jeudi 1 décembre 2016

ZAQUEO, EL LADRON QUE LO DEVOLVIÓ TODO - Lc. 19, 1-10

 31o dom to C


Lucas es el evangelista del amor, el perdón y la misericordia de Dios garantizada siempre  a los que han hecho el mal. La historia de Zaqueo quiere ser una ilustración.
El nombre Zaqueo significa «puro, justo». ¡Todo un apelativo para un hombre, un sinvergüenza de gran calibre! De hecho, es el jefe de los recaudadores de impuestos al servicio de los ocupantes romanos. Los romanos no fijaban impuestos individuales, sino sólo la cantidad total que querían sacar de una región. Y arrendaban el cobro de los impuestos. No se preocupan de los medios utilizados para reunir el dinero. Es fácil imaginar las consecuencias: los recaudadores, generalmente codiciosos y sin escrúpulos, se llenaban sus bolsillos, sin dudar en recurrir a las amenazas y la extorsión. Zaqueo también reconoce implícitamente que tomaba más de cuatro veces la tasa normal. Por estas razones sus compatriotas judíos los consideraban traidores, renegados vendidos a los romanos y un ladrón. Por su trabajo, en contacto con los romanos y por su práctica fraudulenta, Zaqueo estaba lejos de ser puro y justo. Era considerado un pecador público que todo el mundo tenía que huir y evitar. Zaqueo, que con su dinero podría tenerlo todo, de hecho, carecía de todo lo que es realmente importante en la vida: la autoestima, el respeto, la reputación, la amistad, el amor ....

Zaqueo vivía en Jericó, una ciudad en medio de un valle que Jesús estaba a punto de cruzar en su viaje a Jerusalén. Zaqueo, dice el evangelista Lucas, «trató de ver a Jesús». No era sólo curiosidad, como cuando tratamos de ver una vedette o conseguir un autógrafo. Era más que eso. Zaqueo quería saber «quién era Jesús. » ¡Quería darse cuenta «de primera mano» lo que este hombre podía esconder en su interior para liberar tanta gracia, tal atracción, para ejercer tal fascinación, tal ascendiente sobre el pueblo, para hacer tales discursos y para enseñar tal doctrina ... ese Jesús que tenía todo el aire de un vagabundo y un indigente!

Zaqueo sentía crecer, sobre todo, una secreta e inmensa admiración por este hombre extraordinario y, quizás también, un gran deseo, un profundo anhelo, de alguna manera, de parecerse a él. Y para ver y conocer a Jesús, estaba dispuesto a todo, incluso al ridículo, como el encaramarse como un niño en lo alto de un sicomoro. Y aquí es donde, al pasar, Jesús lo descubre: «Zaqueo, baja pronto, porque hoy quiero entra en tu casa..!» ¿No es asombroso que Jesús se invite a la casa de un hombre de quien todo el mundo huía? ¿No hay un mensaje para nosotros en la actitud de Jesús que se acerca a una persona, de la que todos se alejaban? ¿No querrá mostrarnos el Evangelio que hay otra lógica diferente de la de los hombres, que es la lógica de Dios?

Esta actitud de Jesús hacia Zaqueo toca lo más profundo de nosotros, ya que nos afecta. Porque en nuestra sociedad no faltan personas que ven primera y únicamente el delito, que confunden la persona y el acto cometido. A menudo oímos: « Ese es un ladrón, un sinvergüenza, un corrupto, una persona sin escrúpulos, un violador, un violento... etc. Como en la historia de Zaqueo: «Al ver esto, todos murmuraban: ¡Se fue a alojar en la casa de un pecador!». «¡Lo que hay que ver!». Pero no es obviamente la misma visión de Jesús. Jesús no acepta encerrar a ningún hombre en sus acciones pasadas, clasificarlo en una categoría definitiva, marcarlo para siempre con el sello de la culpabilidad. Al quedarse en casa de Zaqueo, Jesús dice en voz alta, no con palabras sino con hechos: todo hombre vale más que la suma de sus acciones, cualesquiera sean, el hombre es capaz de cambiar; todo hombre merece una segunda oportunidad ...

Zaqueo, pues, recibe a Jesús con alegría, dice Lucas, y el asunto podrían haber terminado ahí. Este inesperado encuentro con Jesús podría haberse quedado en un simple encuentro, que con el tiempo se convertiría en un hermoso recuerdo. Zaqueo era libre para recibir a Jesús con mucha educación, como huésped distinguido, sin comprometerse en profundidad, sin cambiar nada en su vida. Pero también era libre de hacer cualquier otra cosa; de captar la propuesta de Jesús para hacer de ese día el día de la salvación para él. De hecho, Zaqueo transformará la reunión con Jesús en un acontecimiento de amor que le dará una dirección totalmente diferente a su vida, «Zaqueo dijo al Señor: mira, Señor, doy a los pobres la mitad de mis bienes, y si he perjudicado a alguien, le voy a devolver cuatro veces más». Entonces Jesús anunció: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él, a pesar de sus robos, sus delitos, sus errores y pecados es un hijo de Abraham, es decir, un hijo de Dios." 

Zaqueo, como el buen ladrón, como el publicano en el templo es «justificado», es decir, ahora se encuentra su lugar justo ante Dios, porque abrió los ojos, asumió la verdad sobre sí mismo. Reconoció que su felicidad viene de otro lugar y no de las cosas y los bienes que posee. Al contacto con Jesús, Zaqueo entiende que, si un hombre vive sólo para sí mismo, sin abrirse al amor de Dios y de los demás, está perdido. Porque vivirá su vida sin conocer la verdadera felicidad; encerrado en la tristeza del egoísmo y la insignificancia de una existencia sin rumbo y sin valor.

Este evangelio nos quiere hacer comprender que a veces hay que pasar por el remordimiento de la culpabilidad para desear un perdón; que a veces hay que tocar el fondo oscuro de la transgresión y el pecado, y quizás también de una cierta degradación humana, para que nazca en nosotros el deseo de ver el cielo; haber experimentado la humillación de la caída, para que surja el deseo de levantarnos; experimentar la sensación de estar perdido para gritar socorro y desear una mano extendida que nos salve; quedar asqueado de la fealdad del mal, para que nazca la atracción por la inocencia y el amor a la belleza; haber sido esclavos de innumerables amos, para que surja en nosotros el deseo de «ver» a nuestro verdadero Señor.

Este estado de culpa, de pecado, de falta, de «injusticia» en el que la vida a menudo nos encierra, constituye a veces la condición que permite descubrir, con sorpresa, que el Señor siempre nos tenía a la vista; que nos miró durante mucho tiempo; que nunca nos había abandonado incluso en la soledad de nuestro extravío, que siempre había estado con nosotros, esperando la oportunidad de tener un lugar dentro de nuestra casa.

Este Evangelio no quiere justificar la falta, la transgresión y el pecado, pero quiere hacernos entender que el pecador, por detestable que sea a los ojos humanos, nunca lo es a los ojos de Dios y que quizá Dios prefiere estar con él.

Bruno Mori     (traducción: Ernesto Baquer)  

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