jeudi 1 décembre 2016

RELIGIÓN SIN AMOR... Lc. 10, 29-37

.... Y AMOR SIN RELIGIÓN

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La lectura de los Evangelios, evidencia que Jesús de Nazaret nunca fue un hombre especialmente “religioso” (en el sentido sociológico tradicional) ni especialmente “practicante”. Criticó el sistema religioso judío de su tiempo y sus representantes tanto y tan a menudo como podía, sin pelos en la lengua, con determinación y con el riesgo de su vida.
La parábola del buen samaritano que narra el Evangelio de Lucas tiene rastros de ese conflicto y la hostilidad declarada entre el pensamiento del hombre de Nazaret y las doctrinas profesadas por las autoridades religiosas de su tiempo. Por esta razón, en mi opinión, es uno de los textos más subversivos, anticlericales y antirreligiosos del Nuevo Testamento.
El mensaje que Jesús quiere transmitir con esta parábola es preocupante para cualquier seguidor de un sistema religioso. Aquí Jesús busca que comprendamos que no es necesario pertenecer a una iglesia, una sinagoga y por lo tanto una religión, para ser una buena persona. Pero tiene la audacia de sugerir que a menudo ser religioso, practicante, ligado a las normas y creencias de una religión, puede encerrar a la persona sobre sí misma, en una satisfacción intolerante e ilusoria de su justicia y santidad delante de Dios, por lo que es ciega e insensible a las necesidades del mundo a su alrededor y, por lo tanto, incapaz de compasión y gestos de amor gratuito y desinteresado que lo haría crecer en humanidad. En otras palabras, Jesús dice aquí, (nos guste o no...!) por ser demasiado religioso, o como diríamos hoy, por ser más papistas que el Papa, es muy probable que nos deshumanicemos.
En esta parábola, el profeta de Nazaret por lo tanto descalifica la religión judía como forma de humanización y como valiosísimo punto de referencia para establecer una verdadera relación de amor con Dios y los hombres. Aquí Jesús dice en cada letra que prefiere el samaritano a los sacerdotes y levitas. Esto significa que prefiere el que obra mal religiosamente a los practicantes de la piedad; el pagano que vive fuera del sistema religioso, a los que comen solamente de la religión; el hereje maldecido por Dios, a los que piensan ser justos y estar en gracia de Dios. Y como si eso no fuera suficiente, Jesús presenta a este samaritano, considerado un infiel sin religión, como un modelo para emular. “¡Ve y actua como él ...! ¡Ve y haz tú lo mismo! “
La parábola de Jesús se refiere a la necesidad de explicar un concepto forense de “próximo”. En este texto, Jesús ofrece una nueva idea de prójimo. Pero, al mismo tiempo, advierte contra la distorsión de la doctrina y la práctica religiosa en sí. Si había alguien que por deber y caridad debía ayudar al hombre herido y casi muerto al lado del camino, era el sacerdote y el levita. En realidad eran los representantes oficiales de la religión judía y el templo; ese templo considerado el lugar de la presencia del Dios “lleno de compasión, ternura y bondad” (Sal 25,5; Sal 103,4; Sa.11,23).
Y sin embargo, estos dos oficiantes del Templo ignoran a los pobres y pasan indiferentes. ¿Cómo explicar ese comportamiento? ¿Por qué tanta insensibilidad? Las razones son múltiples, y todas conectadas a su función religiosa. Ellos van a Jerusalén para el servicio litúrgico del templo y no podían llegar tarde. Tenían que mantenerse plenamente kosher, de acuerdo con los ritos y la ley, es decir con las manos no sucias, con el fin de lograr un culto y su liturgia bien puros y responder así a la voluntad de Dios ... Detenerse para rescatar a un extraño los habría hecho impuros y por lo tanto no aptos para llevar a cabo su sagrada liturgia.
Así, el papel, las obligaciones profesionales, las reglas de culto, los prejuicios ideológicos que se habían acumulado sobre la práctica religiosa con el fin de establecer una mejor relación con Dios, todo ello se había vuelto más importante que Dios y que el amor de Dios que debían encarnar en sus vidas. La obsesión por la lealtad a una ley abstracta, los había hecho ciegos y cerrados al sufrimiento de la vida real. Al absolutizar su sensibilidad a lo que creían eran las necesidades de Dios, el sacerdote y el levita se habían vuelto insensibles a las necesidades de los hombres; y por querer ir siempre más alto en la escala de su religiosidad, al final caen a lo más bajo en humanidad.
