vendredi 30 décembre 2016

LA UTOPIA DE JESUS... Mt. 11, 2-11

 ...O EL SUEÑO DE LOS CRISTIANO.
3° dom  Adv. A

Los libros proféticos de la biblia anuncian casi unánimes que un día Dios intervendrá en nuestro mundo, que se manifestará en poder y que cambiará tanto el curso de la historia, como el corazón y la vida de los hombres, instaurando en la tierra un reino de justicia, de libertad, de amor y de paz. Anuncio que ha tomado el nombre de Utopía bíblica.http://brunomori39.blogspot.com.uy/2013/12/lutopie-de-jesus-ou-le-reve-des.html

Una Utopía, (etimológicamente "u-topos" ningún lugar), es algo (suceso, situación, estado) que no tiene lugar, que no existe en ningún lado, pero que se desea ardientemente se implante en la tierra. Forma parte de los sueños. Pero los sueños, tienen alguna posibilidad, si se lucha decididamente, como para que se conviertan en realidad. Al contrario de las otras grandes religiones, el sueño y el pensamiento utópicos son un componente esencial de la religión judeo-cristiana.

En las religiones hay diferentes corrientes de pensamiento. Hay algunas como el budismo, el sintoísmo, el taoísmo, que experimentan lo sagrado en la toma de conciencia de uno mismo, en la sabiduría, las virtudes morales, la interioridad, la meditación y el pensamiento silencioso, la experiencia de una liberación de las pasiones y ambiciones de la vida, en la pacificación e iluminación interior, en el descubrimiento de la no-dualidad, en la disolución del "Yo" en el "Todo".
Otras religiones, como el hinduismo y las religiones primitivas, experimentan lo sagrado en la naturaleza, el cosmos, en la unidad, la sintonía, la conectividad e interdependencia de todo lo que existe y que se convierte en expresión de virtualidades sagradas, de energías divinas, de fuerzas misteriosas que producen belleza y asombro.

La religión de la Biblia (judeo-cristiana) por su parte, experimenta lo sagrado en la historia de los hombres, imaginando la posibilidad de una relación personal con la divinidad y de una irrupción de lo divino en nuestro mundo con el fin de crear una sociedad humana fundada sobre la Justicia y el Amor. En esta visión los principales beneficiarios del mundo restaurado en justicia y amor son evidentemente los rechazados, los que sufren injusticias: por tanto los pobres, explotados, oprimidos, perseguidos, excluídos y los que padecen cualquier tipo de sufrimiento… Muy bien expresado en el salmo 145:
El Señor hace justicia a los oprimidos;
reparte su pan a los hambrientos; el Señor libera a los cautivos;
el Señor endereza a los doblados.
El Señor ama a los justos;
sostiene a la viuda y al huérfano,
revierte el camino de los malvados.
El Señor abre los ojos de los ciegos;
el Señor protege al extranjero,
El Señor reinará de generación en generación.

Esta utopía de la Biblia judía, retomada en seguida por los evangelios, tomó el nombre de "reino de Dios", porque cuando Dios reina, el mundo se transforma.  Jesús de Nazaret convirtió este sueño bíblico en el combate de su vida y murió por haber intentado realizarlo. Sueño que transmitió a sus discípulos como una misión a realizar, como la prueba de su pertenencia y signo de su presencia: "Hagan esto en memoria mía". Y desde entonces, la instauración del reino de Dios se convirtió en la aspiración, el deseo y la oración fundamental de todos los y las que han seguido al Profeta de Nazaret. Por ello, los cristianos, cuando rezamos con las palabras que Jesús nos dejó, decimos: "Padre nuestro que estás… que venga tu reino…"

El Adviento es esencialmente el tiempo en que nosotros, los cristianos, revivimos esta utopía de Jesús que se ha convertido ahora en la nuestra, donde nosotros nos zambullimos en este sueño que está en el centro de nuestra fe. Por ello este tiempo se caracteriza por el deseo, la espera, la esperanza que este sueño de un mundo nuevo y diferente por fin se haga realidad. La espera produce en nosotros la virtud de la esperanza. Ahora bien, la esperanza es la fuerza de la utopía: la determinación que el sueño de Jesús suscita en nosotros y que nos impulsa a creer, contra toda esperanza y apariencia, que es posible construir un mundo donde la justicia y el amor reinen realmente de verdad. El Adviento es el tiempo en que somos llamados a reflexionar sobre esta dimensión esencial de nuestra fe cristiana, para preguntarnos hasta qué punto la hemos asimilado, nos apasiona, nos hace vibrar; hasta qué punto motiva nuestro compromiso y nuestras acciones. Porque viendo el estado actual de nuestro mundo y nuestras sociedades occidentales, bañadas sin embargo durante casi dos milenios en una cultura cristiana, uno tiene la impresión que el cristianismo olvidó ese sueño de Jesús, que los cristianos hemos fallado en nuestra tarea y amordazado la utopía y la esperanza.

El evangelio de Mateo presenta a Juan el Bautista como un predicador que reclama a sus contemporáneos convertirse porque el reino de Dios está cerca. En aquellos tiempos de mentalidad pre científica y apocalíptica la tendencia a imaginar irrupciones repentinas de divinidades benévolas o malévolas en nuestra tierra era bastante frecuente y servía como medio para movilizar muchedumbres. Hoy ese lenguaje apocalíptico que utilizaba el Bautista no tiene ningún impacto sobre nosotros. Hoy comprendemos que no debemos esperar un Reino de Dios que nos caiga del cielo pronto y acabado, como un regalo venido de afuera, al que debemos aguardar golpeándonos el pecho. Comprendemos que no debemos convertirnos porque el Reino está cerca, sino al contrario, que el Reino de Dios podrá acercarse a nosotros, a nuestro mundo, en la medida que decidamos cambiar nuestro corazón, nuestra forma de pensar y actuar, modelando sobre nuestro corazón, el pensamiento, el espíritu y el comportamiento de Jesús. Él decía que el reino de Dios está ya en nosotros, como un germen, una posibilidad, una promesa. Lo cual quiere decir que depende de lo que somos, de nuestros valores, de la calidad de nuestro corazón, de la sensibilidad, la atención, el respeto, la compasión y el amor con los que entremos en relación con el mundo, la naturaleza y los seres vivos que nos rodean. De nosotros depende que el Reino de Dios nazca. De nosotros depende la realización en la tierra de las condiciones que nos permitan a los humanos vivir en ella con la dignidad de los hijos de Dios.

Por lo tanto, a nosotros los cristianos se nos ha confiado la tarea de dar consistencia y realidad a esta utopía de Jesús que soñaba con la construcción de un mundo mejor gestionado y sostenido por los principios de la justicia y el amor. A ello se dedicó con todas sus fuerzas; presentó los signos y las primicias a Juan el Bautista quien, desde su prisión, se interrogaba sobre el sentido de la misión de ese joven predicador. Jesús le envía un mensaje: "tranquilo, el reino de Dios que anunciaste está en obra. Y esta es la prueba: los ciegos ven, los rengos caminan, los sordos oyen, los muertos recuperan la vida y esta buena noticia se expande ya entre los pobres y los fatigados por la vida… La espera y la esperanza se encienden en el corazón y el espíritu de los que me escuchan y me siguen…"
También nosotros, los discípulos del siglo XXI, ¿estamos iluminados? ¿Somos como él y con él, personas que no se dejan abatir al constatar el mal en este mundo, sino que creen en la fuerza innovadora del amor que el espíritu de Dios ha depositado en las profundidades del corazón del hombre?

Bruno Mori

Traducción: Ernesto Baquer 

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