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El concepto de "fe" ocupa un lugar
privilegiado en el discurso de Jesús de Nazaret. Su significado es bastante
complejo, pero en boca del Maestro este término sirve fundamentalmente para
indicar todas las reacciones interiores que surgen a nivel del corazón, cuando
es conquistado por una persona que nos parece única, extraordinaria, que de
repente influye en el curso de nuestra vida. En los evangelios la palabra
"fe" sirve pues, para describir, ante todo, el asombro del individuo
delante de la cualidad humana de la persona de Jesús de Nazaret y la atracción
y el encanto que siente hacia él. La palabra "fe" significa también
la disposición del discípulo a tener una confianza total en los contenidos
innovadores de la palabra de su Maestro, así como en los valores que propone. Finalmente,
la fe indica la actitud que impulsa al discípulo a vivir su existencia en
conformidad con el proyecto, convicciones, principios y estilo de vida del
Nazareno, para encarnarlos en la sociedad y en el mundo.
Nosotros sabemos que el sueño de Jesús consistía en
construir un mundo más humano, en el que las relaciones entre los hombres no
estuvieran ya regidas por las reglas del poder, la opresión, la explotación y
la violencia, sino por las actitudes más humanas: servicio, compartir, respeto,
igualdad, fraternidad, en una palabra, por las fuerzas del amor. Este Amor, que
para Jesús constituye la substancia o la esencia de la naturaleza de Dios, él
quería que llegara a ser el principio inspirador de toda acción y compromiso
humano en el mundo, a fin de instaurar lo que él llamaba el "Reino de
Dios" en la tierra. Jesús veía el secreto de una progresión y un
perfeccionamiento siempre más grande de la raza humana, en la implementación y
la difusión universal de las fuerzas del amor. Dicho en lenguaje moderno: para
Jesús la capacidad humana de amar es la única fuerza capaz de hacer evolucionar
positivamente nuestro mundo hacia una realización siempre más perfecta, amasada
con la substancia de Dios.
Eso significa entonces que para Jesús tener fe
equivale a dejarse conducir por las mismas dinámicas que están en el origen del
actuar de Dios en el Universo y que, por la fe, se manifiestan y actúan en el
humano como "energías amables" hechas de bondad, compasión,
benevolencia, ternura, respeto, cuidado, compartir y amar. Para Jesús, son las
personas que, como él, están movidas por esas actitudes amorosas, quienes
tienen fe y actúan como verdaderos hijos de Dios.
De ahí por qué Jesús dirá a propósito del centurión
romano que le pide ir a curar a su esclavo moribundo: "¡Jamás he
encontrado tanta fe en Israel!". La fe a que alude Jesús, es el afán
tierno y afectuoso de ese soldado pagano que se preocupa de la salud del que
sólo era su esclavo, pero que amaba como su hijo.
De ahí por qué cada vez que Jesús, en un gesto de
compasión y ternura, se vuelca sobre la enfermedad, el sufrimiento y la
desgracia humanas, pide siempre y primero a sus beneficiarios "tener
fe", es decir, que interioricen su gesto (de Jesús) de piedad y de bondad
para hacerlo.
De ahí por qué en este texto del evangelio de Lucas
(17,5-10) los discípulos piden a Jesús aumentar su fe. Viendo actuar a su
Maestro, se dan cuenta, por una parte, cuán lejos están de adherirse a su
mensaje, y por otra, cuán lejos están aún de interiorizar sus sentimientos y
vivir su estilo de vida, totalmente entregado al servicio amoroso de Dios y de
sus hermanos humanos.
Y Jesús les responde que, si fueran simplemente algo
más receptivos a su enseñanza, si tuvieran simplemente un poco más de amor, si
estuvieran simplemente un poco menos centrados en sí mismos y un poco más
abiertos y atentos a los demás, podrían mover montañas, realizar maravillas en
su entorno. Porque algo más de amor en el corazón de cada uno puede hacer toda
la diferencia entre un mundo habitable y un mundo inhabitable. Un poco más de
amor en el corazón de cada uno puede constituir una fuerza inmensa de
transformación y renovación capaz de barrer gran parte de las desgracias e injusticias
de la faz de la tierra. Justo un granito más de esa "fe", dice Jesús
- y los discípulos tendrían a su disposición la fuerza de Dios que cambia el
mundo.
