vendredi 30 décembre 2016

EPIFANIA

¿QUÉ  ES ESO? UNA REVELACIÓN QUE LO TRASTOCA TODO




Epifanía significa manifestación. Es una de las fiestas cristianas más antiguas. Todavía más antigua que la fiesta de Navidad que, oficialmente, sólo comenzó a celebrarse a partir del siglo V, para reemplazar la fiesta pagana dedicada al Dios Sol, con la que se celebraba el solsticio de invierno. Para los cristianos, el repunte de los días más largos y la de una luz más intensa y prolongada, comenzaron a simbolizar la venida de Jesús, la verdadera luz que disipó las tinieblas de la falta y el mal. En cambio, la fiesta del Bautismo de Jesús, donde Dios lo presenta como hijo queridísimo y como el Mesías elegido para manifestarse en el mundo, se celebraban ya en Oriente, desde el siglo II.
Los primeros cristianos, dispersados en un mundo pagano, que tenía por costumbre celebrar en templos y cultos paganos, toda clase de intervenciones de las divinidades, sintieron en seguida la necesidad de oponer a esas manifestaciones paganas, la única manifestación que consideraban como la verdadera y auténtica revelación de Dios al mundo: Jesús de Nazaret, hijo de María. Eligieron tres acontecimientos de la vida de Jesús, preferentemente a otros, para expresar la fe cristiana en la revelación de Dios a través de la humanidad de Jesús: la visita de los Magos al niño Jesús, el bautismo de Jesús en el Jordán, y el milagro de Jesús en las bodas de Caná de Galilea, donde cambió el agua en vino.

A los cristianos siempre nos impresionó el misterio de Dios que Jesús había revelado como presente y activo, no sólo en el mundo, sino también y sobre todo en nuestras vidas. "El Reino de Dios está en ustedes", decía Jesús. Y por tanto sintieron la necesidad de celebrar de una manera especialmente intensa el misterio de esta presencia y manifestación. Para nosotros, Dios ya no es ahora un ser lejano, secreto, inaccesible, sino un Dios que salió de su eternidad, que irrumpió en el mundo de los hombres y que entró en nuestra historia. Para los cristianos Dios se aproximó a nosotros; se manifestó en los gestos de nuestra condición humana, a través de la presencia, la acción, las palabras y la vida de Jesús.

Para los cristianos, Jesús es quien nos muestra el rostro de Dios; es la imagen más perfecta de Dios; es en quien el Espíritu de Dios actúa en el mundo de la manera más completa y perfecta. Para los cristianos Jesús es el signo visible y el sacramento de la presencia de Dios en el mundo. Quien ve a Jesús vivir y actuar, tiene ante los ojos el modelo más realizado del hombre salvado, transformado, liberado y divinizado. Tiene ante los ojos la más sublime realización de humanidad… el prototipo del hombre convertido en "hijo de Dios". Juan, el evangelista, expresa esta fe de los cristianos en la respuesta de Jesús a Felipe cuando éste le pide que le presente a Dios, su Padre: "Felipe, ¿no sabes que el que me ve a mí, ve al Padre?" Jesús se convierte en el prototipo, la imagen de todos los místicos, todos los santos, los salvados, los rescatados, de todos los que construyen su vida en la certeza de la existencia y la presencia de Dios; y de todos los y las que, de esta convicción y de esta fe extraen su fuerza, su alegría de vivir, el sentimiento de su dignidad, su valor, su grandeza y el sentido de su existencia. Desde entonces, todos somos, como Jesús, hijos queridos en quien Dios ha puesto su amor y su complacencia y sobre quienes ha hecho descender su Espíritu. Es el misterio que conmemora la escena del bautismo de Jesús.

Hijos de Dios, testigos vivientes de su presencia en el mundo; manifestación de su poder que cura, salva y transforma el corazón de todos los que confían y se apoyan en él, eso es que nosotros también, como Jesús, podemos cambiar el agua en vino, es decir transformar este mundo en algo más bebible, más agradable y mejor. Hijos de Dios, animados por su Espíritu, estimulados y guiados por el ejemplo y las palabras de Jesús, nos convertimos realmente en agentes de la renovación del mundo y de la sociedad en que vivimos. Nos convertimos en los constructores del Reino de Dios en la tierra. Nuestro trabajo consiste en ser las manos y los útiles que Dios utiliza para cumplir el milagro de la transformación y de la salud del mundo. Gracias a nosotros y a través nuestro, poco a poco, las tinieblas se transforman en luz, el odio en amor, la crueldad en compasión, la venganza en perdón, el egoísmo en generosidad, el poder en servicio, la violencia en ternura, la desesperación en esperanza, el miedo y la angustia en paz y serenidad, el pecado en gracia y la muerte en vida. Sí, en la mesa de la existencia donde nosotros, cristianos, estamos sentados, asistimos ahora al milagro de la transformación del agua en vino y nos convertimos en testigos de los “signos” de las “bodas” de Dios con nuestro mundo.

La Epifanía es la fiesta del universalismo cristiano. En adelante los cristianos tenemos la certeza de que Dios ya no es el Dios de un pueblo particular (como creían los judíos), porque el Dios revelado por Jesús, es un Dios universal, que ama a todas sus criaturas sin distinción de religión, raza y culturas, y que quiere salvar a todos, porque todos son sus hijos. Este carácter universal de Dios y de la salvación proclamado por Jesús, es particularmente evidente en el relato de Mateo sobre los Magos. Estos personajes misteriosos que vienen del Oriente, del país donde se levanta el sol, es decir de un país lejano, son paganos; no pertenecen al pueblo judío; sin embargo a diferencia de los judíos, reconocen en el niño Jesús al Mesías, al Salvador.

            El objetivo del evangelio de los magos en Mateo no es sólo explicar que la presencia de Jesús en medio de nosotros realiza las profecías antiguas de un mesías que aportaría la luz y la salvación a todas las naciones de la tierra. Quiere también proclamar que Jesús es la revelación de Dios en medio de nosotros y que su palabra y su presencia son una luz que lleva a la iluminación y la salvación de todos los que tienen fe en él. El evangelio anuncia que todos los que tengan fe, que se dejen conducir por la estrella que brilla en el cielo de su alma, entrarán allí donde se encuentra su verdadera felicidad. El evangelio de este día nos dice pues, que los que saben escuchar las aspiraciones profundas de su corazón, que se atreven a abandonar las seguridades adquiridas, que buscan nuevas respuestas a sus deseos y aspiraciones, que se arriesgan a viajar a otro país espiritual y a la incomodidad de una nueva adaptación en su fe, a éstos se les dará llegar un día, en el asombro y la alegría, a los pies de Aquel capaz de salvarlos. Como los Magos, que, después de tantas peripecias, llegan finalmente al habitáculo de María y del Niño.
Bruno Mori

Texto traducido por Ernesto Baquer 

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