dios, y destinada a ser la única religión para todos los hombres del planeta. Creíamos que, en el plan de Dios, los otros pueblos no cristianos estaban llamados a abandonar su religión ancestral para refugiarse, desnudos y despojados de toda su herencia cultural y religiosa, en el seno de la Madre Iglesia Católica… Así, pronto o tarde, el mundo sería el verdadero rebaño: "un solo rebaño bajo un solo pastor".

La fiesta de hoy, viene pues a esclarecer y ponerlo todo en su justa perspectiva; nos ayuda a relativizar el contenido de nuestros dogmas. Nos invita a dejar de lado nuestros prejuicios, nuestros aires de superioridad, nuestra pretensión de tener la exclusiva de la verdad; prejuicios creados en nosotros por la ignorancia, y aceptémoslo, por una forma de intolerancia y fanatismo que son las llagas que acechan todo movimiento espiritual cuando se transforma en religión instituida.

Bruno Mori

(Texto traducido por Ernesto Baquer  )

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