.....PARA QUE UNO NUEVO PUEDA APARECER
33o
dom to C
Considerando bueno animar a
los cristianos a leer la Biblia, para nosotros, que vivimos en el siglo XXI,
esto libro resulta difícil, agrio, indigesto y muy a menudo incomprensible. Es
el producto de un pensamiento, una sensibilidad, una cultura, una religiosidad
de otros tiempos, de varios millares de años. Utiliza un vocabulario,
conceptos, imágenes, nombres, situaciones, costumbres de un tiempo totalmente
cumplido y que ha perdido para nosotros hoy su sentido original, su contenido,
su pertinencia, su interés y por lo tanto no somos capaces más de comprender.
Esto no quiere decir que el mensaje espiritual y religioso que la Biblia quiere
transmitirles a los hombres haya caducado y que no sea apropiado a nuestras
necesidades de hoy. Este mensaje que describe la experiencia espiritual de
hombres que han buscado a Dios en el pasado tiene, por el contrario, un valor
universal, porque explicita y traduce una necesidad, una búsqueda, una
aspiración que está en el corazón del hombre de todos los tiempos, y, en
consecuencia, nos concierne y nos toca a nosotros también que vivimos a miles
de años de distancia de estos textos antiguos. Sólo que, para que este mensaje
se nos haga inteligible, hay que reescribirlo en el lenguaje de hoy.
Los cristianos para los que el
evangelista Lucas escribe este texto entre los años 80 y 85, aproximadamente,
salían al paso de tres grandes cuestiones a las que Lucas intenta responder
para tranquilizar a los creyentes. ¿Cuáles eran estas cuestiones que
preocupaban y angustiaban a los primitivos cristianos?
Primera: la desaparición del
templo de Jerusalén (destruido en el año 70 por el ejército romano de Tito) y
de la propia ciudad, seguida por la dispersión del pueblo judío fuera de
Palestina. Era el fin del judaísmo en cuanto religión identificada a un
territorio y un Estado. El Templo de Jerusalén era, con su ciudad, el símbolo
de la alianza de Dios con el pueblo judío; el signo tangible y visible de su
elección, de su benevolencia y de la presencia de Dios en medio del pueblo al
que Dios había jurado protección y fidelidad eternas. ¿Cómo Dios había podido
olvidar sus promesas y abandonar a su suerte una nación que sin embargo había
elegido para ser guía y luz entre todas las naciones de la tierra? ¿Dios sería
infiel? ¿No mantendría sus promesas? ¿Habría castigado a toda una nación porque
sus jefes no reconocieron en Jesús de Nazaret a su enviado y su mesías? ¿Dios
sería tan cruel, rencoroso y sectario, mientas Jesús había enseñado que es un
Padre que ama a todos sin distinción de religión, cultura y raza? Un verdadero
dilema para los adeptos de un movimiento espiritual salido del judaísmo y cuyo
fundador y sus colaboradores más cercanos eran verdaderos judíos.
El segundo punto que
inquietaba a los cristianos de la época de Lucas era la constatación de que,
también ellos, sufrían toda suerte de pruebas y vejámenes. En Palestina eran
odiados, perseguidos, aprisionados y matados por las autoridades religiosas
judías. Fuera de Palestina, perseguidos por las autoridades civiles romanas que
sospechaban de ellos y los acusaban de traición y diferentes crímenes. Sin
hablar de los dramas y cuestionamientos que podían surgir en el seno de una
familia cuando uno de sus miembros se adhería a esta nueva doctrina y se
convertía a esa nueva fe. Si esos primitivos cristianos podían comprender que
Dios hubiera podido abandonar, en cierta manera, a su antiguo pueblo, les
resultaba difícil aceptar que Dios no concediera más atención y protección a su
nuevo pueblo, a esta nueva comunidad que había adherido a Jesús y creído en su
misión de enviado y mesías de Dios.
La tercera cuestión que
angustiaba a los cristianos del tiempo de Lucas era la preocupación por el fin
del mundo. Ese problema inflamaba los espíritus, causaba toda clase de estados
de ánimo que iban desde el pánico a la exaltación. Era una fuente de continuas
discusiones, suposiciones, creación de escenarios rocambolescos y fantásticos,
cada cual más estrambótico. Tanto los judíos (incluido Jesús), como los
cristianos, estaban convencidos que Dios se aprontaba a intervenir de forma
drástica para poner fin a este mundo tal como lo conocemos, para comenzar otro
mejor, aquí o en otra parte.
En su evangelio Lucas
interviene para poner las cosas en su justa perspectiva, para iluminar y
tranquilizar a esos cristianos traumatizados e inquietos, para que pudieran
vivir su fe en paz y serenidad. Y lo hace atribuyendo a Jesús un discurso,
palabras, afirmaciones, con la función de ubicar a sus discípulos en la
confianza en la bondad y el amor de un Dios que no puede desmentirse, aunque
todas las apariencias parezcan lo contrario. Hay que reconocer que las palabras
y exhortaciones que Lucas pone en boca de Jesús en este capítulo 21 de su
evangelio están lejos de ser claras y bien articuladas. Los asuntos y los temas
se cruzan y entremezclan, de forma que es difícil distinguir con claridad de
qué quiere Jesús hablar concretamente.
Si queremos comprender algo,
debemos traducirlo en nuestro lenguaje y nuestra lógica moderna. El mensaje, en
definitiva, es: "Lo que venga... no los espante". También: "No
se apoyen sobre los valores que no son definitivos". El Templo era un buen
ejemplo de ello; restaurado por Herodes, engrandecido, embellecido, cubierto de
dorados, era magnífico; pero también forma parte de ese mundo que pasa... Nada
hay estable en el Universo, pero todo evoluciona hacia una complejidad y un
perfeccionamiento mayor. Y eso a través de catástrofes y cataclismos de una
amplitud y una potencia inimaginables; a través de continuas destrucciones,
transformaciones y cambios. Es necesario que mundos, épocas, eras y partes de
la historia se terminen y mueran para que lo nuevo, lo novedoso, puedan
aparecer. Es la lógica inscrita en la naturaleza de todo lo que existe, y que
es expresión y revelación de la efervescencia de vida que existe en el mismo
Dios "Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá", lo que quiere
decir que todo nuestro ser, cuerpo y alma, está en manos de Dios. Incluso a
través de la muerte, que es en definitivo lo peor que nos puede pasar, estamos
seguros permanecer vivos en la vida de Dios. Y sean cuales sean las persecuciones
y desgracias que suframos a lo largo de nuestra vida, siempre es Dios quien
dirige el baile y encontrará siempre el medio de cumplir sus planes y llevar a
buen fin los destinos de un mundo que ha surgido de su poder y de su amor.
Nuestra actitud, en cuanto
discípulos de Jesús y herederos de su mensaje, debe ser el de la confianza, una
confianza que nadie puede quebrantar: ni catástrofes, ni persecuciones.
En las perturbaciones del
mundo y las pruebas de la vida, sólo una confianza tenaz nos evitará
extraviarnos en el miedo y la desesperación. San Pablo lo dirá a su manera:
"Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni las dominaciones, ni el
presente, ni el futuro, ni los poderes, ni las fuerzas de alturas ni de
profundidades, ni ninguna otra criatura, nada nos podrá separar del amor de
Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8,38s).
Bruno Mori - (traducción: Ernesto Baquer)
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