jeudi 1 décembre 2016

DIOS EN NUESTRO DIA A DIA - Lc. 5, 1-11

  Jesús sube a la barca de Simon  

 -5° domingo  to C 

Cuando Lucas escribe su evangelio, alrededor del año 85, las comunidades cristianas ya estaban establecidas en las principales ciudades del Mediterráneo. Lucas escribía su evangelio para asegurar la formación y la instrucción de esas jóvenes comunidades y para introducirlas con más profundidad en la comprensión de la persona y la obra de Jesús de Nazaret. Todo lo que cuenta debe ser leído e interpretado en esta perspectiva y revisado con lentes más tardíos. Las escenas que Lucas describe, los hechos que cuenta, no son crónicas de actualidad periodística redactadas para satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino enseñanzas en forma de cuentos, parábolas, imágenes y símbolos, en los que inserta un sentido que el lector debe saber descubrir para apropiarse de la riqueza del misterio de Dios y de la buena Nueva del Maestro de Nazaret.
Intentemos ver cuál es el mensaje que Lucas quiere transmitirnos en el texto que acabamos de leer. Incluso si todo el relato parece construido alrededor de la persona de Simón, Lucas no quiere hacer aquí una apología del futuro papa, como pretendían hacernos creer la mayoría de los comentarios tradicionales.
Simón, es ciertamente en este caso el protagonista principal, pero sobre todo es una figura (un prototipo) que, según el evangelista, nos representa a todos. Jesús habla a la muchedumbre, pero Simón no es de los que escuchan. Evidentemente, tiene cosas más importantes que hacer: una familia, un trabajo, una empresa de pesca que hacer rentable, con todas las obligaciones que comportan. Simón es aquí el hombre pragmático, realista, que somos todos. Está acostumbrado a enfrentar las dificultades y los problemas de la vida. Sabe por experiencia que la vida es dura y a veces cruel, que no regala nada a nadie, que nada se obtiene sin esfuerzo, sin pena, sin sacrificios, y que lo poco de bienestar, desahogo y confort que se consiga, ha tenido que ganarlo con el sudor de su frente, porque nada nos llega completamente hecho o por un milagro del cielo. Están muy bien los impulsos místicos, querer retirarse a un lugar calmo y solitario para escuchar las hermosas palabras de Jesús; pensar en la salud del alma, pero cuando se lleva una gran familia a la espalda y se vive sólo del ingreso magro de la pesca, todo lo que cuenta realmente es el trabajo; los anhelos religiosos parecen muy secundarios, porque sabemos que si uno no se agota en el trabajo, no será Dios ni la oración quien llene de peces nuestra barca.
Aquí Simón no parece ser un hombre especialmente religioso. Tiene una familia que alimentar, niños que criar y educar, un trabajo exigente, una casa que pagar… realmente no tiene tiempo de consagrarse a Dios ni a la religión. Eso estaría bien, pero la religión no da de vivir a su familia. A veces llega a pensar que la religión es un pasatiempo para ricos. Seguro, él cree en Dios, trata de que esté de su lado, pero no consigue compaginarlo con su familia y su trabajo. Claro, el clero le dice que Dios es lo más importante, que hay que amarlo por encima de todo, pero nadie le hará creer que Dios es más importante que su familia y que ha de amarlo más que a su mujer y sus hijos.
Así pues, está bien que Jesús predique a las gentes la Palabra de Dios, pero Simón no tiene tiempo de escucharlo, y se queda al borde del lago a preparar sus redes para la tarea de la noche. Simón tiene la sensación de que, estar atrapado en los engranajes de la vida concreta y sumergido en las obligaciones de una actividad profesional absorbente, le quitan para siempre la posibilidad de sentirse satisfecho y en paz consigo mismo y con Dios. Simón, a causa de su trabajo que lo acapara y absorbe de la mañana a la noche e incluso toda la noche, sin dejarle tiempo para nada más, ha llegado a la conclusión de estar viviendo lejos de Dios y de que Dios no está satisfecho con él. Tiene la impresión de ser una mala persona, un creyente pobre y un miserable pecador. Y le dirá a Jesús: “¡Aléjate de mí, porque soy un pobre pecador!”
