mercredi 28 décembre 2016

EPIFANIA - Mt.2, 1-12

Ser magos, buscadores de luz, buscadores de Dios


Antes de empezar a reflexionar sobre el contenido de este evangelio, es necesario que todos sepamos que Mateo, al escribir este relato de la estrella y de los Magos, no tuvo la intención de transmitirnos un hecho real e histórico. Quieren contarnos a los cristianos un cuento, una historia inventada para comunicarnos una actitud interior que nos concierne a todos y para ayudarnos a orientar correctamente nuestra existencia. Por tanto, debemos interpretar, decodificar las imágenes y símbolos que componen este relato para que nos revelen toda la profundidad y belleza de su contenido.
La palabra "mago" significa buscador[1]. Los magos por tanto son gente que busca saber, que vive en la incertidumbre, la duda, la oscuridad, la insatisfacción, respecto a los conocimientos que posee; buscan algo más completo, más satisfactorio. Por eso están en camino, en viaje. No podemos encontrar nada realmente nuevo, si permanecemos fijos en nuestro lugar, si no exploramos otros territorios ni recorridos otros caminos. Estos buscadores vienen del Oriente, porque es en Oriente donde nace el sol; de Oriente surge la luz que cada día expulsa a la noche. Los buscadores de luz sólo pueden venir del Oriente. Oriente es su patria. Los magos representan a todos aquellos y aquellas que buscan la luz (de la verdad, la justicia, la felicidad, la salvación). Sólo pueden ser guiados por una estrella. En efecto, en todas las culturas antiguas, la estrella es la imagen simbólica de la luz que ilumina el camino, que evita caerse y que salva la vida.

En el espíritu cristiano, todo buscador de luz consigue su búsqueda, si encuentra al "niño". Y eso no sólo porque el niño es por definición el ser que está allí sólo porque ha nacido (dado a luz), sino también porque, en la literatura cristiana, es el signo más logrado de la presencia de la salvación de Dios en la tierra. La pregunta de los magos a Herodes: "Dónde podemos encontrar al niño que acaba de nacer", es decir que ha sido dado a la luz, es realmente la pregunta que se plantea todo buscador de Dios. El evangelista Mateo sabe muy bien que Dios se ha manifestado a través del hombre de Nazaret y que Dios está presente en él, en cada ser humano, así como en las profundidades de la realidad. Pero ¿cómo encontrarlo? ¿cómo hacerlo suyo? Ese Dios que, en adelante, debe animar y regir la vida de cada persona, se hace presente aquí a nuestra fe bajo la figura del niño-rey. Buscar a Dios equivale en la Biblia a buscar dónde está el niño, porque esta vida de Dios en nosotros es para cada uno una fuente de frescor, juventud, belleza, vida nueva.

A través del símbolo de los magos-buscadores, el Evangelio de hoy quiere entonces plantearnos la cuestión: ¿qué buscas tú principalmente en tu vida? ¿Eres un buscador de Dios, de novedad, de vida nueva? ¿Cómo puedes encontrar a ese Dios, presente en tu vida? ¿Qué haces para encontrarlo? ¿Cómo serás capaz de reconocer su luz entre las innumerables luces que pretenden esclarecer y orientar tu existencia? ¿A dónde irás para encontrarlo?

El evangelista nos dice que hay dos mundos donde puedes buscar al niño que es rey. El mundo de la exterioridad y el mundo de la interioridad. El mundo de la exterioridad es el mundo de Herodes. Es el mundo que todos conocemos. El mundo que se describe en los diarios, que vemos en la televisión. El mundo en que nos zambullimos cada día y en el que se despliega nuestra existencia cotidiana. Es el mundo de la lucha por el poder, de la confrontación, del miedo; un mundo donde cada uno buscamos poseer alguien o algo. El mundo de la intriga, la mentira, la avidez, el poder, la violencia, la envidia representado por la figura de Herodes. Es también el mundo al que no le gustan los cambios, las transformaciones, las revoluciones. Donde los gobernantes están atados al status quo y a la inmovilidad que les aseguran la estabilidad y la permanencia en el poder. Es un mundo donde no es bienvenida ninguna nueva luz. Un mundo en guerra contra toda luz que venga de afuera. Un mundo caracterizado por la noche. Un mundo de adultos sombríos. En este mundo el único rey es Herodes. Allí no existe niño-rey. Al contrario, en el mundo de Herodes el niño es sistemáticamente eliminado. Es un mundo que no manifiesta ningún signo de presencia divina; un mundo en el que jamás vino Dios y en el que jamás se podrá encarnar.

