.... Y AMOR SIN RELIGIÓN
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Original francés en: http://brunomori39.blogspot.com.uy/2016/07/un-amour-sans-religion-et-une-religion.html.
La lectura de
los Evangelios, evidencia que Jesús de Nazaret nunca fue un hombre
especialmente “religioso” (en el sentido sociológico tradicional) ni
especialmente “practicante”. Criticó el sistema religioso judío de su tiempo y
sus representantes tanto y tan a menudo como podía, sin pelos en la lengua, con
determinación y con el riesgo de su vida.
La parábola
del buen samaritano que narra el Evangelio de Lucas tiene rastros de ese
conflicto y la hostilidad declarada entre el pensamiento del hombre de Nazaret
y las doctrinas profesadas por las autoridades religiosas de su tiempo. Por
esta razón, en mi opinión, es uno de los textos más subversivos, anticlericales
y antirreligiosos del Nuevo Testamento.
El mensaje que
Jesús quiere transmitir con esta parábola es preocupante para cualquier
seguidor de un sistema religioso. Aquí Jesús busca que comprendamos que no es
necesario pertenecer a una iglesia, una sinagoga y por lo tanto una religión,
para ser una buena persona. Pero tiene la audacia de sugerir que a menudo ser
religioso, practicante, ligado a las normas y creencias de una religión, puede
encerrar a la persona sobre sí misma, en una satisfacción intolerante e
ilusoria de su justicia y santidad delante de Dios, por lo que es ciega e
insensible a las necesidades del mundo a su alrededor y, por lo tanto, incapaz
de compasión y gestos de amor gratuito y desinteresado que lo haría crecer en
humanidad. En otras palabras, Jesús dice aquí, (nos guste o no...!) por ser
demasiado religioso, o como diríamos hoy, por ser más papistas que el Papa, es
muy probable que nos deshumanicemos.
En esta
parábola, el profeta de Nazaret por lo tanto descalifica la religión judía como
forma de humanización y como valiosísimo punto de referencia para establecer
una verdadera relación de amor con Dios y los hombres. Aquí Jesús dice en cada
letra que prefiere el samaritano a los sacerdotes y levitas. Esto significa que
prefiere el que obra mal religiosamente a los practicantes de la piedad; el
pagano que vive fuera del sistema religioso, a los que comen solamente de la
religión; el hereje maldecido por Dios, a los que piensan ser justos y estar en
gracia de Dios. Y como si eso no fuera suficiente, Jesús presenta a este
samaritano, considerado un infiel sin religión, como un modelo para emular.
“¡Ve y actua como él ...! ¡Ve y haz tú lo mismo! “
La parábola de
Jesús se refiere a la necesidad de explicar un concepto forense de “próximo”.
En este texto, Jesús ofrece una nueva idea de prójimo. Pero, al mismo tiempo,
advierte contra la distorsión de la doctrina y la práctica religiosa en sí. Si
había alguien que por deber y caridad debía ayudar al hombre herido y casi
muerto al lado del camino, era el sacerdote y el levita. En realidad eran los
representantes oficiales de la religión judía y el templo; ese templo
considerado el lugar de la presencia del Dios “lleno de compasión, ternura y
bondad” (Sal 25,5; Sal 103,4; Sa.11,23).
Y sin embargo,
estos dos oficiantes del Templo ignoran a los pobres y pasan indiferentes.
¿Cómo explicar ese comportamiento? ¿Por qué tanta insensibilidad? Las razones
son múltiples, y todas conectadas a su función religiosa. Ellos van a Jerusalén
para el servicio litúrgico del templo y no podían llegar tarde. Tenían que
mantenerse plenamente kosher, de acuerdo con los ritos y la ley, es decir con
las manos no sucias, con el fin de lograr un culto y su liturgia bien puros y
responder así a la voluntad de Dios ... Detenerse para rescatar a un extraño
los habría hecho impuros y por lo tanto no aptos para llevar a cabo su sagrada
liturgia.
Así, el papel,
las obligaciones profesionales, las reglas de culto, los prejuicios ideológicos
que se habían acumulado sobre la práctica religiosa con el fin de establecer
una mejor relación con Dios, todo ello se había vuelto más importante que Dios
y que el amor de Dios que debían encarnar en sus vidas. La obsesión por la
lealtad a una ley abstracta, los había hecho ciegos y cerrados al sufrimiento
de la vida real. Al absolutizar su sensibilidad a lo que creían eran las
necesidades de Dios, el sacerdote y el levita se habían vuelto insensibles a
las necesidades de los hombres; y por querer ir siempre más alto en la escala
de su religiosidad, al final caen a lo más bajo en humanidad.