Así Simón está convencido que en él la religión no resultará; que son como dos cosas incompatibles y que, mientras él continúe llevando esta vida, jamás Dios podrá entrar, por así decirlo, en su barca. Y en este momento preciso de la reflexión de Simón, el texto evangélico muestra toda la magnífica y sorprendente novedad de su mensaje. Contra todo lo que Simón pueda pensar, contra todas sus expectativas, sin embargo Jesús entra en su barca. Y esa es, para Lucas, la increíble novedad del mensaje cristiano y que coloca al cristianismo en las antípodas de todas las otras creencias y religiones.
Al hacer entrar el Señor en la barca de Simón, Lucas quiere darnos a entender que el lugar de la presencia de Dios no es cielo, sino la vida concreta del hombre; que Dios está allí donde ninguna religión, ningún clero religioso pensaría buscarlo. Lucas, interpretando el espíritu de Jesús, proclama que Dios no está en los templos, las iglesias, los santuarios, el culto, los ritos, las oraciones, las prácticas religiosas, sino en la barca de Simón. La barca es el símbolo del trabajo de Simón, de su labor, fatigas, vida dura, inquietudes, problemas, decepciones, pero también de sus intereses, sus proyectos, sus sueños, su coraje, su dedicación, su cariño, sus amores. Si en esta barca está toda su vida, y si en esta barca El Señor ha elegido entrar, eso significa que toda la vida de Simón está habitada por la presencia de Dios.
Lucas quiere decirnos que no hay una realidad religiosa y una realidad programa, pero que toda la realidad está tejida en la trama de la presencia de Dios. Dios es vida y el está presente allí donde la vida estalla, se manifiesta, se desarrolla, allí donde hay lucha por la vida. Está mezclado en nuestros combates, realza con su presencia todos los aspectos de nuestra rutina cotidiana: cuando cocinamos, comemos, trabajamos, nos ocupamos de los hijos, cuando hacemos fiesta, bailamos, amamos, cuando caemos, sufrimos, morimos… Dios está allí. Dios ama nuestras luchas, nuestros esfuerzos, compromisos, todo lo que hacemos para vivir, para tener éxito, para ser felices, para formar nuestra familia, nuestra casa, nuestra situación humana, un mundo mejor alrededor nuestro. Dios ama todo eso más que nuestras actitudes piadosas, nuestras devociones y nuestras oraciones. La presencia de Dios en este mundo estalla más en la sonrisa espontánea; en un gesto de amor gratuito, los rasgos delicados de un rostro infantil, la melodía del canto de un pájaro, la belleza de un cerezo en flor… que en la ostentación pomposa de una misa pontifical. Simón, por ello, no debe inquietarse de la calidad de su religiosidad. En su dura brega cotidiana, está más cerca del Señor que todos los sacerdotes que ofrecen a Dios sacrificios en el altar.
Una vez que nosotros hemos captado todo eso, si abrimos nuestro corazón y asumimos la actitud maravillada, de acogida y confianza, entonces desaparecerá la banalidad de nuestro diario vivir. Que se transfigurará en signo de esta presencia divina: todo será hermoso, precioso, lleno de sentido; todo se convertirá en signo y expresión de un Amor que nos sigue, nos sostiene, nos conforta, nos sobrepasa, pero que aporta a nuestra existencia una fecundidad y una riqueza increíbles. En la confianza y el abandono al misterio de la presencia divina, somos capaces de llenar nuestra barca de “peces”, aunque la pesca parezca humanamente imposible.
Si yo estoy convencido que Dios está en mi barca, no tengo miedo de llevarla mar adentro y de desafiar tempestades y peligros en alta mar. Incluso estoy dispuesto a enfrentar lo imposible. Si Dios está conmigo, si actúo bajo su mirada, si sé que todo lo que haga no será inútil. quizá servirá para hacer de mí un “pescador de hombres”, es decir alguien capaz de salvar a otros, ayudándoles a “salir vivos” de las aguas amenazantes del peligro, el miedo y el mal. Llegaré a ser, a mi vez, un “salvador” a imagen de mi Maestro.

Bruno Mori
(traducción de Ernesto Baquer )



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