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Llegamos a la historia del rico y del pobre Lázaro: del rico, no
sabemos gran cosa, no se dice que sea especialmente malo. Al contrario, piensa
incluso algo tarde, en salvar a sus hermanos del infierno. Simplemente, está en
su mundo, su confort, su torre de marfil. No tiene nombre. Se identifica sólo
por lo que tiene: lleva vestidos lujosos y celebra festines suntuosos. Es un
ser sin rostro y sin relaciones, porque son las relaciones no que nos
identifican como personas. Para él, los otros no existen. No los ve. Está tan
vuelto y encerrado en sí mismo, que ni ve, en su puerta, al mendigo que muere
de hambre. Está totalmente cegado por el esplendor de su riqueza e indiferente
e insensible a la miseria del mundo.
El mendigo sí, tiene un nombre "Lázaro", que quiere decir
"Dios ayuda", lo que es todo un programa: Dios lo ayuda, no porque
sea virtuoso, no sabemos nada, sino porque es pobre, simplemente. Quizá ésta
sea la primera sorpresa de Jesús a sus oyentes, al contarles esta parábola.
Porque la historia ya la conocían: era un cuento bien conocido que venía de
Egipto. Donde los dos personajes eran un rico lleno de pecados y un pobre lleno
de virtudes. Al llegar al más allá, los dos pasaban por la balanza: se pesaban
sus buenas y malas acciones. En el fondo, esta historieta no molestaba a nadie:
los buenos, ricos o pobres, eran recompensados… los malos, ricos o pobres
castigados. Todo estaba en orden.
Jesús cambia bastante esa lógica: no calcula los méritos ni las
buenas acciones; porque no se dice en ninguna parte que Lázaro sea virtuoso y
el rico malo; Jesús constata sólo que el rico siguió rico durante su vida,
mientras el pobre a su puerta seguía pobre: es decir el abismo de indiferencia
o de ceguera abierto entre el rico y el pobre, simplemente porque el rico nunca
entreabrió su portal al pobre. Por tanto, Jesús no condena la riqueza, sino la
indiferencia, la insensibilidad, el egoísmo, el no compartir… "Tú tenías y
lo guardaste todo para ti: tú sabías que había alguien pidiendo a tu puerta, y
no has querido verlo… ¡¡¡Esa es la falta, el pecado, el drama!!! Ahí está
condenado de una vez por todas, nuestro capitalismo salvaje, la ley de la
ganancia a cualquier precio, y sin importar qué precio, del consumo
indiscriminado y desenfrenado que caracteriza la política comercial y la
economía de nuestra sociedad moderna. Esa es la causa de las disparidades
flagrantes y generalizadas que existen en nuestro mundo, en el que una pequeñísima
minoría de ricos, constituida por multinacionales, potencias financieras,
controlan y explotan 3/4 partes de los recursos y las riquezas del planeta,
dejando al resto de la población mundial en un estado de pobreza y desamparo
crónicos.
Jesús nos enseña aquí lo que las ciencias de la tierra y de la vida
sobre el planeta nos dicen desde siempre: la ley fundamental del universo no es
la competencia, el acaparar, el todo para mí y tanto peor para los demás; no es
ascender, crecer, enriquecerse sobre las espaldas de los otros, sino la
cooperación, el compartir, buscar la participación del mayor número posible, la
solicitud y la preocupación por todo lo que nos rodea… Porque estos son los
comportamientos que producen el enriquecimiento verdadero, además de ser
justos, universales y equitativos. Todas las energías del mundo, todos los
seres vivos, desde las bacterias a los seres más complejos, todos somos
interdependientes y sólo vivimos porque intercambiamos y compartimos. Una red
de conexiones y lazos nos unen por todas partes, y hace de todo lo que existe
sobre este planeta, seres cooperativos y solidarios.
Gracias a las conexiones y a la interdependencia de todos los seres
de la naturaleza (el equilibrio de los ecosistemas) la humanidad ha podido
vivir hasta ahora, y sólo si es capaz de mantener dichas conexiones, esperamos
poder tener un futuro.
En lugar de los intercambios y el comercio competitivo
en el cual sólo gana uno en detrimento de todos los demás, debemos promover
intercambios y un mercado de complementariedad y cooperación y, por qué no, de
solidaridad y ayuda. Para vivir humanamente hemos inventado la economía, la
política, la cultura, la ética y la religión. Pero hemos corrompido y deformado
esas realidades "sagradas" envenenándolas con el virus de la
competencia salvaje, del individualismo, con una ideología del capital, del
lucro y del consumo que agotan nuestro planeta, creando una pobreza cada vez
mayor y que llevan inevitablemente a la humanidad a su ruina. (Leonardo Boff)
Resalta que Abraham haya sido citado siete veces en este relato:
seguramente es una clave del texto. En el fondo la pregunta de Jesús es
"¿quién es verdaderamente hijo de Abraham", y su respuesta: "Si
no escuchan la Ley y los Profetas, si permanecen indiferentes al sufrimiento de
sus hermanos, no son hijos de Abraham". Jesús va más allá: el pobre habría
querido comer las migas del rico, sólo los perros venían a lamer sus llagas;
pero los perros eran animales impuros… Lo que destaca que si el rico piadoso,
hubiese abierto el portal, se habría choqueado y arrojado lejos a este hombre
impuro lamido por los perros… La lección de Jesús, entonces es : «Ustedes dan
importancia a los méritos, quieren permanecer puros, están orgullosos de ser
hijos de Abraham… pero se olvidan de lo esencial, de lo que está escrito también en la Ley y los
Profetas: por ejemplo en el libro de
Isaías: "Los pobres sin abrigo, tú los acogerás; si ves a un desnudo, lo
cubrirás. no te desentenderás de aquel que es tu propia carne… Si tú cedes al
hambriento tu propia boca, si tú sacias la garganta del humillado, brillará tu
luz en las tinieblas…" (Isaías 58, 7-8). »
No necesitamos signos extraordinarios para convertirnos: tenemos la Ley, los Profetas, los Evangelios: ¡lo que nos hace falta es escucharlos y vivir!
No necesitamos signos extraordinarios para convertirnos: tenemos la Ley, los Profetas, los Evangelios: ¡lo que nos hace falta es escucharlos y vivir!
Bruno Mori -
(traducción: Ernesto
Baquer)
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