...O EL SUEÑO DE LOS CRISTIANO.
3° dom Adv. A
Los libros
proféticos de la biblia anuncian casi unánimes que un día Dios intervendrá en
nuestro mundo, que se manifestará en poder y que cambiará tanto el curso de la
historia, como el corazón y la vida de los hombres, instaurando en la tierra un
reino de justicia, de libertad, de amor y
de paz. Anuncio que ha tomado el nombre de Utopía bíblica.
Una Utopía,
(etimológicamente "u-topos" ningún lugar), es algo (suceso,
situación, estado) que no tiene lugar, que no existe en ningún lado, pero que
se desea ardientemente se implante en la tierra. Forma parte de los sueños.
Pero los sueños, tienen alguna posibilidad, si se lucha decididamente, como
para que se conviertan en realidad. Al contrario de las otras grandes
religiones, el sueño y el pensamiento utópicos son un componente esencial de la
religión judeo-cristiana.
En las religiones
hay diferentes corrientes de pensamiento. Hay algunas como el budismo, el
sintoísmo, el taoísmo, que experimentan lo sagrado en la toma de conciencia de
uno mismo, en la sabiduría, las virtudes morales, la interioridad, la
meditación y el pensamiento silencioso, la experiencia de una liberación de las
pasiones y ambiciones de la vida, en la pacificación e iluminación interior, en
el descubrimiento de la no-dualidad, en la disolución del "Yo" en el
"Todo".
Otras religiones,
como el hinduismo y las religiones primitivas, experimentan lo sagrado en la
naturaleza, el cosmos, en la unidad, la sintonía, la conectividad e
interdependencia de todo lo que existe y que se convierte en expresión de
virtualidades sagradas, de energías divinas, de fuerzas misteriosas que
producen belleza y asombro.
La religión de la
Biblia (judeo-cristiana) por su parte, experimenta lo sagrado en la historia de
los hombres, imaginando la posibilidad de una relación personal con la
divinidad y de una irrupción de lo divino en nuestro mundo con el fin de crear
una sociedad humana fundada sobre la Justicia y el Amor. En esta visión los
principales beneficiarios del mundo restaurado en justicia y amor son
evidentemente los rechazados, los que sufren injusticias: por tanto los pobres,
explotados, oprimidos, perseguidos, excluídos y los que padecen cualquier tipo
de sufrimiento… Muy bien expresado en el salmo 145:
El Señor hace
justicia a los oprimidos;
reparte su pan a los
hambrientos; el Señor libera a los cautivos;
el Señor endereza a
los doblados.
El Señor ama a los
justos;
sostiene a la viuda
y al huérfano,
revierte el camino
de los malvados.
El Señor abre los
ojos de los ciegos;
el Señor protege al
extranjero,
El Señor reinará de
generación en generación.
Esta utopía de la
Biblia judía, retomada en seguida por los evangelios, tomó el nombre de
"reino de Dios", porque cuando Dios reina, el mundo se
transforma. Jesús de Nazaret convirtió
este sueño bíblico en el combate de su vida y murió por haber intentado
realizarlo. Sueño que transmitió a sus discípulos como una misión a realizar,
como la prueba de su pertenencia y signo de su presencia: "Hagan esto en
memoria mía". Y desde entonces, la instauración del reino de Dios se convirtió en la aspiración, el deseo y la oración
fundamental de todos los y las que han seguido al Profeta de Nazaret. Por ello,
los cristianos, cuando rezamos con las palabras que Jesús nos dejó, decimos:
"Padre nuestro que estás… que venga
tu reino…"
El Adviento es
esencialmente el tiempo en que nosotros, los cristianos, revivimos esta utopía
de Jesús que se ha convertido ahora en la nuestra, donde nosotros nos
zambullimos en este sueño que está en el centro de nuestra fe. Por ello este
tiempo se caracteriza por el deseo, la espera, la esperanza que este sueño de
un mundo nuevo y diferente por fin se haga realidad. La espera produce en
nosotros la virtud de la esperanza.
