Jesús sube a la barca de Simon
-5° domingo
to C
Original
francés en: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2013/02/jesus-monta-dans-la-barque-de-simon-luc.html
Cuando Lucas
escribe su evangelio, alrededor del año 85, las comunidades cristianas ya
estaban establecidas en las principales ciudades del Mediterráneo. Lucas
escribía su evangelio para asegurar la formación y la instrucción de esas
jóvenes comunidades y para introducirlas con más profundidad en la comprensión
de la persona y la obra de Jesús de Nazaret. Todo lo que cuenta debe ser leído
e interpretado en esta perspectiva y revisado con lentes más tardíos. Las
escenas que Lucas describe, los hechos que cuenta, no son crónicas de
actualidad periodística redactadas para satisfacer la curiosidad de sus
lectores, sino enseñanzas en forma de cuentos, parábolas, imágenes y símbolos,
en los que inserta un sentido que el lector debe saber descubrir para
apropiarse de la riqueza del misterio de Dios y de la buena Nueva del Maestro
de Nazaret.
Intentemos ver
cuál es el mensaje que Lucas quiere transmitirnos en el texto que acabamos de
leer. Incluso si todo el relato parece construido alrededor de la persona de
Simón, Lucas no quiere hacer aquí una apología del futuro papa, como pretendían
hacernos creer la mayoría de los comentarios tradicionales.
Simón, es
ciertamente en este caso el protagonista principal, pero sobre todo es una
figura (un prototipo) que, según el evangelista, nos representa a todos. Jesús
habla a la muchedumbre, pero Simón no es de los que escuchan. Evidentemente,
tiene cosas más importantes que hacer: una familia, un trabajo, una empresa de
pesca que hacer rentable, con todas las obligaciones que comportan. Simón es
aquí el hombre pragmático, realista, que somos todos. Está acostumbrado a
enfrentar las dificultades y los problemas de la vida. Sabe por experiencia que
la vida es dura y a veces cruel, que no regala nada a nadie, que nada se
obtiene sin esfuerzo, sin pena, sin sacrificios, y que lo poco de bienestar,
desahogo y confort que se consiga, ha tenido que ganarlo con el sudor de su
frente, porque nada nos llega completamente hecho o por un milagro del cielo.
Están muy bien los impulsos místicos, querer retirarse a un lugar calmo y
solitario para escuchar las hermosas palabras de Jesús; pensar en la salud del
alma, pero cuando se lleva una gran familia a la espalda y se vive sólo del
ingreso magro de la pesca, todo lo que cuenta realmente es el trabajo; los
anhelos religiosos parecen muy secundarios, porque sabemos que si uno no se
agota en el trabajo, no será Dios ni la oración quien llene de peces nuestra
barca.
Aquí Simón no
parece ser un hombre especialmente religioso. Tiene una familia que alimentar,
niños que criar y educar, un trabajo exigente, una casa que pagar… realmente no
tiene tiempo de consagrarse a Dios ni a la religión. Eso estaría bien, pero la
religión no da de vivir a su familia. A veces llega a pensar que la religión es
un pasatiempo para ricos. Seguro, él cree en Dios, trata de que esté de su
lado, pero no consigue compaginarlo con su familia y su trabajo. Claro, el
clero le dice que Dios es lo más importante, que hay que amarlo por encima de
todo, pero nadie le hará creer que Dios es más importante que su familia y que
ha de amarlo más que a su mujer y sus hijos.
Así pues, está
bien que Jesús predique a las gentes la Palabra de Dios, pero Simón no tiene
tiempo de escucharlo, y se queda al borde del lago a preparar sus redes para la
tarea de la noche. Simón tiene la sensación de que, estar atrapado en los
engranajes de la vida concreta y sumergido en las obligaciones de una actividad
profesional absorbente, le quitan para siempre la posibilidad de sentirse
satisfecho y en paz consigo mismo y con Dios. Simón, a causa de su trabajo que
lo acapara y absorbe de la mañana a la noche e incluso toda la noche, sin
dejarle tiempo para nada más, ha llegado a la conclusión de estar viviendo
lejos de Dios y de que Dios no está satisfecho con él. Tiene la impresión de
ser una mala persona, un creyente pobre y un miserable pecador. Y le dirá a
Jesús: “¡Aléjate de mí, porque soy un pobre pecador!”
