Ser
magos, buscadores de luz, buscadores de Dios
Antes de empezar a
reflexionar sobre el contenido de este evangelio, es necesario que todos
sepamos que Mateo, al escribir este relato de la estrella y de los Magos, no
tuvo la intención de transmitirnos un hecho real e histórico. Quieren contarnos
a los cristianos un cuento, una historia inventada para comunicarnos una
actitud interior que nos concierne a todos y para ayudarnos a orientar
correctamente nuestra existencia. Por tanto, debemos interpretar, decodificar
las imágenes y símbolos que componen este relato para que nos revelen toda la
profundidad y belleza de su contenido.
La palabra
"mago" significa buscador[1]. Los
magos por tanto son gente que busca saber, que vive en la incertidumbre, la
duda, la oscuridad, la insatisfacción, respecto a los conocimientos que posee;
buscan algo más completo, más satisfactorio. Por eso están en camino, en viaje.
No podemos encontrar nada realmente nuevo, si permanecemos fijos en nuestro
lugar, si no exploramos otros territorios ni recorridos otros caminos. Estos buscadores
vienen del Oriente, porque es en Oriente donde nace el sol; de Oriente surge la
luz que cada día expulsa a la noche. Los buscadores de luz sólo pueden venir
del Oriente. Oriente es su patria. Los magos representan a todos aquellos y
aquellas que buscan la luz (de la verdad, la justicia, la felicidad, la
salvación). Sólo pueden ser guiados por una estrella. En efecto, en todas las
culturas antiguas, la estrella es la imagen simbólica de la luz que ilumina el
camino, que evita caerse y que salva la vida.
En el espíritu
cristiano, todo buscador de luz consigue su búsqueda, si encuentra al
"niño". Y eso no sólo porque el niño es por definición el ser que
está allí sólo porque ha nacido (dado a
luz), sino también porque, en la literatura cristiana, es el signo más
logrado de la presencia de la salvación de Dios en la tierra. La pregunta de
los magos a Herodes: "Dónde podemos encontrar al niño que acaba de
nacer", es decir que ha sido dado a la luz, es realmente la pregunta que
se plantea todo buscador de Dios. El evangelista Mateo sabe muy bien que Dios
se ha manifestado a través del hombre de Nazaret y que Dios está presente en
él, en cada ser humano, así como en las profundidades de la realidad. Pero
¿cómo encontrarlo? ¿cómo hacerlo suyo? Ese Dios que, en adelante, debe animar y
regir la vida de cada persona, se hace presente aquí a nuestra fe bajo la
figura del niño-rey. Buscar a Dios
equivale en la Biblia a buscar dónde está el niño, porque esta vida de Dios en
nosotros es para cada uno una fuente de frescor, juventud, belleza, vida nueva.
A través del
símbolo de los magos-buscadores, el Evangelio de hoy quiere entonces
plantearnos la cuestión: ¿qué buscas tú principalmente en tu vida? ¿Eres un
buscador de Dios, de novedad, de vida nueva? ¿Cómo puedes encontrar a ese Dios,
presente en tu vida? ¿Qué haces para encontrarlo? ¿Cómo serás capaz de
reconocer su luz entre las innumerables luces que pretenden esclarecer y
orientar tu existencia? ¿A dónde irás para encontrarlo?
El evangelista nos
dice que hay dos mundos donde puedes buscar al niño que es rey. El mundo de la
exterioridad y el mundo de la interioridad. El
mundo de la exterioridad es el mundo de Herodes. Es el mundo que todos
conocemos. El mundo que se describe en los diarios, que vemos en la televisión.
El mundo en que nos zambullimos cada día y en el que se despliega nuestra
existencia cotidiana. Es el mundo de la lucha por el poder, de la
confrontación, del miedo; un mundo donde cada uno buscamos poseer alguien o
algo. El mundo de la intriga, la mentira, la avidez, el poder, la violencia, la
envidia representado por la figura de Herodes. Es también el mundo al que no le
gustan los cambios, las transformaciones, las revoluciones. Donde los
gobernantes están atados al status quo y a la inmovilidad que les aseguran la
estabilidad y la permanencia en el poder. Es un mundo donde no es bienvenida
ninguna nueva luz. Un mundo en guerra contra toda luz que venga de afuera. Un
mundo caracterizado por la noche. Un mundo de adultos sombríos. En este mundo
el único rey es Herodes. Allí no existe niño-rey. Al contrario, en el mundo de
Herodes el niño es sistemáticamente eliminado. Es un mundo que no manifiesta
ningún signo de presencia divina; un mundo en el que jamás vino Dios y en el
que jamás se podrá encarnar.
