vendredi 30 décembre 2016

¡MIREN LOS PÁJAROS DEL CIELO…! Mt 6,24-34

Dios madre, Dios providencia
 8° dom  to A

El texto del profeta Isaías que leemos hoy en la primera lectura (Is. 49, 14-15) nos sitúa en la época de la gran deportación a Babilonia, donde la mayor parte del pueblo de Israel pierde la confianza y la esperanza en su Dios a causa de la enorme influencia religiosa, social y política del medio pagano en que vive. El pueblo hebreo en el exilio se siente abandonado y olvidado por Dios. Piensa que sus promesas de liberación nunca se realizarán. La tarea del profeta entonces es reanimar la esperanza y alentar al pueblo, haciéndole ver que Iahvé no lo ha abandonado, sino que continúa amándolo con la ternura de una madre por sus hijos.

En este pasaje de Isaías, encontramos uno de los raros textos de la Biblia donde se compara a Dios con una madre. Importa subrayar esta particularidad. En efecto, aunque sobre el plano teológico, la afirmación de que Dios sea Padre y Madre a la vez, no presente ninguna dificultad y sea apaciblemente admitido en el cristianismo de hoy, hay siempre en la Iglesia sectores o tendencias de pensamiento que persisten en rechazar el aplicar a Dios atributos femeninos. Hay que subrayar que el problema no se resuelve con admitir simplemente que Dios no tiene sexo. Es algo más profundo. Incluso si teóricamente nadie pretende que Dios sea "masculino", el hecho es que durante largo tiempo la imagen que nos hemos hecho de él es exclusiva y netamente masculina.  Lo que ha tenido como consecuencia que durante siglos, en la sociedad civil y en la Iglesia, sólo los varones se han considerado como verdaderamente importantes y las únicas personas aptas para ocuparse de política y para cumplir las funciones de representación y mediación en el mundo de lo sagrado, convirtiendo a la mujer en una realidad humana de segunda clase , e imponiéndole una sistemática y concertada marginalización.

No quiero hacer aquí una "crítica feminista", sino atraer la atención sobre una bien triste y sombría realidad que tenemos que reconocer y contra la cual, como discípulos de Jesús, debemos luchar para que se haga realidad no sólo una sociedad más justa, sino también una iglesia sin discriminaciones, menos sectaria, más democrática e igualitaria.

La exhortación que Mateo pone en boca de Jesús (Mt 6, 24-34) tiene por objeto particularmente a los pobres que siguen al Maestro, es decir gente que está siempre en peligro, que están preocupados por el presente y el futuro; preocupados por sus medios de subsistencia y por su vida. Jesús les invita a ponerse en las manos de Dios, que es bueno y compasivo con todos y que provee las necesidades de todas sus criaturas. Con el espíritu y el corazón fijos en la generosidad de Dios, lo verdaderamente importante es buscar el Reino de Dios y su justicia. Esa debería ser la preocupación principal del discípulo de Jesús. Se trata de un llamamiento a ser como el mismo Dios: bueno, tierno, amable, compasivo, solidario, preocupado por el bienestar de los más pobres y débiles, a fin de ser en el mundo los instrumentos de la ternura y el amor de un Dios, padre y madre de la Vida.
El evangelio de Mateo busca pues expresar y hacer comprender esta característica maternal del corazón de Dios llamada comúnmente "Divina Providencia". Enuncia una dimensión del amor de Dios de gran importancia en la tradición espiritual popular y en la vida cotidiana y ordinaria de los fieles. Ha sido una forma de ejercicio de la fe que nos hace descubrir la mano maternal de Dios que nos acompaña en los caminos de la vida, que cuida de nosotros para evitarnos problemas y para responder a nuestras necesidades. Esta "Providencia de Dios" nunca se consideró como una verdad teológica fundamental, pero tuvo un rol muy importante en la vida espiritual del creyente simple y piadoso a lo largo de los siglos, creando en el corazón del creyente la actitud de abandono y de confianza, que son los cimientos de toda auténtica vida espiritual.

Esta fe en la providencia de Dios fue relativamente fácil en el pasado. La idea antropomórfica y primitiva que los creyentes del pasado se hacían de Dios hacía totalmente creíble y posible un Dios que, como una buena madre, intervenía desde el cielo para cuidar de sus hijos.

Hoy, los creyentes modernos no tenemos la misma concepción de Dios que nuestros antepasados. Estamos convencidos que Dios es la vida de nuestra vida; que Dios es la Energía de Amor que nos hace humanos, y gracias a la cual estamos llamados a transfigurar nuestra vida y a transformar la del mundo. Pero ya no creemos en una divinidad que, desde arriba, interviene aquí abajo, adaptando o modificando, si es necesario, las leyes de la naturaleza para satisfacer las oraciones, deseos o necesidades de los humanos en dificultades. Por eso, el cristiano moderno tiene que reformular y rever radicalmente su fe en la Providencia. Ciertamente creemos siempre que Dios es Amor, que Dios tiene un corazón de madre. Pero, con Jesús de Nazaret, estamos convencidos que ese Amor ha sido depositado en nuestro corazón de hombre, y que ahora, mediante nuestro compromiso y responsabilidad de hombre y de cristiano, es como el amor de Dios ha de realizar su obra de mejora y perfeccionamiento de la humanidad.

El creyente moderno no cree ya en la providencia de un Dios allá arriba, sino en la providencia del hombre aquí abajo. El lugar del Amor sobre la tierra es el hombre. Es el hombre quien debe compartir el Amor que ha de transformarse en Providencia para todos los habitantes de la tierra. La providencia hoy somos nosotros. Es el sentido de responsabilidad que hemos de tener en cuanto poseedores exclusivos del fuego del amor.  Es el coraje y la determinación que hemos de mostrar en la lucha contra toda forma de desigualdad, explotación e injusticia. Actitudes que permitirán construir un mundo mejor, en el que todos encontraremos el bienestar necesario para una vida digna y libre, la que conviene a los humanos que somos y al mismo tiempo hijos queridos de Dios.

Bruno Mori

Traducción: Ernesto Baquer 


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