vendredi 30 décembre 2016

LO IMPORTANTE O LO INSIGNIFICANTE… Mt.22,1-14


28° dom  tod A

Este cuento de Jesús habla de la invitación al banqueteL’IMPORTANT OU L’INSIGNIFIANT… ? LE NÉCESSAIRE OU L’INUTILE ….? que un rey preparó para las bodas de su hijo. Un banquete de bodas, y especialmente un banquete de bodas real era en la antigüedad lo más fastuoso y extraordinario a lo que alguien podía asistir. Rechazar la invitación a un banquete de bodas real era lo más insensato que uno podía hacer. El evangelista quiere justamente resaltar lo que se produce cuando los primeros invitados que representan aquí al pueblo judío con sus responsables civiles y religiosos, declinan la invitación real. Vislumbramos en el trasfondo del relato del evangelista, una nota de ironía y burla por la estupidez de esa gente que, por su ceguera, se han excluido de semejante gracia y abundancia. En lugar de entrar en la sala de la boda y aprovechar la extraordinaria novedad del acontecimiento, han preferido la rutina banal de sus negocios mezquinos y sus necesidades insignificantes. Y puesto que han rechazado la oferta de Dios, en adelante la invitación se hará a otros invitados. Pero esta vez no será una invitación selectiva, dirigida a un pequeño número de elegidos o de amigos seleccionados cuidadosamente, sino una invitación abierta a todos sin distinción de clase, partido o pertenencia, porque ese gran señor quiere que se llene, a cualquier precio, la sala del banquete. Es que una boda no se celebra en una sala vacía. En adelante Dios es el Dios de todos. Es el fin de particularismos, castas, clases, divisiones, diferencias.

Esta parábola manifiesta también una subversión y un cambio de actitudes y valores, porque trata de decirnos que, no sólo Dios acoge ahora a todo el mundo en su sala de bodas, sino que parece tener una debilidad por los que incumplen la normativa, los marginales, los fuera de la ley, los delincuentes (cfr. Lc. 14,21-23: "vete rápido a las plazas y calles de la ciudad, y trae a todos los pobres, los tullidos, los ciegos y los cojos"). Es un golpazo a toda institución, organización, movimiento, religión de "puros" basada en el elitismo, segura de su propia superioridad, convencida de su verdad: ¡nosotros el pueblo elegido, nosotros los blancos, los occidentales, los americanos, nosotros la iglesia católica que posee "el esplendor de la verdad" y fuera de la cual no hay salvación, para nadie…! ¡yo, el cristiano ejemplar que va a misa todos los domingos, yo, irreprochable, yo la persona honrada y lista, siempre fiel a sus compromisos, que no le hace mal a nadie…!

Hay otro punto sobre el que esta parábola quiere atraer nuestra atención: el respeto a las prioridades en nuestra vida. Veamos, los primeros invitados escurren el bulto a la invitación del rey bajo pretexto de toda serie de excusas. Aparentemente todos tienen algo más importante y urgente que hacer, que participar en el banquete real que es el símbolo de la plenitud, la buena salud, la felicidad y el auténtico éxito del hombre. El problema y la falla de esta gente es dejar de lado lo importante por lo urgente; lo necesario por lo inútil y contingente; lo durable por lo efímero, el futuro por lo inmediato. Mi bienestar material lo quiero enseguida. Quiero ahora, hacerme rico, lucrarme, aumentar el capital de mi empresa, atiborrarme de dinero, ser millonario y poderoso… tanto peor si para eso los demás tienen que sufrir. Tanto peor si para eso tengo que saquear el planeta, arrasar la selva, aplanar las montañas, polucionar el aire que respiro, infectar los suelos que me alimentan, contaminar ríos y lagos, transformar los océanos en basureros, destruir el equilibrio de los ecosistemas. Tanto peor si me convierto en el peor azote que haya conocido la tierra, un cáncer que mina insidiosa pero inexorablemente la salud del planeta y con ella la vida y la supervivencia de las especies vivas, incluida la humanidad. Yo debería ser el guardián y custodio de la vida sobre la tierra, el representante legal que debería defender los derechos de todos los seres vivos del Planeta, sin pretender superioridad alguna, sin voluntad de explotación…. y me he transformado en su verdugo y torturador. Es un problema que nos concierte a todos, en el plano humano como en el espiritual y religioso. Dejamos de lado lo esencial por lo secundario, lo importante por lo urgente, la salud de todos por nuestro pequeño éxito personal. Huimos de nuestras responsabilidades, esclavos de la compensación inmediata.

Y en el plano espiritual ¡¡¡cuántas invitaciones perdidas!!! Dedicamos casi todo nuestro tiempo a cuidar y satisfacer las necesidades y los deseos de nuestro cuerpo, pero ¿qué hay de las necesidades y deseos de nuestro espíritu? ¿Es que nuestra alma no tiene aspiraciones y necesidades? ¿A veces no tenemos la impresión de que hemos matado nuestra alma, que vivimos sin alma, que actuamos sin alma? Impulsados, como lo somos, a vivir al ritmo endiablado y deshumanizante de las necesidades inmediatas, del rendimiento, de la eficacia material, de la seducción física, de la apariencia exterior…, perdemos nuestra alma y privamos nuestra existencia de la vitalidad que le da esa sabia interior que le proporciona gusto, calidad, impulso, altura a nuestra existencia. Nos convertimos en flores sin colores, alimentos sin sabor, músicos sin inspiración. Pero ¿no es la calidad de nuestra alma lo que le da calidad a nuestra vida? ¿Qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?, decía Jesús.

Todos hemos percibido, en algún momento, los suspiros de nuestra alma… Llamamientos que surgen de la profundidad de nuestro ser, gritos del corazón, que nos impulsan a plantearnos cuestiones sobre el sentido de nuestra vida y sobre la finalidad de nuestra presencia en el mundo. Las invitaciones del alma, los llamamientos interiores son importantes. Es el alma en nosotros que quiere reencontrar su libertad, su espacio, su naturaleza, unirse a la fuente divina a cuya imagen y semejanza ha sido creada. Pero, muy frecuentemente no le hacemos caso. No tenemos tiempo para escuchar sus llamadas, gritos, invitaciones. Tenemos cosas más urgentes que hacer. Lectura, reflexión, meditación, oración, silencio, escucha, gestos de fe, apertura a Dios, grupos de creyentes, práctica religiosa, eucaristía dominical… para eso no tenemos tiempo: yo tengo el trabajo, los hijos, el perro, una vida social, amigos en línea, programas en la tele; tengo que recuperar horas de sueño, césped que cortar, comida que preparar… estoy ¡tan ocupado!... y mi alma se muere, ¡pero eso no es grave! ¡Mis tonterías son mucho más importantes! Una vez más huimos de lo esencial para caer en lo insignificante.

¿Encontraremos un día el tiempo de entrar en la sala de bodas, en ese lugar donde se celebra el amor, para que nuestro espíritu pueda finalmente reencontrar el objeto de sus aspiraciones y el espacio que necesita para expandirse y así darle alas a nuestra existencia?


Bruno Mori  -   Traducción: Ernesto Baquer 

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