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Vivimos en un mundo secularizado, laico,
tecnológico, científico, ateo. La hipótesis "Dios" ya no es necesaria
para explicar la existencia de la realidad, porque las ciencias han encontrado
casi todas las respuestas a nuestros cuestionamientos sobre los fenómenos que
nos rodean. En otros tiempos la religión era necesaria para explicar la realidad…
¡No ahora! Dios era el "Deus ex machina" aquel a quien recurríamos y
que explicaba los innumerables "misterios" que nos rodeaban. La
religión (con sus teorías y doctrinas) y la fe en Dios, por lo tanto, permitía
a la inteligencia humana encontrar cierta satisfacción, cierta tranquilidad,
porque en ella encontrábamos alguna explicación a los fenómenos naturales y una
respuesta tanto a su búsqueda existencial como a su búsqueda intelectual.
Pero en nuestro mundo moderno, la fe en Dios ya no
es necesaria para explicar la realidad. Si en otros tiempos era difícil vivir
sin una fe, hoy es difícil vivir con una fe que, aparentemente, ya no sirve
gran cosa. De ahí la crisis de fe que experimenta nuestra sociedad occidental.
La fe se ha vuelto superflua. Parece vestigio de un mundo pasado. Los que
tienen todavía fe son vistos como individuos "raros", superados, de
la Edad Media, de otro mundo, que no están "al día". Los contenidos
de la fe religiosa en general y de la fe cristiana en particular, son
considerados ridículos e insignificantes. Los ateos ilustrados de nuestro
tiempo los asimilan fácilmente, con ironía burlona, a cuentos, mitos,
revelaciones de un más allá inexistente, a historias disparatadas y
rocambolescas inventadas en una época donde la humanidad vivía en la infancia
de su evolución, en una total oscuridad intelectual, presa de la ignorancia, el
miedo y la superstición.
Nuestros incrédulos modernos, se sienten los hijos
de la Luz; pertenecen a la generación del Big Bang, la internet, la
informática, los satélites artificiales, la Estación espacial, los viajes
interplanetarios, los quarks, el bosón de Higgs, la partícula de Dios, la
ecuación mágica que nos dará pronto, en una sola fórmula matemática, la
explicación del Todo… Ellos, se sienten gente que sabe a dónde va y que piensan
no necesitar más la muleta de la fe.
¿Eso es realmente así? ¿Podemos vivir realmente sin
una fe? Creer en algo que nos viene de afuera, en una realidad que nos supera,
¿es realmente signo de oscurantismo y estupidez? Poner nuestra confianza y
nuestra felicidad en un Ser que creemos más grande que nosotros y en quien
pensamos encontrar la realización de nuestras aspiraciones y nuestros deseos
más profundos, ¿es verdaderamente signo de ingenuidad? Los que se proclaman
ateos, los que dicen no necesitar creer en Dios, ¿realmente no tienen fe? ¡En
verdad no! Porque nosotros, los humanos, estamos hechos de forma que no podemos
vivir sin una fe, sin creer en algo. Si no creemos en el Dios de una religión,
nos fabricamos nuestros propios dioses, ritos y creencias.
Creemos en la capacidad del dinero de hacernos
felices ¡Es una fe! Tenemos fe en la honestidad fundamental de nuestras
instituciones democráticas y nuestro sistema de gobierno. Tenemos fe y
confiamos en la competencia de nuestros médicos y nuestro sistema de salud…
Tenemos fe en las personas que amamos, en la gente que nos rodea, porque sin
esta fe, sin esta confianza, la vida sería imposible.
Y los que han descartado como pasada y anacrónica la
fe en el Dios de la religión y la revelación, ¿realmente son capaces de vivir
sin un dios en lo concreto de su existencia? Dicen no creer en Dios, pero, en
cambio, se fabrican sus propios ídolos, se decoran con amuletos a los que
rinden un culto ferviente, apasionado y fiel. No pueden vivir sin su
televisión, su smartphone, y, su ordenador, su tableta, su consola de juegos,
su cerveza. Rinden culto incondicional a su liga de fútbol, hockey, básquet. Se
vuelven histéricos en un encuentro deportivo, en el espectáculo de un cantor
pop; están obsesionados por el culto al cuerpo, la delgadez, la belleza, la
seducción… Son supersticiosos, creen en la influencia de los astros, la buena o
la mala suerte, el destino; consultan su horóscopo; visitan las echadoras de
cartas y los videntes; creen en el Tarot; se fascinan con los médiums que
comunican con los muertos; creen firmemente en el poder benéfico y saludable de
las piedras o los perfumes; creen en el poder liberador y pacifista de la
meditación trascendental, en el yoga y el budismo; creen estúpido rezar a Dios,
pero se entregan a recitar mantras para obtener el despertar del alma
consciente; se fían en el futuro revelado en las líneas de la mano…Consideran
ridículos los ritos y gestos de las religiones, pero en cambio, en su vida
ordinaria, estos que se dicen incrédulos conscientes se rodean de toda clase de
manías y comportamientos. Y eso ¿no es una forma de religión con su culto, sus
ritos, sus dioses?
La petición que, en el evangelio de hoy, los
discípulos dirigen a Jesús, es de una conveniencia y actualidad
extraordinarias. "¡Ayúdanos a aumentar nuestra fe!" Lo que significa:
Ayúdanos a no limitarnos ni encerrarnos en las creencias y los ídolos que
formamos y construimos continuamente en nuestras vidas… ¡Ayúdanos a superar
todo eso! Amplifica, eleva nuestra tendencia a creer en quien sea y en lo que
sea, para que seamos capaces de valorar y confiar, nosotros también, en las
fuerzas de salvación en las que tú crees y a las que nosotros también, tus
discípulos, queremos entregar nuestra vida.
La fe cristiana será y permanecerá siempre un acto
de confianza y abandono, además de resultado de una gracia y un encuentro
personal con Jesús de Nazaret. Será siempre la consecuencia de una amistad, un
maravillarse, una adhesión, un Amor que, deliberada y voluntariamente, hemos
elegido como nuestro modelo, nuestro guía, nuestro maestro, y, por qué no, como
nuestro Señor, y en las manos de quien hemos depositado, en total confianza, la
orientación y el éxito final de nuestra existencia.
Bruno Mori
(traducción: Ernesto Baquer)
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