vendredi 30 décembre 2016

VENGAN A MI TODOS LOS QUE SUFREN CON SU CARGA... Mt.11,28-30

... el secreto revelado a los pequeños

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Si Jesús constituye un escalón de capital importancia en la evolución de la raza humana hacia un nivel más elevado de humanidad, es debido a que este hombre, más que nadie antes que él, ha tenido conciencia de ser portador privilegiado de la presencia de lo divino en el mundo: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo le plazca revelarlo". Es Jesús quien reveló a la humanidad que Dios es una Energía y un Espíritu bueno y benévolo que no está fuera de lo que existe, sino que empapa con su presencia y sus virtualidades el Universo entero. Jesús nos enseñó que el Espíritu de Dios se manifiesta y actúa con una fuerza especial en el ser humano que es su encarnación y su manifestación más completa. En esto consiste el "secreto" de que Jesús habla en este pasaje del evangelio que, según él, está cerrado a los sabios e inteligentes y sólo accesible a los sencillos y los pequeños.

Los sabios e inteligentes en tiempos de Jesús son los que se lo creen, son la elite de la sociedad: los escribas, especialistas de la Biblia, los sacerdotes, los aristócratas, la gente cultivada, los que están en los engranajes del sistema político-religioso. Son todos los que, a la sombra de las estructuras políticas y económicas, tiran los hilos del mundo que les sirve de mesa de apuestas. Todos aquellos cuyo salario, tren de vida, arrogancia y desprecio son un insulto permanente al pueblo de los pobres cuyo trabajo y miseria explotan.

Del otro lado, los "pequeñitos", dice el texto. Aquí podemos comprender la palabra "pequeñitos" en el sentido de "niños": los que no tienen la palabra ni el derecho a la palabra. En tiempos de Jesús eran todos los miserables que vemos apretujarse a su alrededor: mujeres, niños, enfermos de toda clase, mudos, ciegos, lisiados, epilépticos, leprosos; todos esos pobres en medios materiales e intelectuales que son considerados un peso inútil para la sociedad, porque no producen, no están en el sistema, porque son incapaces de insertarse en una sociedad que los excluye y los castiga; que sólo tienen derecho a callarse y aguantar; que no son nada porque no poseen nada: ni educación, ni cultura, ni dinero, ni poder y por tanto ni valor ni dignidad; que no tienen status social porque no tienen las condiciones para sentarse en la mesa de la gente "bien" que determina la suerte de este mundo.
Es todo ese mundo que se apretuja alrededor del profeta de Galilea, porque tiene para ellos un mensaje de esperanza, de liberación. Porque todos esos pobres y pequeños encuentran en él, no sólo su portavoz y defensor, sino quien los hace crecer, los valora, les hace descubrir su dignidad y les revela el secreto de la verdadera grandeza humana. Es que les anuncia que la grandeza de la persona consiste en tomar conciencia que el Espíritu de Dios habita en ellos y en la respuesta que den a esa divina presencia. Enseña que el valor de la persona no está en tener, sino en ser. No en la calidad de "bienes" que consigan recibir y acumular, sino en el "bien" y la felicidad que sean capaces de crear, dar y compartir.

El nos revela que todos somos hijos de Dios y que, en consecuencia, Dios nos ama a todos en la individualidad de cada persona. Que para Dios todos sus hijos son iguales en dignidad, en valor y en amor. Que para Dios no hay diferencias de raza, status social, cultura, nacionalidad, religión. A sus ojos todos tenemos la misma importancia; para él cada uno de nosotros es especial, genial, super, extraordinario, maravilloso. Porque somos el producto de su amor. Todos y cada uno somos el lugar de su manifestación en el mundo. Todos estamos animados por la Energía de su amor, que, actuando en las profundidades de nuestro ser nos estructura en cuanto humanos y personas llamadas a convertirnos en los relevos del amor en este mundo. Y si es la capacidad de amar, de darse, de preocuparse por los otros, de compartir, de acoger, de soportar, de sufrir… lo que constituye y determina la calidad de nuestra humanidad y por tanto la grandeza y la nobleza de nuestra persona, entonces Jesús nos dice que son los pobres, los pequeños, los humildes, los dulces, los que tienen hambre y sed de justicia y de amor, los excluidos y perseguidos, los que lloran, son ellos los que tienen, a los ojos de Dios, la mejor posibilidad de conseguir y realizar su existencia.

El secreto de la verdadera grandeza humana está sin embargo "escondido" para los grandes y poderosos de este mundo. Porque esta grandeza esta medida con el metro  del amor, del darse, del interés por el otro, del respeto, del compartir, así como los grandes y poderosos  de este mundo miden el éxito de su existencia con la medida del poder,  de la potencia, del lucro y del dinero. El metro de Jesús es incomprensible para ellos; y al ser refractarios a su Espíritu, les falta la llave capaz de abrir las puertas de acceso a su Reino. Al no ser ni tener más que su poder, sus bienes y su dinero, los poderosos de este mundo se condenan a vivir una vida a ras del suelo, emponzoñada por la angustia y el miedo a perder un bien ilusorio y una bien amarga felicidad.

A lo largo de su existencia jamás los hombres podremos encontrar el reposo y la paz interior, apegándonos a las cosas, sobre todo si ese apego es tan demencial y ciego que llega a ser total y exclusivo.
Jesús promete la paz y el reposo del alma a los que van hacia él y que, habiendo recuperado su corazón de niño, viven en la confianza en ese amor divino que los quiere y los acepta con la pobreza, las cargas, los límites y las debilidades de su vida. Un amor depositado por Dios mismo en las profundidades de nuestro ser, como una corriente en la que debemos echar a navegar la barquilla de nuestra existencia.

"Vengan a mí, háganse mis discípulos, todos los que penan bajo el peso y las cargas de la vida… yo les daré el descanso… Lo que ustedes sobrellevan no es un yugo penoso, es el espíritu de Dios, es un espíritu de amor; y el amor es fácil de llevar y su carga es ligera".
¿En las peripecias de nuestro recorrido, seremos capaz de atracar la barca de nuestra existencia en ese remanso de paz, donde podamos encontrar por fin refugio y descanso?

Bruno Mori   -   Traducción: Ernesto Baquer 

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