jeudi 1 décembre 2016

PADRE E HIJOS PRODIGOS - Lc.15,1-32

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Todo este capítulo 15 de Lucas es una respuesta de Jesús a los fariseos y escribas, que lo acusan de estar todo el tiempo rodeado de pecadores y cobradores de impuestos que vienen a escucharlo y, lo peor, lo acusan de darles la bienvenida e incluso comer con ellos. Entonces Jesús le dice varias parábolas para tratar de hacerles entender la razón de su actitud: en primer lugar la parábola de la oveja - y luego la moneda- perdidas y encontradas, y finalmente la que nos interesa hoy, del hijo pródigo. Todas tienen el mismo tema de la alegría al encontrar lo que se había perdido, especialmente la alegría causada por la conversión de un pecador. La moral católica hablará de un pecador que ha vuelto al buen camino.

Cuando leemos estas parábolas con nuestra lógica humana, tenemos que admitir que nos interpela el comportamiento del pastor o del padre; que nos molesta un poco, que nos trastoca, esa idea del pastor que está dispuesto a dejar sus 99 ovejas para salir a buscar la que se había perdido, y ese padre que hace una gran fiesta para ese hijo ingrato, que lo ha malgastado todo. Básicamente entendemos un poco la reacción del hijo mayor, que se mantuvo sabiamente con su padre, que se enoja, que tiene celos de la acogida calurosa que el padre tuvo al regreso del hijo más joven que se portó tan mal. ¿Es que eso no es un poco injusto de todos modos?, se pregunta una persona sensata.
Pero el amor de Dios no sigue la misma lógica que la nuestra, porque el amor de Dios sobrepasa todo lo que podemos imaginar, va mucho más allá de nuestra pequeñez, nuestros celos, nuestra estrechez de corazón y espíritu... Es un amor infinito que se derrama, que se ofrece, sin limitaciones, restricciones o condiciones, que no espera nada a cambio .... es un amor que proviene de un corazón dilatado al infinito... es un amor que se difunde, que se da a todos y cada uno de nosotros, no importa quién somos o que hayamos hecho.


Pródigo el hijo, porque ha malgastado el dinero locamente, sin pensar, pródigo el padre, pero en su forma de entregar amor sin medida.


Al leer esta parábola podemos tener la impresión de que el padre prefiere el hijo perdido y encontrado al otro que se quedó con él, que le muestra más amor, como podemos pensar que el pastor prefieren la oveja perdida, ya que está dispuesta a abandonar a las otras 99, para ir a buscarla. Pero esto no es una cuestión de preferencias, ya que el amor de Dios se da sin límite, a todos por igual, es sólo la expresión de su loca alegría de encontrar al hijo perdido.

La oveja perdida podría haberse quedado en la seguridad del rebaño como las otras, y el hijo pródigo podría, al igual que su hermano, no dejar nunca el calor y la comodidad de la casa de sus padres, al abrigo de todo, sufrimientos y tentaciones. Pero decidieron partir hacia lo desconocido, vivir su propio destino, arriesgarse, para descubrir nuevas cosas; siguieron sus deseos, se equivocaron, cayeron, levantaron, se perdieron, tuvieron miedo, se desesperaron, lloraron, pero también vivieron, tuvieron encuentros, descubrimientos, aprendieron de sus errores, se rieron, disfrutaron de la fiesta, les gustó .... ¿no se tratará simplemente de una representación de la vida, de la verdadera? En realidad, ¿podemos vivir, vivir plenamente si pasamos toda la vida fundidos en la masa o si no logramos separarnos y diferenciarnos de nuestros padres? Realmente ¿podemos pasar toda una vida sin correr riesgos, sin errores? Cada uno tiene que tomar decisiones, encontrar su camino, su identidad, su propia manera de buscar y tal vez encontrar la felicidad, pero eso sólo es posible al precio del riesgo, ensayo y error, y también de sufrimiento.

