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Original
francés: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2013/06/la-mere-faisait-mourir-enfant-luc-7-11.html.
Generalmente los predicadores utilizan el relato de la viuda de Naín
para resaltar la bondad, la sensibilidad de Jesús que no puede permanecer
indiferente ante la angustia y el dolor humano, y que interviene con su poder
de "Hijo de Dios" para consolar, curar y salvar.
Pero se puede
interpretar este episodio de otra forma, más cercana a nuestro vivir ordinario.
Que podría ser así. Había una vez, en un pueblito de Palestina llamado Naín,
una joven pareja que se amaba mucho. El quería ser para ella un remanso de
seguridad y asegurarle protección, serenidad y felicidad. Ella hacia todo por él y lo estimaba con
admiración, ternura y reconocimiento. No podían vivir el uno sin el otro y se
complementaban de maravilla, como sólo pueden hacerlo los que se aman
profundamente. En aquella época, el hombre no era sólo el que ganaba dinero y
proveía a las necesidades fundamentales de la familia, sino que era también
para la esposa pensión de vejez y seguridad social, en el sentido más literal
de la palabra.
Un día este
hombre muere y deja a su esposa en la miseria y la angustia. (Esa era la
situación de muchas viudas en tiempos de Jesús). Al perder a su marido, esta
mujer lo ha perdido todo, el soporte de su vida y su razón de vivir. En la
oscuridad de su precariedad, no le queda más que una lucecita de esperanza: el
hijo que le dejó su esposo. Podemos imaginarnos a este hijo como un muchacho de
doce, trece años, porque el evangelio lo describe como un joven. Para esta
mujer, su hijo será todo en su vida: consuelo en los momentos de tristeza,
compañía en los momentos de soledad; y sobre todo seguridad para el futuro. En
pocos años, será el que cuidará de ella. Se casará, formará también una familia
y ella lo seguirá a todas partes, cuidará siempre de ella y reemplazará a su
marido. Este hijo se convierte por tanto, para esta viuda desamparada, en la
encarnación de todas sus esperanzas, de todas sus esperas. Se convierte en su
futuro, su único y solo futuro. La alternativa no sería más que una vida llena
de privaciones.
Se entenderá
entonces por qué este hijo único sea para esta viuda, el objeto de todas sus
preocupaciones, ansiedades, deseos, expectativas, de todos sus cálculos. Lo
sofoca literalmente con sus demandas y exigencias, aprisionándolo en las redes
de su posesividad y sus esperanzas. A la larga, la presencia de la madre, la
siente este muchacho como algo opresivo, cuando debía prepararse para ser un
adulto independiente, autónomo y libre. Podemos imaginar que este muchacho
tenga una envidia loca de ser como los otros compañeros que ríen, corren y se
divierten, sin sentirse aplastados por el peso de deberes y responsabilidades
demasiado pesadas para sus pocos años. Cada vez que quiere seguir a sus amigos,
se siente infiel con su madre. No vive su propia vida; vive sólo en función de
su madre y se siente morir de culpabilidad cada vez que busca tener una
existencia autónoma. Vivir así, vivir a la sombra de su madre, y con la
continua preocupación de no decepcionarla, equivale a no permitirse una vida
normal; significa no poder vivir realmente por sí y para sí. Podemos decir que
la muerte del padre ha sido también el inicio de la muerte del hijo; y que el
muchacho murió antes de haber comenzado a vivir. Porque una vida que no es
vida, puede compararse a una muerte. Es como ser transportado en un ataúd.
Lo que
encuentra Jesús en su camino es ese cortejo de decepciones, sufrimientos,
tristeza y muerte. Jesús, nos dice el evangelio, no puede permanecer
indiferente ante el drama de esta familia y sobre todo ante el comportamiento
de esta mujer que, sin quererlo ni saberlo, ha secado y matado la vida de su
hijo. El evangelio nos dice que Jesús, inmediatamente, sintió piedad de su
estado. Y destaca que interviene rápidamente para detener todo eso. El mismo
detiene el cortejo fúnebre. Y le dice resuelta y bruscamente: "¡Mujer, deja de llorar!". Pienso que
estas palabras no expresan compasión. Más bien Jesús las pronunció con cierta
firmeza y quizá con cierta dureza. Se podrían traducir así: "Querida
señora, comprendo su estado de ánimo; cuánto le hace sufrir la situación que
vive: tiene la impresión de estar totalmente despojada y abandonada. Sin
embargo, tiene que comprender que con vuestra angustia y tristeza, vuestros
miedos y exigencias, usted ha tiranizado años a su hijo. Deje de llorar por la
suerte de usted. Si no deja de llorar la muerte de su marido, y de depositar
todas sus esperanzas en las espaldas de su hijo, usted lo ahogará y no le
dejará vivir. Su hijo no es su propiedad; no tiene el derecho de servirse de él
para luego enjugar vuestras lágrimas. No puede existir sólo para usted. Usted
lo guardará solamente si es capaz de desprenderse de él y de dejarlo seguir su
camino. No llore el pasado. Deje de considerarse dependiente de los otros,
porque está en camino de estrangular a las personas en las que se apoya".
Jesús se
acercó en seguida a los que llevaban el ataúd del muchacho "muerto",
y da una orden que resuena como un latigazo: "¡Muchacho, a ti te lo digo!" ¡Basta de dejarte aplastar!
¡Basta de arrastrarte bajo la autoridad obsesiva y opresiva de su madre! En la
vida hay algo mucho más importante que la obediencia ciega; que la obsesión de
complacer o agradar a las personas de las que creemos depender: mucho mejor que
evitar el sentimiento de culpabilidad es aprender a vivir en primera persona.
Tú tienes derecho a una vida personal y a elegir tu camino. Nadie puede
imponerte su visión, sus planes, sus gustos, sus deseos, ni hacerte responsable
de la realización de sus esperanzas. "¡Levántate!"
¡Camina sobre tus pies! ¡Vive la vida como tú quieras! ¡Comienza por
vivir!"
Entonces el muerto se levantó y Jesús se lo entregó a
su madre, vivo. Esa madre puede tener de nuevo a su
hijo, porque el hijo ahora ya no le pertenece; y no le pertenece porque está
finalmente vivo. ¡Qué maravilla pensar que este muchacho podrá vivir en la casa
materna sin sentirse ni aprisionado, ni sofocado por las exigencias y la
presión de su madre! ¡Qué maravilla poder un día ver a esta madre feliz por
haber permitido a su hijo volar con sus propias alas y verlo avanzar en su
camino de autonomía, independencia y libertad, convertido al fin en una persona
adulta y responsable! Este hijo vuelto vivo, ella lo recibirá en su vida con
tanta más felicidad cuanto estará a la altura de ser realmente aquel en quien
ella podrá poner su total confianza.
Este relato
quiere enseñarnos, a quien es capaz de entender, que Jesús está para ayudarnos
a resucitar de nuestras muertes interiores, y a emanciparnos de dependencias y
esclavitudes para conducirnos a vivir una existencia humana bajo la enseña de
la libertad y la felicidad.
Bruno Mori
(traducción de
Ernesto Baquer )
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