Así Simón está
convencido que en él la religión no resultará; que son como dos cosas
incompatibles y que, mientras él continúe llevando esta vida, jamás Dios podrá
entrar, por así decirlo, en su barca. Y en este momento preciso de la reflexión
de Simón, el texto evangélico muestra toda la magnífica y sorprendente novedad
de su mensaje. Contra todo lo que Simón pueda pensar, contra todas sus
expectativas, sin embargo Jesús entra en su barca. Y esa es, para Lucas, la
increíble novedad del mensaje cristiano y que coloca al cristianismo en las
antípodas de todas las otras creencias y religiones.
Al hacer
entrar el Señor en la barca de Simón, Lucas quiere darnos a entender que el
lugar de la presencia de Dios no es cielo, sino la vida concreta del hombre;
que Dios está allí donde ninguna religión, ningún clero religioso pensaría
buscarlo. Lucas, interpretando el espíritu de Jesús, proclama que Dios no está
en los templos, las iglesias, los santuarios, el culto, los ritos, las
oraciones, las prácticas religiosas, sino en la barca de Simón. La barca es el
símbolo del trabajo de Simón, de su labor, fatigas, vida dura, inquietudes,
problemas, decepciones, pero también de sus intereses, sus proyectos, sus
sueños, su coraje, su dedicación, su cariño, sus amores. Si en esta barca está
toda su vida, y si en esta barca El Señor ha elegido entrar, eso significa que
toda la vida de Simón está habitada por la presencia de Dios.
Lucas quiere
decirnos que no hay una realidad religiosa y una realidad programa, pero que
toda la realidad está tejida en la trama de la presencia de Dios. Dios es vida
y el está presente allí donde la vida estalla, se manifiesta, se desarrolla,
allí donde hay lucha por la vida. Está mezclado en nuestros combates, realza
con su presencia todos los aspectos de nuestra rutina cotidiana: cuando cocinamos,
comemos, trabajamos, nos ocupamos de los hijos, cuando hacemos fiesta,
bailamos, amamos, cuando caemos, sufrimos, morimos… Dios está allí. Dios ama
nuestras luchas, nuestros esfuerzos, compromisos, todo lo que hacemos para
vivir, para tener éxito, para ser felices, para formar nuestra familia, nuestra
casa, nuestra situación humana, un mundo mejor alrededor nuestro. Dios ama todo
eso más que nuestras actitudes piadosas, nuestras devociones y nuestras
oraciones. La presencia de Dios en este mundo estalla más en la sonrisa
espontánea; en un gesto de amor gratuito, los rasgos delicados de un rostro
infantil, la melodía del canto de un pájaro, la belleza de un cerezo en flor…
que en la ostentación pomposa de una misa pontifical. Simón, por ello, no debe
inquietarse de la calidad de su religiosidad. En su dura brega cotidiana, está
más cerca del Señor que todos los sacerdotes que ofrecen a Dios sacrificios en
el altar.
Una vez que
nosotros hemos captado todo eso, si abrimos nuestro corazón y asumimos la actitud
maravillada, de acogida y confianza, entonces desaparecerá la banalidad de
nuestro diario vivir. Que se transfigurará en signo de esta presencia divina:
todo será hermoso, precioso, lleno de sentido; todo se convertirá en signo y
expresión de un Amor que nos sigue, nos sostiene, nos conforta, nos sobrepasa,
pero que aporta a nuestra existencia una fecundidad y una riqueza increíbles.
En la confianza y el abandono al misterio de la presencia divina, somos capaces
de llenar nuestra barca de “peces”, aunque la pesca parezca humanamente
imposible.
Si yo estoy
convencido que Dios está en mi barca, no tengo miedo de llevarla mar adentro y
de desafiar tempestades y peligros en alta mar. Incluso estoy dispuesto a
enfrentar lo imposible. Si Dios está conmigo, si actúo bajo su mirada, si sé
que todo lo que haga no será inútil. quizá servirá para hacer de mí un
“pescador de hombres”, es decir alguien capaz de salvar a otros, ayudándoles a
“salir vivos” de las aguas amenazantes del peligro, el miedo y el mal. Llegaré a
ser, a mi vez, un “salvador” a imagen de mi Maestro.
Bruno Mori
(traducción de Ernesto Baquer )
Aucun commentaire:
Enregistrer un commentaire