jeudi 1 décembre 2016

LA VIUDA DE NAIN.... Lc. 7, 11-17

... O LA MADRE QUE MATABA A SU HIJO

 10° Dom  to C

Generalmente los predicadores utilizan el relato de la viuda de Naín para resaltar la bondad, la sensibilidad de Jesús que no puede permanecer indiferente ante la angustia y el dolor humano, y que interviene con su poder de "Hijo de Dios" para consolar, curar y salvar.
Pero se puede interpretar este episodio de otra forma, más cercana a nuestro vivir ordinario. Que podría ser así. Había una vez, en un pueblito de Palestina llamado Naín, una joven pareja que se amaba mucho. El quería ser para ella un remanso de seguridad y asegurarle protección, serenidad y felicidad. Ella  hacia todo por él y lo estimaba con admiración, ternura y reconocimiento. No podían vivir el uno sin el otro y se complementaban de maravilla, como sólo pueden hacerlo los que se aman profundamente. En aquella época, el hombre no era sólo el que ganaba dinero y proveía a las necesidades fundamentales de la familia, sino que era también para la esposa pensión de vejez y seguridad social, en el sentido más literal de la palabra.
Un día este hombre muere y deja a su esposa en la miseria y la angustia. (Esa era la situación de muchas viudas en tiempos de Jesús). Al perder a su marido, esta mujer lo ha perdido todo, el soporte de su vida y su razón de vivir. En la oscuridad de su precariedad, no le queda más que una lucecita de esperanza: el hijo que le dejó su esposo. Podemos imaginarnos a este hijo como un muchacho de doce, trece años, porque el evangelio lo describe como un joven. Para esta mujer, su hijo será todo en su vida: consuelo en los momentos de tristeza, compañía en los momentos de soledad; y sobre todo seguridad para el futuro. En pocos años, será el que cuidará de ella. Se casará, formará también una familia y ella lo seguirá a todas partes, cuidará siempre de ella y reemplazará a su marido. Este hijo se convierte por tanto, para esta viuda desamparada, en la encarnación de todas sus esperanzas, de todas sus esperas. Se convierte en su futuro, su único y solo futuro. La alternativa no sería más que una vida llena de privaciones.
Se entenderá entonces por qué este hijo único sea para esta viuda, el objeto de todas sus preocupaciones, ansiedades, deseos, expectativas, de todos sus cálculos. Lo sofoca literalmente con sus demandas y exigencias, aprisionándolo en las redes de su posesividad y sus esperanzas. A la larga, la presencia de la madre, la siente este muchacho como algo opresivo, cuando debía prepararse para ser un adulto independiente, autónomo y libre. Podemos imaginar que este muchacho tenga una envidia loca de ser como los otros compañeros que ríen, corren y se divierten, sin sentirse aplastados por el peso de deberes y responsabilidades demasiado pesadas para sus pocos años. Cada vez que quiere seguir a sus amigos, se siente infiel con su madre. No vive su propia vida; vive sólo en función de su madre y se siente morir de culpabilidad cada vez que busca tener una existencia autónoma. Vivir así, vivir a la sombra de su madre, y con la continua preocupación de no decepcionarla, equivale a no permitirse una vida normal; significa no poder vivir realmente por sí y para sí. Podemos decir que la muerte del padre ha sido también el inicio de la muerte del hijo; y que el muchacho murió antes de haber comenzado a vivir. Porque una vida que no es vida, puede compararse a una muerte. Es como ser transportado en un ataúd.
Lo que encuentra Jesús en su camino es ese cortejo de decepciones, sufrimientos, tristeza y muerte. Jesús, nos dice el evangelio, no puede permanecer indiferente ante el drama de esta familia y sobre todo ante el comportamiento de esta mujer que, sin quererlo ni saberlo, ha secado y matado la vida de su hijo. El evangelio nos dice que Jesús, inmediatamente, sintió piedad de su estado. Y destaca que interviene rápidamente para detener todo eso. El mismo detiene el cortejo fúnebre. Y le dice resuelta y bruscamente: "¡Mujer, deja de llorar!". Pienso que estas palabras no expresan compasión. Más bien Jesús las pronunció con cierta firmeza y quizá con cierta dureza. Se podrían traducir así: "Querida señora, comprendo su estado de ánimo; cuánto le hace sufrir la situación que vive: tiene la impresión de estar totalmente despojada y abandonada. Sin embargo, tiene que comprender que con vuestra angustia y tristeza, vuestros miedos y exigencias, usted ha tiranizado años a su hijo. Deje de llorar por la suerte de usted. Si no deja de llorar la muerte de su marido, y de depositar todas sus esperanzas en las espaldas de su hijo, usted lo ahogará y no le dejará vivir. Su hijo no es su propiedad; no tiene el derecho de servirse de él para luego enjugar vuestras lágrimas. No puede existir sólo para usted. Usted lo guardará solamente si es capaz de desprenderse de él y de dejarlo seguir su camino. No llore el pasado. Deje de considerarse dependiente de los otros, porque está en camino de estrangular a las personas en las que se apoya".
Jesús se acercó en seguida a los que llevaban el ataúd del muchacho "muerto", y da una orden que resuena como un latigazo: "¡Muchacho, a ti te lo digo!" ¡Basta de dejarte aplastar! ¡Basta de arrastrarte bajo la autoridad obsesiva y opresiva de su madre! En la vida hay algo mucho más importante que la obediencia ciega; que la obsesión de complacer o agradar a las personas de las que creemos depender: mucho mejor que evitar el sentimiento de culpabilidad es aprender a vivir en primera persona. Tú tienes derecho a una vida personal y a elegir tu camino. Nadie puede imponerte su visión, sus planes, sus gustos, sus deseos, ni hacerte responsable de la realización de sus esperanzas. "¡Levántate!" ¡Camina sobre tus pies! ¡Vive la vida como tú quieras! ¡Comienza por vivir!"
Entonces el muerto se levantó y Jesús se lo entregó a su madre, vivo. Esa madre puede tener de nuevo a su hijo, porque el hijo ahora ya no le pertenece; y no le pertenece porque está finalmente vivo. ¡Qué maravilla pensar que este muchacho podrá vivir en la casa materna sin sentirse ni aprisionado, ni sofocado por las exigencias y la presión de su madre! ¡Qué maravilla poder un día ver a esta madre feliz por haber permitido a su hijo volar con sus propias alas y verlo avanzar en su camino de autonomía, independencia y libertad, convertido al fin en una persona adulta y responsable! Este hijo vuelto vivo, ella lo recibirá en su vida con tanta más felicidad cuanto estará a la altura de ser realmente aquel en quien ella podrá poner su total confianza.
Este relato quiere enseñarnos, a quien es capaz de entender, que Jesús está para ayudarnos a resucitar de nuestras muertes interiores, y a emanciparnos de dependencias y esclavitudes para conducirnos a vivir una existencia humana bajo la enseña de la libertad y la felicidad.

Bruno Mori

(traducción de Ernesto Baquer )

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