jeudi 1 décembre 2016

EL RICO SIN NOMBRE - Lc. 16,19-31

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Llegamos a la historia del rico y del pobre Lázaro: del rico, no sabemos gran cosa, no se dice que sea especialmente malo. Al contrario, piensa incluso algo tarde, en salvar a sus hermanos del infierno. Simplemente, está en su mundo, su confort, su torre de marfil. No tiene nombre. Se identifica sólo por lo que tiene: lleva vestidos lujosos y celebra festines suntuosos. Es un ser sin rostro y sin relaciones, porque son las relaciones no que nos identifican como personas. Para él, los otros no existen. No los ve. Está tan vuelto y encerrado en sí mismo, que ni ve, en su puerta, al mendigo que muere de hambre. Está totalmente cegado por el esplendor de su riqueza e indiferente e insensible a la miseria del mundo.
El mendigo sí, tiene un nombre "Lázaro", que quiere decir "Dios ayuda", lo que es todo un programa: Dios lo ayuda, no porque sea virtuoso, no sabemos nada, sino porque es pobre, simplemente. Quizá ésta sea la primera sorpresa de Jesús a sus oyentes, al contarles esta parábola. Porque la historia ya la conocían: era un cuento bien conocido que venía de Egipto. Donde los dos personajes eran un rico lleno de pecados y un pobre lleno de virtudes. Al llegar al más allá, los dos pasaban por la balanza: se pesaban sus buenas y malas acciones. En el fondo, esta historieta no molestaba a nadie: los buenos, ricos o pobres, eran recompensados… los malos, ricos o pobres castigados. Todo estaba en orden.
Jesús cambia bastante esa lógica: no calcula los méritos ni las buenas acciones; porque no se dice en ninguna parte que Lázaro sea virtuoso y el rico malo; Jesús constata sólo que el rico siguió rico durante su vida, mientras el pobre a su puerta seguía pobre: es decir el abismo de indiferencia o de ceguera abierto entre el rico y el pobre, simplemente porque el rico nunca entreabrió su portal al pobre. Por tanto, Jesús no condena la riqueza, sino la indiferencia, la insensibilidad, el egoísmo, el no compartir… "Tú tenías y lo guardaste todo para ti: tú sabías que había alguien pidiendo a tu puerta, y no has querido verlo… ¡¡¡Esa es la falta, el pecado, el drama!!! Ahí está condenado de una vez por todas, nuestro capitalismo salvaje, la ley de la ganancia a cualquier precio, y sin importar qué precio, del consumo indiscriminado y desenfrenado que caracteriza la política comercial y la economía de nuestra sociedad moderna. Esa es la causa de las disparidades flagrantes y generalizadas que existen en nuestro mundo, en el que una pequeñísima minoría de ricos, constituida por multinacionales, potencias financieras, controlan y explotan 3/4 partes de los recursos y las riquezas del planeta, dejando al resto de la población mundial en un estado de pobreza y desamparo crónicos.
Jesús nos enseña aquí lo que las ciencias de la tierra y de la vida sobre el planeta nos dicen desde siempre: la ley fundamental del universo no es la competencia, el acaparar, el todo para mí y tanto peor para los demás; no es ascender, crecer, enriquecerse sobre las espaldas de los otros, sino la cooperación, el compartir, buscar la participación del mayor número posible, la solicitud y la preocupación por todo lo que nos rodea… Porque estos son los comportamientos que producen el enriquecimiento verdadero, además de ser justos, universales y equitativos. Todas las energías del mundo, todos los seres vivos, desde las bacterias a los seres más complejos, todos somos interdependientes y sólo vivimos porque intercambiamos y compartimos. Una red de conexiones y lazos nos unen por todas partes, y hace de todo lo que existe sobre este planeta, seres cooperativos y solidarios.
Gracias a las conexiones y a la interdependencia de todos los seres de la naturaleza (el equilibrio de los ecosistemas) la humanidad ha podido vivir hasta ahora, y sólo si es capaz de mantener dichas conexiones, esperamos poder tener un futuro.
En lugar de los intercambios y el comercio competitivo en el cual sólo gana uno en detrimento de todos los demás, debemos promover intercambios y un mercado de complementariedad y cooperación y, por qué no, de solidaridad y ayuda. Para vivir humanamente hemos inventado la economía, la política, la cultura, la ética y la religión. Pero hemos corrompido y deformado esas realidades "sagradas" envenenándolas con el virus de la competencia salvaje, del individualismo, con una ideología del capital, del lucro y del consumo que agotan nuestro planeta, creando una pobreza cada vez mayor y que llevan inevitablemente a la humanidad a su ruina. (Leonardo Boff)
Resalta que Abraham haya sido citado siete veces en este relato: seguramente es una clave del texto. En el fondo la pregunta de Jesús es "¿quién es verdaderamente hijo de Abraham", y su respuesta: "Si no escuchan la Ley y los Profetas, si permanecen indiferentes al sufrimiento de sus hermanos, no son hijos de Abraham". Jesús va más allá: el pobre habría querido comer las migas del rico, sólo los perros venían a lamer sus llagas; pero los perros eran animales impuros… Lo que destaca que si el rico piadoso, hubiese abierto el portal, se habría choqueado y arrojado lejos a este hombre impuro lamido por los perros… La lección de Jesús, entonces es : «Ustedes dan importancia a los méritos, quieren permanecer puros, están orgullosos de ser hijos de Abraham… pero se olvidan de lo esencial,  de lo que está escrito también en la Ley y los Profetas:  por ejemplo en el libro de Isaías: "Los pobres sin abrigo, tú los acogerás; si ves a un desnudo, lo cubrirás. no te desentenderás de aquel que es tu propia carne… Si tú cedes al hambriento tu propia boca, si tú sacias la garganta del humillado, brillará tu luz en las tinieblas…" (Isaías 58, 7-8). »
         No necesitamos signos extraordinarios para convertirnos: tenemos la Ley, los Profetas, los Evangelios: ¡lo que nos hace falta es escucharlos y vivir!


Bruno Mori -

(traducción: Ernesto Baquer) 



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