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Un lector superficial podría interpretar esta
parábola simplemente como que los ricos van al infierno y los pobres al cielo y
por lo tanto la justicia divina finalmente se restaura. Interpretada de esta
manera, la parábola sería una invitación a los pobres a soportar su pobreza y
sus calamidades en este mundo porque en el otro, un día tendrán su recompensa.
Por lo tanto, la parábola sería un llamado a los pobres a resignarse a su
suerte, a aceptar pacientemente su situación, ya que es normal que en este
mundo haya gente más inteligente que se enriquece y gente menos dotada que no
consigue salir de su pobreza.
Creo, sin embargo, que el
significado de la parábola es mucho más profundo. El Maestro, al contar esta
parábola no tiene ninguna intención de respaldar la pobreza y la explotación de
una gran parte de los habitantes de la tierra provocada por una minoría de
ricos y poderosos. Sin embargo, quiere hacernos entender lo que va a pasar a
los que, por conveniencia, egoísmo o interés propio, viven fingiendo no ver la
fealdad de la pobreza y el sufrimiento que afecta a gran parte del género
humano. Este Evangelio, de hecho, no habla sobre el más allá, sino sobre el más
acá de la tierra. Dice lo que va a pasar con nosotros en esta vida, si vivimos
como ricos insensibles con respecto a la tierra y cerrados a las necesidades
del prójimo.
La parábola tiene dos personajes: el rico y el pobre. El rico tenía todo; el pobre nada. Lo único que tiene el pobre es su nombre. El rico, al contrario, no tiene nombre. Lo sintomático en el Evangelio de Lucas, es que los ricos nunca tienen nombre (12.13 a 21; 16: 19-31; 18: 18-23). Pero en la Biblia, el nombre indica el destino o la misión de una persona. Indica la naturaleza de su vida, las características fundamentales de su personalidad. Lázaro se llama "Dios ayuda" (El 'azar) porque a lo largo de su vida va a necesitar que alguien le ayude. Va a necesitar a Dios para cuidar de él y salvarlo de su miseria.
El rico no tiene nombre, porque Dios no lo ayuda. No lo ayuda, simplemente porque no siente la necesidad de ser ayudado. Él no necesita a nadie. Tiene dinero. Lo tiene todo. Ya tiene su dios. El rico no tiene nombre para significar que, a pesar de su riqueza, no es nada, ni nadie. Somos persona porque somos seres de relaciones. Soy persona cuando los otros cuentan para mi y yo cuento para los demás; eres persona cuando tú necesitas a otros para construir tu felicidad y otros necesitan de tí para construir la suya. Uno es una persona cuando vive en armonía con el mundo que le rodea y cuando vibra en armonía con les demás y comunica y comparte la comprensión, la atención, el interés, la empatía, la simpatía, la compasión, la admiración, la fascinación, el deseo de ayudar, compartir, amar. Uno no es humano si vive desconectado de los demás; encerrado en si mismo; si no me interesa más que yo y ese pequeño mundo que construí en función de mí. Al cortarme de mis compañeros humanos, me separo de la fuente de mi humanidad. Me convertiré, inevitablemente en "inhumano" y, en consecuencia, en un individuo sordo e indiferente a los gritos de los pobres y desafortunados que acuden de todos lados a las puertas de mi casa.
El rico no se dio cuenta de Lázaro a su puerta mendigando su atención y gritando su desgracia. Ese es el drama, la culpa y la condenación de los ricos: no ver, no darse cuenta. El rico no es condenado por su riqueza, sino por su profundo desprecio hacia el pobre Lázaro. Es, básicamente, sobre este punto que la parábola quiere llamar la atención.
Nótese que en la parábola el rico no es presentado como un hombre malo. No hace nada malo; no insulta al pobre; no lo maltrata; no es agresivo ni opresivo con él. Tan sólo no lo ve. Esta indiferencia es el abismo que separa al uno del otro. Es el infranqueable abismo excavado por la superficialidad y la arrogancia del rico hedonista. Es aquí donde la parábola quiere llamar la atención:
- En el minimalismo dentro de nosotros; la arrogancia, el desprecio y la
complacencia que se hinchan hasta hacer desaparecer la gente que nos rodea;
- En la superficialidad que nos hace vacíos y terriblemente miopes;
- En la obsesión por acumular y tener, que acaban, finalmente, por
agobiarnos hasta el punto de que sólo nos vamos arrastrando, cuando estamos
hechos para volar.
- En el demasiado tener que ha destruido la calidad de nuestro ser (humano), hasta hacernos, a veces, terriblemente inhumanos.
- En el demasiado tener que ha destruido la calidad de nuestro ser (humano), hasta hacernos, a veces, terriblemente inhumanos.
En el Evangelio, Jesús
condena al rico no porque fuera malo, sino porque no vio el sufrimiento de su
prójimo y no lo socorrió. El hombre rico es condenado por su ceguera e
indiferencia. Esto, dice el Evangelio, esto es lo que va a pasarte a ti
también, si vives sin ver a Lázaro a tu puerta. Vivir como el rico, ser insensible,
no dejarse afectar por los que exigen tu atención, tu compasión y tu apoyo ...
y te condenas a una vida humanamente insignificante, superficial e inútil, que
tiene, ahora ya, el sabor del infierno.
Vamos a deshacernos de la miopía y la prisa que nos mantienen rehenes; no permitamos a las cosas que nos pesen y nos congelen en nuestra marcha hacia una humanidad mejor. Pidamos a Dios un corazón atento que sepa amar con pasión y compasión. Alguien me dijo una vez: "El que ama mucho, ve muchos pobres; el que ama a poco, ve pocos pobres; El que no ama, no ve ninguno".
Vamos a deshacernos de la miopía y la prisa que nos mantienen rehenes; no permitamos a las cosas que nos pesen y nos congelen en nuestra marcha hacia una humanidad mejor. Pidamos a Dios un corazón atento que sepa amar con pasión y compasión. Alguien me dijo una vez: "El que ama mucho, ve muchos pobres; el que ama a poco, ve pocos pobres; El que no ama, no ve ninguno".
Bruno Mori -
(traducción: Ernesto
Baquer)
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