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Ambigua y
provocativa escena, pero de extrema ternura, en que esta mujer de la calle
viene a escondidas a casa de Simón el fariseo, ¡para acurrucarse contra los
pies de Jesús! Fascinada por ese hombre, necesitaba encontrar una oportunidad
para expresar la fuerza abrumadora de sus sentimientos hacia él, desafiando
todas las reglas del decoro y sin temer exponerse a los comentarios picantes y
lascivos de los invitados.
Veamos un poco
más de cerca a esta mujer que ha hecho su oficio de la prostitución. Vive sólo
para proporcionar una apariencia de placer y comodidad a los hombres enfermos
de amor y faltos de ternura. ¿Que tiene de malo? Le permite obtener los medios
de vida y alimentar a los hijos que tuvo con un marido que quizá no vivió lo
suficiente para cuidar de su familia. Sin embargo, esta sociedad, compuesta por
hombres que secretamente necesitan de ella, la odian abiertamente, la denigran
y la demonizan. Estos hombres, que tan fácil y voluntariamente recurren a la
buena calidad de sus servicios, son los mismos que inventan e implementan
prohibiciones, tabúes, normas, reglas morales y religiosas que la descalifican
y condenan.
El drama de
esta mujer, y de todas las mujeres como ella, no consiste en el hecho de que
comercie con su cuerpo y venda placer, sino que debido a este comportamiento
que le permite sobrevivir materialmente, se ve obligada a morir interiormente
como ser humano y no contar, en última instancia, para nadie: una mujer sin
nombre, sin dignidad, sin respeto, sin honor, sin valor, como un pañuelo salido
de la nada, que se utiliza para limpiar la nariz y luego con desprecio se tira
a la basura.
La prostituta,
de hecho, no hace nada malo y sobre todo no hace daño a nadie. Al contrario,
ella es la víctima del mal que la sociedad de los conformistas, los burgueses
de bien, puros, justos, obedientes, practicantes religiosos devotos… vierten
sobre ella, en una actitud de desprecio y juicio odiosos, que pesa fuertemente
en la idea negativa, destructiva y suicida que esta mujer tiene a menudo sobre
sí misma.
Es, sin duda,
una mujer excepcional con un gran corazón, una sensibilidad extraordinaria, una
enorme capacidad de dedicación, abnegación, sacrificio, y un enorme valor. Sí,
¡hay que tener mucho valor y gran amor por el trabajo que hace!
¿El sueño de
esta mujer y de todas las mujeres como ella? No sólo ser tolerada. Sino ser
aceptada, comprendida, reconocida, valorada, integrada, tratada con
consideración, respeto, amabilidad, indulgencia, delicadeza y amor ... porque
ella vive de esas actitudes y es lo que querría recibir a cambio.
Creo que la
mujer del Evangelio de Lucas que se coló en el comedor donde estaba Jesús,
entró allí porque descubrió que Jesús es el hombre en quien se realizaba
totalmente su sueño de prostituta. Que por eso quiso cubrirlo de besos y de
perfume, desbordantes de reconocimiento, admiración y ternura.
Esta es la
primera vez que lo tiene físicamente tan cerca. Pero ya hacía mucho tiempo que
este hombre vivía en sus pensamientos y estaba cerca de su corazón. Escondida
entre la multitud de sus discípulos, bebió sus palabras, como un elixir de
vida. Viendo su comportamiento, su estilo de vida, había sido completamente
conquistada por la personalidad del Maestro y la novedad absolutamente
liberadora y vigorizante su mensaje. Este hombre que fue capaz de contar la
parábola del hijo que se fue y su padre derrochador, y la del Buen Samaritano,
que podía decir de sí mismo y anunciar: “Yo no juzgo a nadie. No he venido para
juzgar ni condenar. !No juzguen y no serán juzgados! !No condenen y no serán
condenados! !Perdonen y serán
perdonados! !Sean misericordiosos y obtendrán misericordia...!” !Este hombre
era realmente su hombre!
Para esta
mujer, Jesús era el hombre de sus sueños, el hombre que encarnaba y anunciaba
el mundo que siempre había soñado y donde quería vivir. Sintió que su casa
interior estaba ahora en la casa de él. Vibraba en total consonancia con las
armonías de su espíritu. Ella sabía que se habría encontrado definitivamente a
sí misma si conseguía reencontrarse totalmente, ante los ojos de aquel que se
había convertido en su verdadero y único “señor”.
Y la vemos, a
sus pies, ¡que cubre de lágrimas y besos! Está a sus pies porque sabe que puede
hacer esos gestos de encanto y seducción y que será totalmente aceptada,
comprendida y amada. Era el sueño de una infinita bondad lo que le había dado
el valor de presentarse ante él bajo los ojos escandalizados de escribas y
fariseos.
Me gusta
pensar que la actitud de Jesús fue capaz de cambiar la mirada que tenía ella sobre
sí misma y, de cambiar definitivamente la forma de percibir su existencia. Me
gusta pensar que después de la reunión con el Maestro, esta mujer se sintió
revivir, finalmente aceptada y liberada de cualquier remordimiento y
culpabilidad. Me gusta pensar que al contacto con el Señor, esta mujer
comprendió que el mal y la culpa con que la incriminaban y culpabilizaban, en
realidad no existían ni en el corazón, ni en los hechos, ni en la mente de
Dios, sino sólo en su cabeza y en la mente de las personas que la juzgaban y
condenaban.
Me gusta
pensar que, al contacto con Jesús, comprendió que lo que amargaba y abrumaba su
vida, no era tanto su supuesta inmoralidad ni sus supuestos pecados, sino la
enorme red de prejuicios, malicia, desprecio y hostilidad que las gentes de
bien, alentados por la religión, habían tejido a su alrededor, a fin de
arrastrarla para siempre en su caída.
Por último, me
gusta pensar que, al contacto con Jesús y su Dios, esa prostituta sabe que
puede recuperar su inocencia, su belleza, la dignidad, la libertad y la
feminidad; que todas sus faltas desaparecían, revelada al amor de Dios tal como
se manifestaba en la vida del hombre que cubrió de besos, sí, desaparecían como
la oscuridad desaparece en la noche cuando aparece el sol de la mañana.
Bruno Mori
(traducción de
Ernesto Baquer )
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