También está el mundo de la interioridad que abriga la presencia del niño-rey, símbolo de la presencia de Dios en nuestras vidas. El evangelio nos dice que sólo lo encontraremos si a lo largo del camino de la búsqueda de Dios y de la verdad sobre nosotros mismos, somos capaces de percibir y seguir su Estrella. Una estrella no es sólo un punto de luz en la noche, una presencia de fuego y calor en la terrible frialdad de nuestro universo. Es también el crisol donde todos los elementos de nuestro mundo aparecen a la existencia, es la fuente de toda posibilidad de vida. Entrever una estrella en nuestra vida puede por tanto significar ver la fuente, el centro, el núcleo del que surge en nosotros la verdadera vida y nuestra salvación.

Los Magos buscadores no vieron donde se detuvo la estrella cuando estaban en su país de Oriente, sino cuando se encontraban en el país de Herodes. Eso significa que la estrella que indica donde se encuentra la presencia de Dios en nuestra vida se manifiesta en nosotros sólo cuando estamos en contacto con Herodes; es decir cuando vivimos los momentos más duros, penosos, engañosos, dolorosos, difíciles, dolorosos de nuestra existencia; cuando nos enfrentamos a la maldad del mundo; cuando nos damos cuenta de lo absurdo y estúpido de nuestras necesidades materiales, nuestros apetitos y nuestras esperas locas; cuando experimentamos nuestra fragilidad, la enfermedad, el sufrimiento del  dolor y de la muerte… En esos momentos, si estamos atentos, una pequeña luz se enciende en nosotros y aparece la estrella…

Es una lucecita que de repente brilla en nuestra noche: un recuerdo, un sabor de la infancia, las ganas de ser mejores, de vivir diferente, de cambiar de vida; las ansias de un lugar seguro, de una presencia amante y tranquilizadora.  Son las ganas de ceder las armas, de dejar de batirnos; el deseo de poder confiar como niños; de dejar caer nuestros antagonismos, de arrojar bien lejos de nosotros todos esos malos espíritus que nos torturan y nos impiden gustar confiada y simplemente la felicidad de vivir como hijos de Dios; es la nostalgia del tiempo, del paraíso original donde fuimos llevados, protegidos, amados, donde no nos faltaba nada y éramos felices. Es la atracción de Dios en nosotros. Es una palabra divina que se hace oír en las profundidades de nuestro corazón. Es la intuición, o mejor, la sensación de algo misteriosamente divino que está en nosotros; que ha estado siempre allí, pero que nunca hemos prestado la suficiente atención como para darnos cuenta, como para percibirlo, pero que nos impulsa hacia la luz de un nuevo nacimiento, un nuevo comienzo, una nueva vida. Es Dios en nosotros que quiere conducirnos a reencontrar el niño que somos en las profundidades más intactas de nuestra persona.

Si seguimos la luz de esta estrella surgida súbitamente en el cielo de nuestra existencia, nos encontraremos también, como los magos, arrodillados ante el niño que somos y en el que reconocemos los signos de la presencia de Dios en nuestra vida. ¿Seremos capaces de seguir la estrella que busca conducirnos donde Dios podrá transformarnos en sus hijos? ¿Seremos capaces de poner toda nuestra vida en sus manos, ofreciéndole el oro de nuestros éxitos y alegrías, el incienso de nuestra adoración y nuestro amor, y la mirra de nuestras pruebas y sufrimientos?

Bruno Mori
Texto traducido por Ernesto Baquer 




[1] N del T. Interesante ver buscadores en el artículo: http://www.abc.es/sociedad/20121204/abci-reyes-magos-andaluces-201212032227.html

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