vendredi 30 décembre 2016

« DEN AL CESAR LO QUE ES DEL CESAR…» Mt 22,15-21

 JESUS Y LA POLÍTICA

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El evangelio de Mateo fue escrito alrededor de los años 80-90 para los judíos de Palestina que habían abrazado el nuevo movimiento espiritual surgido del Profeta de Nazaret. La ciudad de Jerusalén, centro emblemático de la religión judía y símbolo de la fe en el verdadero Dios, había sido arrasada, con su Templo, en el año 70, por el ejército romano de Tito. Así que, 10 años después, la comunidad cristiana de Mateo se planteaba un problema de conciencia: ¿hay que oponerse a la autoridad establecida? ¿Hay que obedecer a la autoridad ocupante? ¿Debemos someternos a sus imposiciones? ¿Debemos pagar los impuestos del invasor, personificado en el emperador de Roma que se considera la encarnación de Dios sobre la tierra y que se hace llamar "Deus, Optimus, Maximus, Dominus Deus Omnipotens"?

De ahí el origen de este texto de Mateo y de las palabras que pone en labios de Jesús, en polémica con los fariseos: "Muéstrenme la moneda del impuesto… Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Anécdota si queremos cómica, donde al oponente le salió el tiro por la culata, pero donde se manifiesta también la agudeza intelectual y la profundidad asombrosa de las intuiciones espirituales y religiosas del Maestro. Diatriba curiosa de hace dos mil años, ¿guarda algún interés para nosotros, cristianos del siglo XXI? Veamos.

"Den al César lo que es del César". Jesús no es un político. Es un hombre de Dios, un maestro espiritual y un profeta. Por lo tanto no está interesado en los manejos políticos ligados a la lucha por el poder. Para él, es válida cualquier autoridad política, con tal que sea humana, justa y preocupada por el bienestar de los ciudadanos. En caso contrario, no tiene legitimidad, ni merece existir y debe ser cambiada o reemplazada. En los evangelios, vemos que Jesús se abstiene regularmente de toda tentativa de parte de sus contemporáneos de implicarlo en la carrera del poder o en los movimientos nacionalistas de rebelión u oposición a las autoridades políticas de su tiempo. La oposición y la crítica de Jesús no se dirigen jamás contra las autoridades civiles y laicas, sino siempre contra las autoridades religiosas de su época. Si Jesús se refiere a categorías de personas, sus críticas no van a los oficiales del ocupante romano, sino hacia los miembros de la jerarquía religiosa judía que monopolizan a su favor la ley mosaica, que controlan la observancia religiosa que determina la buena o mala calidad de las personas ligada a su integración o exclusión en una sociedad constituida por "puros" e "impuros".

Por tanto, hay que decir que, en general, Jesús no se mete en la forma como los políticos estructuran y gestionan la sociedad civil. Jesús es esencialmente un reformador espiritual. Piensa ser el intérprete fiel del pensamiento, la voluntad, los sentimientos de Dios, que busca dar a conocer a aquellos y a aquellas que quieran escucharlo. Jesús está convencido que tiene una misión que cumplir entre los hombres, que consiste no en enseñar cómo construir y dirigir una sociedad, sino como construir un hombre nuevo y una existencia que sea verdaderamente humana y espiritual; y como orientar y dirigir nuestro corazón a través de los meandros del egoísmo, la codicia y el mal, para que guardemos el candor de un corazón de niño. Jesús apareció entre nosotros no para legitimar o justificar ciertas formas de poder, sino para contarnos cuentos, comunicar visiones, hacer nacer la esperanza, suscitar impulsos y deseos, encender el fuego del interés y el amor hacia los hermanos humanos. Finalmente, Jesús nos dejó "valores" que tienen la capacidad de curar, mejorar y transformar toda forma humana y política del poder. En efecto Jesús es ferozmente contrario a toda forma de poder bestial, concebido como medio de dominación y explotación. Para el Maestro de Nazaret la posición de poder es siempre ambigua, sospechosa, peligrosa, temible y frecuentemente funesta. En efecto, si el poder se ejerce por individuos cuyo corazón no ha sido tocado ni cambiado por la gracia de Dios, corre el riesgo de hacer más mal que bien a la sociedad. El único poder que Jesús acepta es el de darse, la disponibilidad, el interés por el otro y el cuidado que se convierte en servicio al otro. Un poder que no está al servicio automáticamente queda descalificado. "Den al César lo que es el César" claro, pero actúen de manera que vuestros césares sean escogidos entre los hijos de la luz y no entre los hijos de las tinieblas, que se presentan como tiernos corderos, pero por dentro son lobos rapaces.