También está el mundo de la interioridad que abriga
la presencia del niño-rey, símbolo de la presencia de Dios en nuestras vidas.
El evangelio nos dice que sólo lo encontraremos si a lo largo del camino de la
búsqueda de Dios y de la verdad sobre nosotros mismos, somos capaces de
percibir y seguir su Estrella. Una
estrella no es sólo un punto de luz en la noche, una presencia de fuego y calor
en la terrible frialdad de nuestro universo. Es también el crisol donde todos
los elementos de nuestro mundo aparecen a la existencia, es la fuente de toda
posibilidad de vida. Entrever una estrella en nuestra vida puede por tanto
significar ver la fuente, el centro, el núcleo del que surge en nosotros la
verdadera vida y nuestra salvación.
Los Magos
buscadores no vieron donde se detuvo la estrella cuando estaban en su país de
Oriente, sino cuando se encontraban en el país de Herodes. Eso significa que la
estrella que indica donde se encuentra la presencia de Dios en nuestra vida se
manifiesta en nosotros sólo cuando estamos en contacto con Herodes; es decir
cuando vivimos los momentos más duros, penosos, engañosos, dolorosos,
difíciles, dolorosos de nuestra existencia; cuando nos enfrentamos a la maldad
del mundo; cuando nos damos cuenta de lo absurdo y estúpido de nuestras
necesidades materiales, nuestros apetitos y nuestras esperas locas; cuando
experimentamos nuestra fragilidad, la enfermedad, el sufrimiento del dolor y de la muerte… En esos momentos, si
estamos atentos, una pequeña luz se enciende en nosotros y aparece la estrella…
Es una lucecita
que de repente brilla en nuestra noche: un recuerdo, un sabor de la infancia,
las ganas de ser mejores, de vivir diferente, de cambiar de vida; las ansias de
un lugar seguro, de una presencia amante y tranquilizadora. Son las ganas de ceder las armas, de dejar de
batirnos; el deseo de poder confiar como niños; de dejar caer nuestros
antagonismos, de arrojar bien lejos de nosotros todos esos malos espíritus que
nos torturan y nos impiden gustar confiada y simplemente la felicidad de vivir
como hijos de Dios; es la nostalgia del tiempo, del paraíso original donde
fuimos llevados, protegidos, amados, donde no nos faltaba nada y éramos
felices. Es la atracción de Dios en nosotros. Es una palabra divina que se hace
oír en las profundidades de nuestro corazón. Es la intuición, o mejor, la
sensación de algo misteriosamente divino que está en nosotros; que ha estado
siempre allí, pero que nunca hemos prestado la suficiente atención como para
darnos cuenta, como para percibirlo, pero que nos impulsa hacia la luz de un
nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, una nueva vida. Es Dios en nosotros que
quiere conducirnos a reencontrar el niño que somos en las profundidades más
intactas de nuestra persona.
Si seguimos la luz
de esta estrella surgida súbitamente en el cielo de nuestra existencia, nos
encontraremos también, como los magos, arrodillados ante el niño que somos y en el que reconocemos los signos de la
presencia de Dios en nuestra vida. ¿Seremos capaces de seguir la estrella que
busca conducirnos donde Dios podrá transformarnos en sus hijos? ¿Seremos
capaces de poner toda nuestra vida en sus manos, ofreciéndole el oro de
nuestros éxitos y alegrías, el incienso de nuestra adoración y nuestro amor, y
la mirra de nuestras pruebas y sufrimientos?
Bruno Mori
Texto traducido por Ernesto Baquer
[1] N del T.
Interesante ver buscadores en el artículo: http://www.abc.es/sociedad/20121204/abci-reyes-magos-andaluces-201212032227.html.
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