En esta
parábola Jesús muestra que mientras el sacerdote y el levita, hombres de
religión, tenían muchas razones para evadir el deber de la compasión, el
samaritano, el hombre sin religión, no tenía ninguna. Claro que ese extraño
tuvo que reírse locamente de los ritos de pureza de sacerdotes y escribas. Y
por eso tenía los ojos y el corazón abiertos para ver y para hacer la única
cosa que Dios y los hombres reclamaban en aquel momento: acercarse al que
resultó gravemente herido, sólo porque vio en él un ser humano que necesitaba
su intervención. Para Jesús, sólo este hombre que vivía fuera de la religión
fue quien mantuvo la calidad de su humanidad y la integridad de la compasión.
La naturaleza
explosiva de esta parábola, por tanto, consiste en el hecho de presentar la
religión no sólo como una institución incapaz de decirnos quién es y dónde está
nuestro vecino, sino también incapaz de realizar actos de compasión y amor
desinteresados, sobre los cuales dice justificar su existencia. La parábola
presenta al samaritano, es decir, uno que está excluido de la religión oficial,
enemigo de la religión, herético sin Dios y expulsado del Templo (para los
judíos, el lugar por excelencia de la presencia divina en este mundo), como el
que, en realidad, encarna, vive y aplica los requisitos más básicos y sublimes
de la religión, como el único que no sólo encuentra el lugar donde Dios está
realmente presente entre los hombres, sino también como el único de los
personajes de esta parábola, animado por los mismos sentimientos de Dios (
“Dios de compasión, ternura y amor”). Jesús usa la actitud del samaritano
(capaz de sentir empatía, compasión y amor, frente a los representantes
acreditados de la religión que experimentan indiferencia y desprecio) para, de
un lado condenar, las actitudes
alienantes y deshumanizantes de la religión y, por otro, para entender quien es
en última instancia, el verdadero “prójimo”.
El próximo no
es sólo el que en la vida está cerca de mí, como pretendía el doctor de la Ley
que había preguntado a Jesús. Tal como Jesús se expresa aquí, el
próximo-prójimo soy yo, cuando salgo de mi ego, cuando me descentro de mí
mismo, cuando abandono mis obligaciones, mis convicciones y mis prejuicios,
para preocuparme por el otro, para comprometerme en provecho del otro, para
aproximarme al otro que, en ese momento, sólo me tiene a mí para salir de su
problema, su angustia, su dolor, su desamparo y, quizá también, para sentirse
amado y salvado. El prójimo no es el otro, sino soy yo, cuando me acerco al
otro, porque he oído su grito, me han movido sus lágrimas, y me ha tocado su
desamparo. El prójimo es mi amor que, en lo concreto de la vida, acerco al
otro, a fin de que pueda acceder a la energía que necesita para seguir viviendo
y ser feliz.
Jesús sugiere
que muy a menudo la religión no es capaz de proporcionar a sus seguidores tales
actitudes y esta calidad de amor, a pesar de que sus sacerdotes y levitas hagan
gárgaras con su convicción de que son los representantes del “amor de Dios”.
Aquí Jesús quiere dejar claro que los requisitos de este “amor de Dios” no se
realizan en los ritos sagrados del templo, sino fuera, en la vida cotidiana, en
el campo de las relaciones interpersonales. Esta parábola sienta las bases para
un nuevo concepto de humanidad y un nuevo estilo de relaciones humanas que
superan las barreras impuestas por las diferencias de religiones, creencias,
cultura y raza.
Aquí Jesús
hace salir la religión, del templo, el santuario y las iglesias para colocarla
en la vida, en la existencia humana, en la tarea de humanizar nuestro mundo,
nuestras vidas, nuestras relaciones con los demás, para producir felicidad,
progreso, bienestar, fraternidad y dignidad para todos. Jesús parece decir que
si el Dios de la religión no nos sirve para ser mejores personas, ese Dios es
inútil y la religión que lo proponga un fraude. Jesús nos enseña que este
samaritano, considerado sin Dios y sin ley de Dios, es, en realidad, el único
que está cerca de Dios y el único que se encontró con él.
Por último, en
esta parábola, Jesús parece decir que hay una ley que importa en la vida: el
amor. Por lo tanto, Jesús libera a sus seguidores del peso abrumador y
aplastante de otras leyes, otras normas, otras obligaciones. Ofrece una única
obligación: amar. Aquí Jesús unifica el amor. Él no dice que hay un amor hacia
Dios y amor hacia el prójimo. Sino que hay un solo amor, que tenemos por
nuestros compañeros, portadores privilegiados de la presencia de Dios en
nuestro mundo.
Bruno Mori
(traducción de Ernesto Baquer )
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