La Palabra de Jesús nos invita a tener con toda autoridad una relación justa, sin dejarnos aplastar por los abusos de poder. Saber decir no al poder del dinero. Saber resistir al poder de seducción de las agencias todopoderosas de publicidad y de los medios que buscan someternos, influenciarnos, tomar posesión de nuestro cerebro, determinar nuestras decisiones, condicionar nuestra libertad, para psicológicamente dominarnos, para crear en nosotros dependencias, necesidades, costumbres, para darnos una falsa percepción de lo necesario o no para nuestro bienestar y felicidad. Guardarse de la tendencia a ser uno mismo un César, un opresor o dominador. Y actuar también para que el mundo sea más humano. Es amplio el espacio donde podemos vivir como hombres de pie y como cristianos discípulos de Jesús.

"Den al César lo que se le debe dar, dice Jesús, pero también "den a Dios lo que es de Dios". Con esta frase Jesús nos invita a dejar el nivel exterior, de lo político, lo material, lo inmediato, lo contingente, para acceder al nivel superior de lo trascendente, de lo espiritual. Quiere conducirnos a nuestra interioridad. Nos llama a dar altura y aliento a nuestra humanidad. Nos quiere indicar en qué dirección mirar para satisfacer nuestros deseos de felicidad, nuestras aspiraciones de plenitud, nuestras esperas de realización. Quiere indicarnos qué camino recorrer para reencontrar los valores que nos realizarán en cuanto humanos. Busca hacernos descubrir el sentido y el fin de nuestra existencia y lo que construye la verdad de nuestro ser.

Ahora sabemos que nosotros los humanos somos el resultado de una larga gestación de la creación. Sabemos que somos la manifestación de las energías y fuerzas más estructurantes, «fusionantes» y amantes que existen en el Universo. Fuerzas que parecen ser la expresión de una Energía, un Espíritu y una Potencia Original de atracción y de amor a quien la extraordinaria intuición del Profeta de Nazaret dio el nombre de Dios-Creador, Dios-Padre, Dios-Origen, Dios-Fuerza, Dios-Espíritu, Dios -Luz eterna, Dios-Amor. Jesús nos ha enseñado que los seres humanos estamos hecho para desvelar las Fuerzas Originales de ese Amor divino escondidas en las profundidades de nuestro ser y que constituyen nuestra naturaleza más verdadera. Jesús nos revela así que el destino del hombre es el de reflejar y desparramar el amor e impregnar de amor todas las relaciones que entablemos. Nos enseña que el hombre está hecho para entregarse en el amor; que es como una fuente de luz y calor que sólo existe para difundirse, iluminar y calentar. Dar a Dios lo que es de Dios, significa dejar salir, dejar brotar de nuestro corazón las fuerzas divinas del amor encerradas en él y que no nos pertenecen, porque han sido depositadas por la acción creadora de Dios, a fin de que resembremos el universo con esas semillas de divinidad. Dar a Dios lo que es de Dios, significa atribuirle lo que le pertenece, descubrir su acción en todas las cosas, ver su presencia y la impresionante belleza de su rostro en la creación y en la naturaleza que nos rodea, así como en los gestos de bondad y amor que surgen a raudales del corazón de hombres y mujeres de nuestro mundo. Dar a Dios lo que es de Dios significa cuidar, acariciar, comulgar, apasionarse, maravillarse, contemplar, adorar, hablar, ser el corazón, la voz, el sentido de todo lo que existe. Significa convertirse en paso de danza, grito de alegría, canto de alabanza, liturgia de acción de gracias por toda la creación, lugar de la presencia y la revelación de Dios en nuestro mundo.

Dar a Dios lo que es de Dios significa también y sobre todo cuidar de los pobres. En la enseñanza de Jesús de Nazaret, los pobres y desvalidos son la encarnación de la presencia de Dios en el mundo. Según Jesús, Dios se identifica con los pobres, necesitados, mendigos, sufrientes, dejados de lado, marginados, delincuentes, prisioneros: "Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, era extranjero, estaba enfermo, preso… todo lo que ustedes han hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, es a mí a quien lo han hecho" (Mt 25,31-40). Dar a Dios lo que es de Dios significa entonces dar a los pobres lo que les pertenece y que guardamos codiciosa y egoístamente en nuestra posesión. En efecto, según la enseñanza de Jesús, los bienes y el dinero que hemos acumulado y que son un excedente, un surplus y un lujo, que no necesitamos para vivir sencilla y dignamente; esos bienes y ese dinero no nos pertenecen, sino que pertenecen a los pobres, es decir a aquellos y aquellas que carecen ello y que lo necesitan para vivir. Si lo guardamos para nosotros, si no los damos a los que viven en la pobreza y la necesidad, nos transformamos en ladrones y defraudadores que se apropian abusivamente del bien de otro.

¿Tendremos la audacia, el coraje y la fe suficientes para realizar en nuestra vida las exigencias de esta palabra evangélica dirigida a nosotros hoy? ¿A nosotros, los cristianos ricos, desilusionados y capitalistas de esta sociedad norteamericana del siglo XXI? Porque sólo al precio de esta audacia y esta fe, seremos verdaderos discípulos del Maestro de Nazaret.


Bruno Mori  -   Traducción: Ernesto Baquer 

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