jeudi 1 décembre 2016

CONOCER PARA AMAR MAS - Lc. 1, 1-5

   

  (Dom 3°  to  C)

 Al comienzo de su evangelio, Lucas declara que quiere hacer un relato ordenado, documentado, serio, sólido, de la vida de Jesús. Así comenzaban sus libros todos los escritores de la época. Era una manera de dar valor a lo que escribían. El lector debía tener la certeza de que lo que leía respondía a la verdad. Así Lucas nos dice que ha realizado serias investigaciones sobre la vida de Jesús, reseñando testimonios oculares y fiables de quienes conocieron y siguieron personalmente al Maestro.
El evangelista quería responder a una exigencia fundamental de los cristianos de su tiempo (generalmente paganos convertidos) impresionados y conquistados por la figura de Jesús, su pensamiento y su espiritualidad, y que deseaban conocer más profundamente el alma del Maestro que amaban.
Cuando queremos y admiramos a alguien, pretendemos saber todo de él: orígenes, historia, amigos, experiencias, encuentros, ideas, éxitos, fracasos, cualidades, puntos débiles. Hay quienes se dicen cristianos y son admiradores y discípulos de Jesús, en teoría, pero que de hecho no están interesados por él. Nunca se han encontrado realmente con él. Nunca han sido realmente tocados por su palabra, ni maravillados por su espíritu, la novedad, la belleza y el valor de sus ideas. Nunca han sentido verdaderamente ni el deseo, ni la necesidad de inspirarse y vivir su espíritu. ¡Cuántos bautizados no conocen casi nada de Jesús, ni buscan saber más! Su fe finalmente no es fe. Porque no hay fe sin conocimiento, confianza, asombro, amor, imitación. Su fe es sólo pertenencia social y cultural a una religión sencillamente porque han nacido en ella. Es una fe vacía, sin fundamentos ni motivaciones y que no cambia su vida. Es la situación de mucha gente en nuestra Iglesia, compuesta, en gran parte, arriba y abajo, por este tipo de cristianos sin fe en Jesús.
Un drama, resultado de una larga desviación en la manera de concebir la transmisión de la fe. En lugar de basar la fe en el conocimiento y el encuentro personal y amoroso de Jesús de Nazaret, en la Iglesia hemos preferido basar la fe en el conocimiento de fórmulas teológicas  y dogmas elaborados a lo largo de siglos en torno al fenómeno cristiano.
Además, para ser un buen católico, no es importante ser un admirador cariñoso de Jesús. Eso es secundario; durante siglos lo esencial ha sido obedecer al Papa, someterse a su autoridad y adherirse a sus preceptos, directivas, órdenes, normas y dogmas, presentados como indispensables para la salvación del alma, y para cuya formulación goza de una asistencia especial del Espíritu Santo que le confiere una, generalmente mal entendida, infalibilidad.
Una de las grandes debilidades de los responsables religiosos en la Iglesia católica ha consistido en el hecho de que han hablado demasiado de obediencia, docilidad y sumisión a las autoridades romanas y a la enseñanza exclusivamente moral del magisterio pontificio y no lo suficiente del Evangelio. Han hablado mucho del pecado que nos pierde y no lo suficiente del amor que nos salva. Han hablado mucho del diablo y no lo suficiente de Jesús. Han pretendido saber lo que está bien y lo que está mal, y en consecuencia, han sembrado en el corazón de los fieles el miedo a Dios y la culpabilidad, en lugar de liberarlos y ayudarles a vivir en la paz, la confianza y la certeza de ser amados. Todavía en nuestros tiempos, en la enseñanza oficial, las cuestiones de ética y moral tienen un rol preponderante, en detrimento de la proclamación de la Buena Nueva y del mensaje liberador de Jesús de Nazaret. Para poner un ejemplo, en la elección de Obispos, la Santa Sede no se preocupó de saber si el candidato es un cristiano conquistado por Jesús y viviendo su espíritu, sino de asegurarse antes de nombrarlo, si estaba contra la ordenación de las mujeres, la fecundación artificial, el uso del preservativo, el aborto y el casamiento de los presbíteros. Estos son exclusivamente criterios éticos y, más específicamente, criterios ligados, directa o indirectamente, a la sexualidad. Pero que se convirtieron en condiciones sine qua non para nombrar al responsable de una diócesis. Todavía hoy, en las parroquias, ¿a cuántas parejas se les niega la absolución porque viven juntos sin estar casados, porque son divorciados vueltos a casar, o porque son homosexuales?... Si presentamos a Dios como garante del orden moral, como un policía que vigila, exige, contabiliza las faltas, que se enoja, juzga, que se interesa de forma morbosa y enfermiza en lo que pasa en el lecho conyugal, que castiga a los culpables al fuego eterno, que es incapaz de comprender que frecuentemente los humanos se equivocan en sus elecciones y que merecen siempre una segunda oportunidad… ¿Cómo quieren que la gente permanezca unida a una religión que predica semejante Dios? Una enseñanza así conduce a detestar a Dios y a la religión. Un gran teólogo alemán decía:" Una religión que hace de Dios el adversario del hombre, que considera necesariamente como adversario de Dios a aquel que toma partido por el hombre… tenemos el derecho de perseguirla, arrinconarla, pasarle cuentas"" (E. Drewermann, Commentaire à l’Évangile de Jean, éd. manuscrite, p. 184).
Entonces muchos cristianos abandonan la iglesia, unos en punta de pie, otros cerrando de golpe la puerta, porque no encuentran en su religión ni la orientación ni el alimento espiritual que necesitan. Algunos se han hundido en el desinterés o la incredulidad; otros han ido a buscar en otros lugares. Consecuencia: las iglesias están vacías. Existe la tendencia, en los medios eclesiásticos, a cargar este fenómeno en la espalda de la sociedad consumista, la secularización, la incredulidad, el ateísmo, la indiferencia religiosa, el relativismo, lo que en parte es verdad. Pero pienso que la crisis es más profunda y que está ligada al final de una época de incultura e ingenuidad, que ha puesto fin a su vez, a una sumisión infantilizante y alienante al poder clerical, por un lado, y por otro a una concepción mítica y antropomórfica de Dios que las autoridades religiosas se obstinan siempre en mantener, pero que hoy no va más. Para volver las cosas a su lugar y hacer volver la gente a la iglesia, no basta con lanzar las tropas a una nueva evangelización o instituir un año de la fe. Lo que hay que hacer es revisar y cambiar todo el contenido, la forma, el lenguaje, el vocabulario de la enseñanza cristiana tradicional. Hay que pasar de la Edad Media a la modernidad. Porque desgraciadamente a muchos responsables de la Iglesia les cuesta verlo. El Papa Francisco podrá acentuar la Madre Tierra, la misericordia… Pero que eso llegue a impregnar todos los estamentos de la iglesia, es otro cantar.
La ignorancia del pueblo es el arma que todos los poderes de la tierra han utilizado para dominar. No nos quedemos en la ignorancia, no tengamos miedo de conocer a Jesús; tengamos el coraje y la fuerza de ponernos a su luz y seremos personas iluminadas y liberadas de los condicionamientos, yugos, miedos y culpabilidades con las que quieren esclavizarnos. No nos contentemos con lo que nos han dicho siempre, con lo que siempre nos han enseñado y transmitido. Lucas hoy nos dice que debemos verificar, estudiar, buscar por nosotros mismos el camino, ver con nuestros ojos cual es el verdadero rostro, la imagen auténtica de Aquel que hemos decidido seguir.

Bruno Mori
(Traducción de Ernesto  Baquer)



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