¿QUÉ ES ESO? UNA REVELACIÓN QUE LO TRASTOCA TODO
Epifanía significa manifestación.
Es una de las fiestas cristianas más antiguas. Todavía más antigua que la
fiesta de Navidad que, oficialmente, sólo comenzó a celebrarse a partir del
siglo V, para reemplazar la fiesta pagana dedicada al Dios Sol, con la que se
celebraba el solsticio de invierno. Para los cristianos, el repunte de los días
más largos y la de una luz más intensa y prolongada, comenzaron a simbolizar la
venida de Jesús, la verdadera luz que disipó las tinieblas de la falta y el
mal. En cambio, la fiesta del Bautismo de Jesús, donde Dios lo presenta como
hijo queridísimo y como el Mesías elegido para manifestarse en el mundo, se
celebraban ya en Oriente, desde el siglo II.
Los primeros cristianos, dispersados en un mundo pagano, que tenía por
costumbre celebrar en templos y cultos paganos, toda clase de intervenciones de
las divinidades, sintieron en seguida la necesidad de oponer a esas
manifestaciones paganas, la única manifestación que consideraban como la
verdadera y auténtica revelación de Dios al mundo: Jesús de Nazaret, hijo de
María. Eligieron tres acontecimientos de la vida de Jesús, preferentemente a
otros, para expresar la fe cristiana en la revelación de Dios a través de la
humanidad de Jesús: la visita de los Magos al niño Jesús, el bautismo de Jesús
en el Jordán, y el milagro de Jesús en las bodas de Caná de Galilea, donde
cambió el agua en vino.
A los cristianos siempre nos impresionó el misterio de Dios que Jesús había
revelado como presente y activo, no sólo en el mundo, sino también y sobre todo
en nuestras vidas. "El Reino de Dios está en ustedes", decía Jesús. Y
por tanto sintieron la necesidad de celebrar de una manera especialmente
intensa el misterio de esta presencia y manifestación. Para nosotros, Dios ya
no es ahora un ser lejano, secreto, inaccesible, sino un Dios que salió de su
eternidad, que irrumpió en el mundo de los hombres y que entró en nuestra
historia. Para los cristianos Dios se aproximó a nosotros; se manifestó en los
gestos de nuestra condición humana, a través de la presencia, la acción, las
palabras y la vida de Jesús.
Para los cristianos, Jesús es quien nos muestra el rostro de Dios; es la
imagen más perfecta de Dios; es en quien el Espíritu de Dios actúa en el mundo
de la manera más completa y perfecta. Para los cristianos Jesús es el signo
visible y el sacramento de la presencia de Dios en el mundo. Quien ve a Jesús
vivir y actuar, tiene ante los ojos el modelo más realizado del hombre salvado,
transformado, liberado y divinizado. Tiene ante los ojos la más sublime
realización de humanidad… el prototipo del hombre convertido en "hijo de
Dios". Juan, el evangelista, expresa esta fe de los cristianos en la
respuesta de Jesús a Felipe cuando éste le pide que le presente a Dios, su
Padre: "Felipe, ¿no sabes que el que me ve a mí, ve al Padre?" Jesús
se convierte en el prototipo, la imagen de todos los místicos, todos los
santos, los salvados, los rescatados, de todos los que construyen su vida en la
certeza de la existencia y la presencia de Dios; y de todos los y las que, de
esta convicción y de esta fe extraen su fuerza, su alegría de vivir, el sentimiento
de su dignidad, su valor, su grandeza y el sentido de su existencia. Desde
entonces, todos somos, como Jesús, hijos queridos en quien Dios ha puesto su
amor y su complacencia y sobre quienes ha hecho descender su Espíritu. Es el
misterio que conmemora la escena del bautismo de Jesús.
Hijos de Dios, testigos vivientes de su presencia en el mundo;
manifestación de su poder que cura, salva y transforma el corazón de todos los
que confían y se apoyan en él, eso es que nosotros también, como Jesús, podemos
cambiar el agua en vino, es decir transformar este mundo en algo más bebible,
más agradable y mejor. Hijos de Dios, animados por su Espíritu, estimulados y
guiados por el ejemplo y las palabras de Jesús, nos convertimos realmente en
agentes de la renovación del mundo y de la sociedad en que vivimos. Nos
convertimos en los constructores del Reino de Dios en la tierra. Nuestro
trabajo consiste en ser las manos y los útiles que Dios utiliza para cumplir el
milagro de la transformación y de la salud del mundo. Gracias a nosotros y a
través nuestro, poco a poco, las tinieblas se transforman en luz, el odio en
amor, la crueldad en compasión, la venganza en perdón, el egoísmo en
generosidad, el poder en servicio, la violencia en ternura, la desesperación en
esperanza, el miedo y la angustia en paz y serenidad, el pecado en gracia y la
muerte en vida. Sí, en la mesa de la existencia donde nosotros, cristianos,
estamos sentados, asistimos ahora al milagro de la transformación del agua en
vino y nos convertimos en testigos de los “signos” de las “bodas” de Dios con
nuestro mundo.
La Epifanía es la fiesta del universalismo cristiano. En adelante los
cristianos tenemos la certeza de que Dios ya no es el Dios de un pueblo
particular (como creían los judíos), porque el Dios revelado por Jesús, es un
Dios universal, que ama a todas sus criaturas sin distinción de religión, raza
y culturas, y que quiere salvar a todos, porque todos son sus hijos. Este
carácter universal de Dios y de la salvación proclamado por Jesús, es particularmente
evidente en el relato de Mateo sobre los Magos. Estos personajes misteriosos
que vienen del Oriente, del país donde se levanta el sol, es decir de un país
lejano, son paganos; no pertenecen al pueblo judío; sin embargo a diferencia de
los judíos, reconocen en el niño Jesús al Mesías, al Salvador.
El objetivo del evangelio
de los magos en Mateo no es sólo explicar que la presencia de Jesús en medio de
nosotros realiza las profecías antiguas de un mesías que aportaría la luz y la
salvación a todas las naciones de la tierra. Quiere también proclamar que Jesús
es la revelación de Dios en medio de nosotros y que su palabra y su presencia
son una luz que lleva a la iluminación y la salvación de todos los que tienen
fe en él. El evangelio anuncia que todos los que tengan fe, que se dejen
conducir por la estrella que brilla en el cielo de su alma, entrarán allí donde
se encuentra su verdadera felicidad. El evangelio de este día nos dice pues,
que los que saben escuchar las aspiraciones profundas de su corazón, que se
atreven a abandonar las seguridades adquiridas, que buscan nuevas respuestas a
sus deseos y aspiraciones, que se arriesgan a viajar a otro país espiritual y a
la incomodidad de una nueva adaptación en su fe, a éstos se les dará llegar un
día, en el asombro y la alegría, a los pies de Aquel capaz de salvarlos. Como
los Magos, que, después de tantas peripecias, llegan finalmente al habitáculo
de María y del Niño.
Bruno Mori
Texto traducido por Ernesto Baquer
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