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Zaqueo, jefe de la oficina de tasas e impuestos de Jericó, colaborador
de los romanos, había conseguido obtener el contrato para cobrar las tasas por
cuenta del invasor romano. Hombre rico, influyente, temido y odiado por sus
subordinados y ciudadanos que lo consideraban un bribón, pero a quienes les
interesaba tratarlo con guante blanco.
Pero si Zaqueo se sentía respetado y temido, ciertamente no era amado.
Había notado que la gente lo evitaba y se escondía a su paso. Zaqueo se sentía
terriblemente solo. Se había dado cuenta
que los dineros no hacen ni dan la felicidad. Había notado además que su
fortuna sólo le había procurado aislamiento, insatisfacción y desánimo. Zaqueo
estaba lleno de dinero, pero vacío de amor.
Entonces, ¿qué hay, ¿qué vale la vida, que no te da tu dinero, si te
falta lo más importante que da sentido y plenitud a tu vida? ¿Para qué sirven
las riquezas si te faltan los bienes más preciosos? ¿Si no eres y no te sientes
querido? Zaqueo era rico en dinero, pero pobre en amor. Zaqueo deseaba más que
nada tener a su alrededor personas que lo quisieran, que lo aceptasen por lo
que era y no por su dinero o por el cargo que tenía. Zaqueo estaba exactamente
en una fase de su vida en la que había adquirido aquella sabiduría, aquella
madurez que le habían hecho descubrir cuáles son los verdaderos valores y las
cosas que cuentan verdaderamente en la vida. Sin que él se diese cuenta, su
corazón había sido trabajado por la gracia de Dios y estaba pronto para
imprimir un vuelco radical a su existencia.
Zaqueo había sentido hablar de Jesús, de ese vagabundo que no tenía
nada, que no pretendía dominar a nadie y al que todos recurrían, rodeaban,
admiraban y amaban. ¿Qué era lo que tenía este hombre para atraer tanto a la
gente? Zaqueo tenía curiosidad de conocerlo, de encontrarlo, de saber quién era
Jesús. Y entonces, un día, Jesús atravesaba la ciudad de Jericó donde vivía
Zaqueo. ¡Una ocasión inesperada para Zaqueo! Finalmente, una buena - piensa
Zaqueo - esta vez no la dejo escapar. Debo conseguir verlo a cualquier costo.
¡Hay que ver lo que hace este hombre, dispuesto a lo que sea con tal de
ver al Señor! Olvida toda su dignidad y respetabilidad y se trepa a un árbol
como un monito. No le importa nada su dignidad, su respetabilidad, ni lo que la
gente pueda pensar de él. Para él, lo que cuenta realmente es ¡ver, encontrar
al Señor!
Zaqueo buscaba saber quién era Jesús; pero Jesús sabía hacía tiempo
quien era Zaqueo. Jesús sabía que Zaqueo, en esta fase de su vida, estaba
pronto para una conversión profunda; pronto para imprimir a su vida una
dirección totalmente diversa de la que llevaba hasta ahora. El Señor sabía que,
sobre aquel árbol, Zaqueo era como un fruto madurado por la gracia y pronto
para ser cosechado por la bondad y la ternura de Dios. Y porque Zaqueo deseaba
intensamente ver y encontrar al Señor, el Señor se le manifestará como si fuese
un amigo de vieja data, un amigo conocido de siempre; entra en casa de Zaqueo y
transforma radicalmente su vida.
El evangelista Lucas cuenta que, al pasar bajo el árbol en el que Zaqueo
se había acurrucado, alza los ojos, lo llama por su nombre y le dice:
"Zaqueo baja pronto, porque - tengo mucha prisa, ganas de verte y gozar de
tu compañía-. Es necesario que hoy me quede yo en tu casa"
¡Y es así que él, y sólo él, el ladrón, el usurero, el pecador público
arrinconado, recibe la visita del Señor! Aquel que todos detestaban y rehuían,
se ve a la vez, buscado, querido y amado. Y al entrar en casa de Zaqueo, el
Señor entra para siempre en su vida. Y desde aquel momento Zaqueo no querrá
separarse del que ha sabido creer en él, en su bondad escondida, que ha sabido
ver las aspiraciones secretas de su corazón y demostrarle tanta atención y
tanto afecto.
Con su comportamiento Jesús demuestra a Zaqueo que Dios escucha siempre
el grito del corazón de aquel, que insatisfecho, busca una vida mejor. Este
episodio quiere hacernos entender que Dios no juzga y no rechaza a nadie; y aún
en el abismo más profundo de la culpa, la degradación y el mal, se puede
esperar que una mano buena y solícita venga a socorrernos. Este relato nos hace
entender que el amor de Dios está siempre asegurado, aun cuando pensemos no
merecerlo más; y que a todos se nos da siempre una segunda oportunidad de un
nuevo comienzo en la vida. Este conmovedor episodio del evangelio quiere
enseñarnos que cuando el Señor se arriesga a entrar en nuestra casa, toda
nuestra existencia se turba y trastorna. Cuando tenemos la fortuna o la gracia de
encontrar al Señor, no podemos vivir más como antes; todos nuestros viejos
esquemas, viejos valores y viejas prioridades se vienen abajo.
¿Ninguno de nosotros, como Zaqueo?
Zaqueo es la imagen emblemática de cada uno de nosotros. Ninguno de
nosotros puede huir de la atención cuidadosa y delicada de Dios. Y felices de
nosotros si nos arriesgamos a descender del árbol de nuestra arrogancia,
nuestro orgullo y nuestra suficiencia para permitirle a Dios llenar el vacío de
nuestro corazón y nuestra vida con la riqueza de su presencia. Entonces
experimentaremos también nosotros, como Zaqueo, la transformación que El es
capaz de operar en nuestra existencia. Que también nosotros, como Zaqueo,
seamos capaces de desembarazarnos de tantas cosas inútiles para darle más
espacio a Dios.
Bruno Mori
(traducción: Ernesto Baquer)
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