Nuestro hijo pródigo, por su parte, terminó perdiéndolo todo en su búsqueda de la libertad, bastante equivocada. Pero precisamente él, más que ningún otro, para quien el camino de la felicidad tenía demasiadas trampas, era el que necesitaba ayuda.
La oveja perdida sola en el desierto, lejos de su rebaño, tiene hambre y sed, se ha perdido, no sabe a dónde ir, vaga en la nada ... El hijo pródigo fuera de casa se da cuenta de que cometió errores, lo perdió todo, no tiene nada que comer ... Empiezan a sentir nostalgia, sienten el deseo de volver a su hogar, a su pastor, a su padre bueno, su seguridad, su fuente, pero no saben cómo ...
Son ellos los que, en esos momentos, más necesitan de tranquilidad, más que los que se quedaron al calor, en la comodidad de su rebaño o su casa familiar, felices ya consigo mismos, felices de si mismos a quienes no les falta nada y que se saben amados por Dios ...
Son ellos los que necesitan ser reconfortados, los que necesitan un signo de alguien o de algo que les muestre que Dios los ama de todos modos, a pesar de todo lo que tienen que reprocharse... ellos son los que más necesitan sentir la presencia del amor de Dios, porque ellos, solos, ya no son capaces de verla, de sentirla...
Son ellos los que necesitan cruzarse en su camino con una persona como Jesús que afirma que cada uno es un tesoro de Dios, que todos somos hijos de Dios, que somos aceptados en el fondo y fundamentalmente por un Dios padre que nos ama, incluso si cometemos errores, sin que importen los extravíos. Requieren con urgencia encontrar en su camino alguien que les reafirme su valor y su dignidad perdidos.
Este es el mensaje que Jesús a través de estas parábolas está tratando de explicar a los fariseos, y por qué él está todo el tiempo con ‘pecadores’.

Quién sabe, tal vez el hijo pródigo en su momento de desaliento, tuvo la oportunidad de conocer a Jesús, una persona capaz de ayudarlo a levantarse, y a tener coraje para reanudar su viaje. De todos modos, este hijo era de hecho, después de tomar de conciencia de sus errores (“y entrando en sí mismo “), fue capaz de levantarse, superar sus sentimientos de culpa o vergüenza, y tomar la decisión de regresar a su padre (“volveré junto a mi padre y le diré que he pecado contra el cielo y contra tí”). En lugar de permanecer aniquilado por la vergüenza de su fracaso, encontró la fuerza para recuperar, aceptar y dejar atrás sus errores del pasado y retomar su camino para lanzarse a los brazos de su padre. Tenía suficiente confianza en el amor y el perdón de su padre y la humildad suficiente para volver a su padre a confesarlo todo y sinceramente pedir perdón (“Padre, he pecado contra el cielo y contra tí”).

Por esta razón el padre está loco de alegría de encontrar a su hijo. Como buen padre conoce el corazón de su hijo, sabe de su sufrimiento y sus errores, sabe que la culpa paraliza, que es como una muerte, pero su hijo ha aprendido de sus errores, ha cambiado, se levantó y fue perdonado, es decir, que está bien de nuevo consigo mismo y con Dios. Volvió al amor de su padre, el flujo de amor entre él y su padre fue restaurado y el padre es tan feliz (“hay que hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto, y está vivo, estaba perdido y ha sido hallado”).

Al final, lo que realmente importa es que aprendamos de nuestros errores y nos ayuden a crecer, a mejorar, más que a rebajarnos y que nuestro caminar, a través de nuestros extravíos más o menos importantes, acaben siempre por llevarnos al seno del amor de Dios.
En nuestros extravíos, nos alejamos de Dios, nos separamos de nuestra fuente, nuestro verdadero ser, nuestra alma está magullada y sufrimos, somos las primeras víctimas de nuestras propias faltas, pero nunca olvidamos que Dios mismo en todo ese tiempo sigue ahí, su amor por nosotros sigue ahí, como un pastor y un buen padre, él nos busca y tan sólo está esperando nuestro regreso. Todo lo que tenemos que hacer es tener la suficiente confianza en él para ir a echarnos en sus brazos.

Bruno Mori
(traducción de Ernesto Baquer)



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