jeudi 1 décembre 2016

ATREVERSE A IR MAR ADENTRO… Lc. 5,1-11

.... Y echar las redes

   5° domingo   to C

Veamos lo que este viejo texto del evangelio de Lucas busca decirnos, a nosotros hombres y mujeres de hoy. El relato nos transporta a un pueblito de Galilea. La vida corre tranquila, rutinaria, monótona. Cada quien tiene pequeñas actividades, pequeño oficio, pequeñas ocupaciones; cada uno construye su vida como le conviene: según sus capacidades, sus medios… y contando todo, cada quien encuentra su jornal, su razón de vivir y su pequeña felicidad. Una vida tranquila, sin sobresaltos, sin demasiados problemas, tampoco sin muchas pretensiones… de gente que aprendieron a contentarse con lo que son; a no crearse necesidades inútiles; a no tener grandes aspiraciones, porque saben que la vida suele ser cruel y muy a menudo se encarga de desencantarnos y recortarnos las alas si tenemos grandes expectativas.

Son gente que viven al día… la pesca a la noche… casi siempre escasa, porque el lago es muy explotado, y las monedas que les da la venta del pescado alcanzan sólo para mantener a la familia… durante el día descansar, conversar con los compañeros, reparar las redes. Nada más esperan de la vida. Y ¿qué más puede ofrecer la vida a esa gente sin cultura, sin recursos, sin medios, sin influencia, sin poder? Se saben destinados a vivir en pobreza, mediocridad y anonimato el resto de su existencia. Son gente, en cierta forma, satisfecha y a la vez desilusionada y resignada. Precisamente por ello, son también gente sin futuro, sin porvenir, sin aspiraciones: anclados en la orilla del lago, inexorablemente atados a sus barcas, prisioneros de sus costumbres, rutinas, prejuicios; gente que no tendrá jamás la audacia o el pensamiento de soltar amarras, de partir a la aventura para descubrir nuevos horizontes, vivir nuevas experiencias, enriquecer de otras formas su miserable vida.

¡Cuánto nos parecemos a esos pescadores temerosos y resignados sentados al borde del lago de Genesaret! ¡Esos pescadores somos nosotros! ¡Incapaces de desarraigarnos! Pegados a nuestra orilla. Atados a nuestros modos de vida, nuestras vidas instaladas, nuestra buena y vieja religión, nuestras creencias confortables, nuestra fe tan tranquilizante, nuestras pequeñas ilusiones. Incapaces de apertura, de ductilidad, de tolerancia. Aterrorizados por cualquier cambio. Satisfechos de lo que somos y lo que hacemos, de lo que tenemos y lo que creemos. Encerrados en nuestras pequeñas rutinas, costumbres, egoísmos; bien acurrucados al calor de nuestro nidito tan confortable y tan cómodo… Hace tiempo que renunciamos a la aventura, al deseo de ver otros mundos, descubrir otras orillas, conocer otro Dios y vivir quizás un modo de vida diferente.

El texto del Evangelio acaba de decirnos que, en la vida, debemos estar siempre prestos a partir en otra dirección y embarcarnos en un nuevo bajel, si eso sirve para que crezcamos en humanidad y en dar más calidad, plenitud y realización a nuestra existencia. Por eso presenta a Jesús llegando de repente a interpelar a la gente sentada alrededor de sus redes. Los invita a escuchar una palabra nueva, a ver el mundo de otro modo, a mirar más lejos, a ponerse de pie, a dejar la orilla, a ir mar adentro: “Rema mar adentro” le dice a Simón. Le invita a adentrarse en el mar (símbolo de los desconocido, de las profundidades amenazantes y peligrosas, a vencer y salir de sus miedos, a dejar sus seguridades, su país, sus casas, el estrecho círculo de su clan, de sus amigos, y a mirar más lejos, más allá de los estrechos límites en los que se juega todo el sentido de su vida. El mundo es más amplio que su pueblito y la humanidad no se limita a las personas que los rodean, ni la verdad se reduce a algunas creencias o convicciones sobrevaloradas sobre las que han construido el sentido de su vida.

A través de la actitud de Jesús, el Evangelio quiere conducirnos a salir de nuestros miedos, desconfianzas, gestos egoístas, y a abrirnos a la novedad del mensaje de Jesús, a acoger el nuevo rostro de Dios que él nos revela, a confiar en los otros, a hacernos sensibles a las necesidades de los demás y a las esperanzas de toda la humanidad. Cuidado si nos replegamos sobre nosotros mismos, si reducimos nuestra vida a la mera búsqueda de nuestro confort e interés personal; si nos recluimos en nuestro agujero, si sólo construimos muros alrededor de nosotros para defendernos de los demás, por suponer que podrían ser potenciales enemigos y agresores.

Por eso, en el Evangelio, Jesús urge a los suyos no sólo a remar mar adentro, sino también a echar las redes confiando en la palabra de Jesús que nos impulsa a hacerlo. Echar las redes fiados en la palabra del Señor significa: crear relaciones. El discípulo de Jesús es esencialmente un ser de relaciones, es decir una persona que obra para levantar redes de solidaridad humana, para establecer contactos, acercamientos, para derribar las barreras de los prejuicios, la desconfianza y las diferencias; para realizar amistad, fraternidad, comunión, para sembrar amor. En medio de las olas amenazadoras del mar que, en la Biblia, representan los peligros de un mundo egoísta, malvado, cruel y violento, los discípulos de Jesús somos llamados a echar las redes que permitan a otros, perdidos y tristes en la soledad fatal del mar, aferrarse a la barca de donde viene su salvación.

El Evangelio quiere finalmente asegurarnos que, los que en su vida son capaces de llegar a ser, por la gracia de Dios, seres de relaciones, seres abiertos y acogedores, constructores de puentes, echadores de redes, creadores de mallas, discípulos animados e inspirados por el amor y la confianza y no por el miedo, la desconfianza y el prejuicio… en fin, esos, afirma el Evangelio, realizarán plenamente su vida, porque tendrán la alegría de ver siempre su barca llena de peces. Lo que quiere decir que su existencia será colmada, realizada, llena de sentido; serán personas amadas, apreciadas, buscadas; estarán siempre rodeadas de multitud de amigos y gratificados por la amistad, la adhesión y el reconocimiento de los y las que quizá han podido ser salvados, gracias a ellos, de la soledad, la pobreza, el sufrimiento, la angustia y la desesperanza.

En una palabra, el Evangelio de hoy quiere hacernos comprender que la salvación y la felicidad del hombre consisten en su capacidad de salir de sí mismo, de acoger al otro, y en la cantidad y la cualidad del amor que es capaz de compartir a su alrededor.
¡Que el Señor nos conceda ser personas así!

Bruno Mori


(traducción de Ernesto Baquer)

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