Ahora bien, la esperanza es la fuerza
de la utopía: la determinación que el sueño de Jesús suscita en nosotros y que
nos impulsa a creer, contra toda esperanza y apariencia, que es posible
construir un mundo donde la justicia y el amor reinen realmente de verdad. El
Adviento es el tiempo en que somos llamados a reflexionar sobre esta dimensión esencial
de nuestra fe cristiana, para preguntarnos hasta qué punto la hemos asimilado,
nos apasiona, nos hace vibrar; hasta qué punto motiva nuestro compromiso y
nuestras acciones. Porque viendo el estado actual de nuestro mundo y nuestras
sociedades occidentales, bañadas sin embargo durante casi dos milenios en una
cultura cristiana, uno tiene la impresión que el cristianismo olvidó ese sueño
de Jesús, que los cristianos hemos fallado en nuestra tarea y amordazado la
utopía y la esperanza.
El evangelio de
Mateo presenta a Juan el Bautista como un predicador que reclama a sus
contemporáneos convertirse porque el reino
de Dios está cerca. En aquellos tiempos de mentalidad pre científica y
apocalíptica la tendencia a imaginar irrupciones repentinas de divinidades
benévolas o malévolas en nuestra tierra era bastante frecuente y servía como
medio para movilizar muchedumbres. Hoy ese lenguaje apocalíptico que utilizaba
el Bautista no tiene ningún impacto sobre nosotros. Hoy comprendemos que no
debemos esperar un Reino de Dios que nos caiga del cielo pronto y acabado, como
un regalo venido de afuera, al que debemos aguardar golpeándonos el pecho.
Comprendemos que no debemos convertirnos porque el Reino está cerca, sino al
contrario, que el Reino de Dios podrá acercarse a nosotros, a nuestro mundo, en
la medida que decidamos cambiar nuestro corazón, nuestra forma de pensar y
actuar, modelando sobre nuestro corazón, el pensamiento, el espíritu y el
comportamiento de Jesús. Él decía que el reino
de Dios está ya en nosotros, como un germen, una posibilidad, una promesa.
Lo cual quiere decir que depende de lo que somos, de nuestros valores, de la
calidad de nuestro corazón, de la sensibilidad, la atención, el respeto, la
compasión y el amor con los que entremos en relación con el mundo, la
naturaleza y los seres vivos que nos rodean. De nosotros depende que el Reino
de Dios nazca. De nosotros depende la realización en la tierra de las
condiciones que nos permitan a los humanos vivir en ella con la dignidad de los
hijos de Dios.
Por lo tanto, a
nosotros los cristianos se nos ha confiado la tarea de dar consistencia y
realidad a esta utopía de Jesús que soñaba con la construcción de un mundo
mejor gestionado y sostenido por los principios de la justicia y el amor. A
ello se dedicó con todas sus fuerzas; presentó los signos y las primicias a
Juan el Bautista quien, desde su prisión, se interrogaba sobre el sentido de la
misión de ese joven predicador. Jesús le envía un mensaje: "tranquilo, el
reino de Dios que anunciaste está en obra. Y esta es la prueba: los ciegos ven,
los rengos caminan, los sordos oyen, los muertos recuperan la vida y esta buena
noticia se expande ya entre los pobres y los fatigados por la vida… La espera y
la esperanza se encienden en el corazón y el espíritu de los que me escuchan y
me siguen…"
También nosotros,
los discípulos del siglo XXI, ¿estamos iluminados? ¿Somos como él y con él,
personas que no se dejan abatir al constatar el mal en este mundo, sino que
creen en la fuerza innovadora del amor que el espíritu de Dios ha depositado en
las profundidades del corazón del hombre?
Bruno Mori
Traducción: Ernesto Baquer
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