jeudi 1 décembre 2016

EL ESPIRITU DE NAVIDAD - Lc. 1, 39-45

El domingo pasado hablábamos de la alegría. Lo difícil que es vivir en nuestros días en paz con nosotros mismos y con los demás, con la sonrisa en los labios. Decíamos que, a pesar de los pesares, la alegría debería ser un elemento esencial del cristiano. Recordamos que la razón de la alegría cristiana proviene de que nuestra fe nos dice que somos personas que han sido visitadas por el mismo Dios, que pensamos que Dios está con nosotros; que ha entrado en nuestra historia; que se ha encarnado en nuestras vidas y que somos amados, protegidos, salvados por él. ¿Cómo sentirnos con miedo, angustiados, entristecidos, desgraciados, cuando estamos convencidos que Dios está con nosotros, cerca nuestro, presente en nuestras vidas y que puede transformarlas en un canto de gozo y alegría, si tan solo fuéramos capaces de abrir nuestro corazón y nuestro espíritu a la influencia de su gracia y a la acción de su Espíritu?

Ahora estamos en la vigilia de la Navidad. Probablemente muchos de nosotros recién acaban de terminar el recorrido por los almacenes para comprar regalos, para la cena de Navidad. Al hacer vuestras compras, quizá se han dado cuenta de cuáles son las razones que nuestra sociedad de consumo propone para hacernos felices en estas fiestas de fin de año. Según la publicidad que vemos en los centros de compras, las calles, los diarios, la televisión ¿qué hay que hacer para pasar una feliz Navidad? Gastar, comprar, tener. La sociedad de consumo parece decirnos: "cuántos más regalos recibamos, cuánta mejor comida tengamos, cuanto más nuestra cena de Navidad sea buscada, rica y abundante; cuántas más luces y decoración haya en el exterior de la casa; cuánto más enorme y rico sea nuestro árbol de Navidad... más felices seremos; más lograda será nuestra Navidad y nosotros seremos personas más colmadas y realizadas.

En este clima, ninguna llamada a la interioridad, ninguna aspiración espiritual, ninguna visión trascendente. Esta Navidad comercial es un insulto a la dignidad del hombre. El hombre es degradado, embrutecido, reducido a su mera dimensión orgánica de animal con necesidades fisiológicas. Ninguna alusión a la Navidad cristiana, al misterio de un Dios que se acerca al hombre, que viene y que está presente en nuestro mundo. Por todas partes, sólo la grotesca figura del Papa Noel, inventado expresamente para hacernos olvidar al Niño de Belén y para anular el mensaje de salvación contenido en la celebración cristiana de la Navidad.

Esta Navidad pagana está lejos de producir la felicidad que promete. Al contrario, produce frutos de tristeza, amargura, decepción, sufrimiento y soledad. En efecto, ¿cuántos son aquellos y aquellas que tienen verdadero acceso a esta abundancia de bienes materiales que nuestra sociedad presenta como necesarios para nuestra felicidad? Si una Navidad feliz y exitosa consiste sólo en juerga y jolgorio, ¿qué sucede con la Navidad de los pobres, desprovistos, dejados de lado, de los sin abrigo, de las personas solas, de los enfermos en el lecho del hospital? ¿No habrá Navidad para ellos? ¿Nunca? Como podemos constatar, esta Navidad presentada por la sociedad de consumo es sólo una celebración de ricos y para ricos. Es una Navidad que discrimina, un regalo envenenado, un acontecimiento injusto, porque excluye de la alegría, la felicidad y la fiesta a los que más las necesitan. Frente a esa Navidad pagana, los pobres sólo pueden sentirse tristes y desgraciados.

Y entonces, llega el Evangelio de hoy. Un hermoso relato que nos permite descubrir el verdadero sentido de la Navidad. El encuentro entre María y su prima Isabel, embarazada de Juan, es todo un grito o más bien un canto de entusiasmo, euforia, júbilo, asombro y reconocimiento. Hasta el bebé salta de gozo en el vientre de Isabel. Las dos mujeres son un horno burbujeante de sentimientos. Y están en ese estado porque llevan en sus entrañas la certeza de que algo extraordinariamente grande e importante está a punto de realizarse en este mundo. Porque creen que el mundo, desde ahora, ya no será lo mismo. Porque saben que Dios ha elegido venir, que Dios está presente, que Dios está aquí.
¿Qué son estas dos mujeres locas de alegría? Dos sencillas campesinas, pobres, desconocidas por todos, sin educación; dos mujeres que nadie podría distinguir de otras mujeres. Representan lo que hay de más normal y banal en el mundo… no tienen necesidad de poseer, de tener, de vivir en la riqueza y el lujo, para ser felices. Son ricas solamente por su fe. Una fe que constituye la fuente de su felicidad. Y a causa de su fe, tienen el sentimiento de que Dios está presente en su vida y que desde ahora forma parte de su amor. Son felices porque han descubierto el verdadero sentido de Navidad: ¡Dios está con nosotros!

¡Esa sí que es una buena noticia! María e Isabel nos dicen: Tú, puedes ser feliz, aunque seas pobre y sin fortuna. Tú puedes hacer exitosa tu vida, aunque no tengas nada. Aunque vivas en un apartamento deteriorado, un país frio y sin poesía, tú puedes sentirse colmado como un rey. Si te dijeran: tú eres feliz porque tienes mucho dinero en el banco, una hermosa casa, un gran coche, una mujer seductora y bellos hijos, un enorme árbol de Navidad en el salón y el refrigerador repleto de comida… ¿qué habría de extraordinario en una noticia como ésta? ¿Qué buena noticia es un Dios que da paz y felicidad a los que ya se sienten felices? No: ¡lo inaudito es todo lo contrario! Es el anuncio que la felicidad también es accesible  a los pobres, todavía más, accesible sobre todo a los pobres, porque son ellos los más disponibles, los más acogedores, y también seguro, los más abiertos a acoger en su vida el misterio de una presencia divina que los ennoblece, los eleva y los salva.


Bruno Mori
(traducción de Ernesto Baquer )



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