En esta parábola Jesús muestra que mientras el sacerdote y el levita, hombres de religión, tenían muchas razones para evadir el deber de la compasión, el samaritano, el hombre sin religión, no tenía ninguna. Claro que ese extraño tuvo que reírse locamente de los ritos de pureza de sacerdotes y escribas. Y por eso tenía los ojos y el corazón abiertos para ver y para hacer la única cosa que Dios y los hombres reclamaban en aquel momento: acercarse al que resultó gravemente herido, sólo porque vio en él un ser humano que necesitaba su intervención. Para Jesús, sólo este hombre que vivía fuera de la religión fue quien mantuvo la calidad de su humanidad y la integridad de la compasión.
La naturaleza explosiva de esta parábola, por tanto, consiste en el hecho de presentar la religión no sólo como una institución incapaz de decirnos quién es y dónde está nuestro vecino, sino también incapaz de realizar actos de compasión y amor desinteresados, sobre los cuales dice justificar su existencia. La parábola presenta al samaritano, es decir, uno que está excluido de la religión oficial, enemigo de la religión, herético sin Dios y expulsado del Templo (para los judíos, el lugar por excelencia de la presencia divina en este mundo), como el que, en realidad, encarna, vive y aplica los requisitos más básicos y sublimes de la religión, como el único que no sólo encuentra el lugar donde Dios está realmente presente entre los hombres, sino también como el único de los personajes de esta parábola, animado por los mismos sentimientos de Dios ( “Dios de compasión, ternura y amor”). Jesús usa la actitud del samaritano (capaz de sentir empatía, compasión y amor, frente a los representantes acreditados de la religión que experimentan indiferencia y desprecio) para, de un lado  condenar, las actitudes alienantes y deshumanizantes de la religión y, por otro, para entender quien es en última instancia, el verdadero “prójimo”.
El próximo no es sólo el que en la vida está cerca de mí, como pretendía el doctor de la Ley que había preguntado a Jesús. Tal como Jesús se expresa aquí, el próximo-prójimo soy yo, cuando salgo de mi ego, cuando me descentro de mí mismo, cuando abandono mis obligaciones, mis convicciones y mis prejuicios, para preocuparme por el otro, para comprometerme en provecho del otro, para aproximarme al otro que, en ese momento, sólo me tiene a mí para salir de su problema, su angustia, su dolor, su desamparo y, quizá también, para sentirse amado y salvado. El prójimo no es el otro, sino soy yo, cuando me acerco al otro, porque he oído su grito, me han movido sus lágrimas, y me ha tocado su desamparo. El prójimo es mi amor que, en lo concreto de la vida, acerco al otro, a fin de que pueda acceder a la energía que necesita para seguir viviendo y ser feliz.
Jesús sugiere que muy a menudo la religión no es capaz de proporcionar a sus seguidores tales actitudes y esta calidad de amor, a pesar de que sus sacerdotes y levitas hagan gárgaras con su convicción de que son los representantes del “amor de Dios”. Aquí Jesús quiere dejar claro que los requisitos de este “amor de Dios” no se realizan en los ritos sagrados del templo, sino fuera, en la vida cotidiana, en el campo de las relaciones interpersonales. Esta parábola sienta las bases para un nuevo concepto de humanidad y un nuevo estilo de relaciones humanas que superan las barreras impuestas por las diferencias de religiones, creencias, cultura y raza.
Aquí Jesús hace salir la religión, del templo, el santuario y las iglesias para colocarla en la vida, en la existencia humana, en la tarea de humanizar nuestro mundo, nuestras vidas, nuestras relaciones con los demás, para producir felicidad, progreso, bienestar, fraternidad y dignidad para todos. Jesús parece decir que si el Dios de la religión no nos sirve para ser mejores personas, ese Dios es inútil y la religión que lo proponga un fraude. Jesús nos enseña que este samaritano, considerado sin Dios y sin ley de Dios, es, en realidad, el único que está cerca de Dios y el único que se encontró con él.
Por último, en esta parábola, Jesús parece decir que hay una ley que importa en la vida: el amor. Por lo tanto, Jesús libera a sus seguidores del peso abrumador y aplastante de otras leyes, otras normas, otras obligaciones. Ofrece una única obligación: amar. Aquí Jesús unifica el amor. Él no dice que hay un amor hacia Dios y amor hacia el prójimo. Sino que hay un solo amor, que tenemos por nuestros compañeros, portadores privilegiados de la presencia de Dios en nuestro mundo.

Bruno Mori

(traducción de Ernesto Baquer )

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