jeudi 1 décembre 2016

LA PROSTITUTA QUE AMABA A JESÚS - Lc. 7,36 -50

   11°  domingo  to C


Ambigua y provocativa escena, pero de extrema ternura, en que esta mujer de la calle viene a escondidas a casa de Simón el fariseo, ¡para acurrucarse contra los pies de Jesús! Fascinada por ese hombre, necesitaba encontrar una oportunidad para expresar la fuerza abrumadora de sus sentimientos hacia él, desafiando todas las reglas del decoro y sin temer exponerse a los comentarios picantes y lascivos de los invitados.
Veamos un poco más de cerca a esta mujer que ha hecho su oficio de la prostitución. Vive sólo para proporcionar una apariencia de placer y comodidad a los hombres enfermos de amor y faltos de ternura. ¿Que tiene de malo? Le permite obtener los medios de vida y alimentar a los hijos que tuvo con un marido que quizá no vivió lo suficiente para cuidar de su familia. Sin embargo, esta sociedad, compuesta por hombres que secretamente necesitan de ella, la odian abiertamente, la denigran y la demonizan. Estos hombres, que tan fácil y voluntariamente recurren a la buena calidad de sus servicios, son los mismos que inventan e implementan prohibiciones, tabúes, normas, reglas morales y religiosas que la descalifican y condenan.
El drama de esta mujer, y de todas las mujeres como ella, no consiste en el hecho de que comercie con su cuerpo y venda placer, sino que debido a este comportamiento que le permite sobrevivir materialmente, se ve obligada a morir interiormente como ser humano y no contar, en última instancia, para nadie: una mujer sin nombre, sin dignidad, sin respeto, sin honor, sin valor, como un pañuelo salido de la nada, que se utiliza para limpiar la nariz y luego con desprecio se tira a la basura.
La prostituta, de hecho, no hace nada malo y sobre todo no hace daño a nadie. Al contrario, ella es la víctima del mal que la sociedad de los conformistas, los burgueses de bien, puros, justos, obedientes, practicantes religiosos devotos… vierten sobre ella, en una actitud de desprecio y juicio odiosos, que pesa fuertemente en la idea negativa, destructiva y suicida que esta mujer tiene a menudo sobre sí misma.
Es, sin duda, una mujer excepcional con un gran corazón, una sensibilidad extraordinaria, una enorme capacidad de dedicación, abnegación, sacrificio, y un enorme valor. Sí, ¡hay que tener mucho valor y gran amor por el trabajo que hace!
¿El sueño de esta mujer y de todas las mujeres como ella? No sólo ser tolerada. Sino ser aceptada, comprendida, reconocida, valorada, integrada, tratada con consideración, respeto, amabilidad, indulgencia, delicadeza y amor ... porque ella vive de esas actitudes y es lo que querría recibir a cambio.
Creo que la mujer del Evangelio de Lucas que se coló en el comedor donde estaba Jesús, entró allí porque descubrió que Jesús es el hombre en quien se realizaba totalmente su sueño de prostituta. Que por eso quiso cubrirlo de besos y de perfume, desbordantes de reconocimiento, admiración y ternura.
Esta es la primera vez que lo tiene físicamente tan cerca. Pero ya hacía mucho tiempo que este hombre vivía en sus pensamientos y estaba cerca de su corazón. Escondida entre la multitud de sus discípulos, bebió sus palabras, como un elixir de vida. Viendo su comportamiento, su estilo de vida, había sido completamente conquistada por la personalidad del Maestro y la novedad absolutamente liberadora y vigorizante su mensaje. Este hombre que fue capaz de contar la parábola del hijo que se fue y su padre derrochador, y la del Buen Samaritano, que podía decir de sí mismo y anunciar: “Yo no juzgo a nadie. No he venido para juzgar ni condenar. !No juzguen y no serán juzgados! !No condenen y no serán condenados!  !Perdonen y serán perdonados! !Sean misericordiosos y obtendrán misericordia...!” !Este hombre era realmente su hombre!
Para esta mujer, Jesús era el hombre de sus sueños, el hombre que encarnaba y anunciaba el mundo que siempre había soñado y donde quería vivir. Sintió que su casa interior estaba ahora en la casa de él. Vibraba en total consonancia con las armonías de su espíritu. Ella sabía que se habría encontrado definitivamente a sí misma si conseguía reencontrarse totalmente, ante los ojos de aquel que se había convertido en su verdadero y único “señor”.
Y la vemos, a sus pies, ¡que cubre de lágrimas y besos! Está a sus pies porque sabe que puede hacer esos gestos de encanto y seducción y que será totalmente aceptada, comprendida y amada. Era el sueño de una infinita bondad lo que le había dado el valor de presentarse ante él bajo los ojos escandalizados de escribas y fariseos.
Me gusta pensar que la actitud de Jesús fue capaz de cambiar la mirada que tenía ella sobre sí misma y, de cambiar definitivamente la forma de percibir su existencia. Me gusta pensar que después de la reunión con el Maestro, esta mujer se sintió revivir, finalmente aceptada y liberada de cualquier remordimiento y culpabilidad. Me gusta pensar que al contacto con el Señor, esta mujer comprendió que el mal y la culpa con que la incriminaban y culpabilizaban, en realidad no existían ni en el corazón, ni en los hechos, ni en la mente de Dios, sino sólo en su cabeza y en la mente de las personas que la juzgaban y condenaban.
Me gusta pensar que, al contacto con Jesús, comprendió que lo que amargaba y abrumaba su vida, no era tanto su supuesta inmoralidad ni sus supuestos pecados, sino la enorme red de prejuicios, malicia, desprecio y hostilidad que las gentes de bien, alentados por la religión, habían tejido a su alrededor, a fin de arrastrarla para siempre en su caída.
Por último, me gusta pensar que, al contacto con Jesús y su Dios, esa prostituta sabe que puede recuperar su inocencia, su belleza, la dignidad, la libertad y la feminidad; que todas sus faltas desaparecían, revelada al amor de Dios tal como se manifestaba en la vida del hombre que cubrió de besos, sí, desaparecían como la oscuridad desaparece en la noche cuando aparece el sol de la mañana.

Bruno Mori

(traducción de Ernesto Baquer )

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