jeudi 1 décembre 2016

REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN Y LA FE - Lc. 18, 1-8

29o  dom to  C

En el Evangelio de este domingo, Jesús habla de la oración. Y probablemente quiere hacernos comprender lo que significa orar con él. El texto del Evangelio parece decirnos que la oración no es una tarea fácil y los que quieran lanzarse a esta experiencia, se arriesgan a muchas decepciones si no tienen una idea exacta de lo eso significa orar. La persona que ora es un buscador de Dios; es alguien que intenta entrar en contacto con Dios en un mundo donde Dios parece ausente por completo. El que ora es alguien que intenta acceder a la fuente de la bondad, la pureza, la inocencia, el amor, la compasión, en un mundo que parece estar construido con el estándar de la mediocridad, la vulgaridad, la maldad, el egoísmo, el odio, la violencia. El que ora es como un prisionero que se propone alcanzar la luz para escapar de la oscuridad de su celda. El que ora es como un asmático que necesita respirar un aire más limpio para no asfixiarse en la contaminación que le rodea.
          
  Pero Jesús aquí parece advertirnos que el orante se enfrentará inevitablemente al desánimo y la decepción, sobre todo si transforma su oración en un constante solicitar ayuda y favores. De hecho, Dios parece ausente, inaccesible, en silencio. Dios nunca da ningún signo de su presencia. Esta es la razón por la que, aquel que en la oración se dirige a Dios, debe hacerlo con gran fe, es decir obstinadamente, con insistencia. No debe desalentarse si no obtiene respuesta. Debe creer que al final Dios finalmente dará señales de vida, si se le pide lo que realmente se necesita para construir un mundo mejor y la verdadera felicidad de la persona que reza. La viuda de la parábola sabe que no será fácil de cruzar el muro de la indiferencia y la maldad de este juez de quien, sin embargo, espera la acción correcta que pueda restablecer sus derechos y que le de la paz y la serenidad. Y es esta, su insistencia y perseverancia de creer en la bondad del hombre, a pesar de todas las apariencias, lo que con el tiempo logrará se cumpla su oración.
        
Jesús parece decirnos que es normal sentir a veces que Dios no nos oye; se toma su tiempo; se deja desear. Jesús quiere que nosotros entendamos que Dios es el otro y que, por lo tanto, no está a nuestro alcance. Jesús quiere acostumbrar a sus discípulos a vivir, por así decirlo, sin Dios, creyendo que él está ahí, pero también sabiendo que Él nos deja a nosotros mismos, como adultos capaces de valerse por sí mismos, y a quienes basta saber que, en algún lugar, un ser que nos ama ha puesto en lo profundo de cada uno de nosotros un potencial (humano y espiritual) mas que suficiente como para hacer frente a los caprichos de la vida; y que, por tanto, no tienen ninguna razón para actuar como niños consentidos que entran en pánico en cada momento y claman a Dios cada vez que están en problemas. Jesús quiere que el discípulo sea consciente que su destino es caminar como adulto en la vida, sin demasiado contar con Dios para resolver sus problemas; no debe sorprendernos si la mayor parte del tiempo, Dios parece ausente, sordo a nuestros llamados, indiferente a nuestras necesidades y oraciones. Jesús quiere que el discípulo sepa que es normal sentirse solo y abandonado. Soledad que Jesús experimentó toda su vida, e incluso cuando tendría más necesidad de sentirse cerca de su Dios, se vio obligado a admitir, en un grito de dolor, que Dios lo había abandonado.
        
Dios es Dios, dice Jesús. Dios es infinitamente libre e independiente. No podemos pretender manipular o utilizarlo como nos plazca; plegarlo a nuestra voluntad y de acuerdo a nuestras necesidades. Esto es tan cierto para los individuos como para las instituciones. Ninguna religión y ninguna autoridad religiosa puede decir que tiene el poder de obligar a Dios a hacer lo que quiere u obligarlo a someterse a las necesidades y requerimientos de sus doctrinas, su culto y sus ritos. ¿Cuántas veces, como iglesia o como hombres de iglesia, ¿nos atrevemos a pedirle a Dios: "necesito que intervengas, necesito que hagas este milagro, necesito que aquí otorgues tu gracia, necesito tu acción poderosa para hacer creíbles mis enseñanzas, mi organización ... porque yo soy el Papa, porque soy un obispo, un sacerdote y tengo la facultad de exigir; porque soy el celebrante ordenado y pronuncié las palabras de la consagración; porque yo soy el confesor y he dado la absolución; porque nosotros, los cristianos, hemos recibido los sacramentos en los que estás obligado, tu, Dios, a darnos tu gracia, tu perdón, tu espíritu, tu presencia, tu salvación eterna .... ".

         Jesús nos enseña que, si Dios parece estar ausente en los acontecimientos de nuestras vidas e indiferente a nuestro destino, en realidad, las cosas no son así. De hecho, si nuestra fe en Dios es auténtica; si es como la fe de Jesús, hecha de abandono y confianza en el cuidado, la bondad y la ternura de Dios, quien se obstina en presentarse como un padre cariñoso y protector, entonces entenderemos que la ausencia de Dios y su aparente indiferencia ante nosotros son en última instancia, tan solo la forma de un amor muy respetuoso de nuestra dignidad, nuestra grandeza y nuestra libertad. Entendemos que el acceso a la sala de la presencia de Dios se debe abrir con la llave a la lealtad, la perseverancia y la confianza. Porque la fe es también: que creamos contra todas las apariencias, contra toda evidencia, a pesar de todo; que creamos incluso cuando nada parece ser posible ...
         A través de la parábola de hoy, Jesús nos dice: "Incluso en la oscuridad, sigue mirando hacia adelante. Verás que al final aparece la luz. No desesperes nunca. Dios que está al comienzo de tu existencia, será también el Dios de tu final. Incluso si siempre has caminado en la oscuridad; y sientes que siempre has rezado en un vacío y has recorrido en solitario el viaje de la vida; incluso si tenías la impresión de que ningún Dios estaba allí para apoyar sus pasos ... puedes estar seguro que cuando llegue el final de tu vida, no te precipitarás en el vacío, sino en los brazos de un Ser amor que te ha acompañado, sin que tú lo supieras, a lo largo del camino".


Bruno Mori


(Traducción:  Ernesto Baquer)

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