Desgraciadamente, hay que admitir que la enseñanza
religiosa que hemos recibido en la iglesia a lo largo de nuestra educación
cristiana (catequesis, predicación…) nos ha inculcado otra muy distinta noción
de fe. Si para Jesús la fe consistía en gestos desinteresados del amor que se
despliega sin reservas al servicio de los otros (sobre todo si son débiles,
pobres y vulnerables); si en los Evangelios la fe es sinónimo de elección,
libertad, coraje, compromiso, voluntad de calcar nuestra propia vida sobre la
del Maestro; si para Jesús la fe es sobre todo una cuestión de corazón y de
pasión… para la enseñanza católica se convirtió en un árido ejercicio
intelectual que debe conducir al creyente a aceptar, sin discutir y sin dudar,
toda una serie de afirmaciones doctrinales y dogmáticas que el magisterio
oficial declara inspiradas por Dios y en consecuencia necesarias y obligatorias
para la salvación.
Evidentemente, esta fe que podríamos llamar
"eclesial" está lejos de ser una fe que transforme la vida de las
personas y que mejore la calidad del mundo, al poner en marcha los valores que
nos dejó Jesús. Esta fe eclesial está constituida por un sistema de fórmulas
abstractas, comparable a una "contraseña" que debemos memorizar y
guardar siempre en la memoria para poder entrar en el programa católico donde
accederemos a todo lo necesario para construir nuestra "justicia" y
santidad y para sentirnos en paz con nuestra conciencia, nuestra Iglesia y
nuestro Dios.
Este tipo de fe es esencialmente un fenómeno
cerebral que puede existir en el espíritu de una persona sin afectar lo más
mínimo su corazón, su comportamiento cotidiano, ni la situación del mundo
exterior a su alrededor. Es una fe únicamente decorativa y signo de
identificación de un miembro dentro de un sistema religioso, cuya única ventaja
es que el miembro obtenga la tranquilidad de pertenecer a una comunidad de
elegidos, en la que encuentra todos los medios de su salvación y la garantía de
tener acceso a la plenitud y el "esplendor" de la verdad (Papa Juan
Pablo II).
Según esta fe eclesial, lo que salva al cristiano no
es su adhesión a la enseñanza de Jesús, sino su adhesión a la enseñanza de la
Iglesia. Según esta fe, incluso si el mundo está devastado por la codicia
humana; incluso si las relaciones entre pueblos y naciones naufragan en el caos
de la injusticia, la intolerancia, el odio y la violencia, esta fe eclesial
permite a los cristianos quedarse de brazos cruzados y ocuparse tranquilamente
de sus asuntillos, siempre que sean creyentes sometidos a la autoridad del papa
y que conserven inquebrantable su fe en los dogmas del pecado original, la Santísima
Trinidad, la Encarnación de Dios, la Inmaculada virginidad de María y su
Asunción corporal al cielo, la transubstanciación y la infalibilidad del Papa…
([1]Nota
del traductor)
Cuando vemos qué fe exige la Iglesia de sus fieles,
nos damos cuenta que esa fe, al ser una actitud sólo intelectual, es también un
fenómeno totalmente estéril, que incluso arrastre frecuentemente consecuencias
nefastas. En efecto, esta fe puede existir sin tener ningún impacto sobre las
opciones fundamentales de la persona, sobre su comportamiento y sobre la
situación del mundo. Por ejemplo, la indiscutible adhesión de Carlomagno a
todos los artículos de fe formulados en el Credo de Nicea-Constantinopla, no le
impidió hacer decapitar tranquilamente, en nombre de esa misma fe, en el año
782, en Verden (actual Alemania), cuatro mil quinientos sajones en un solo día.
Algo semejante, la fe del papa Alejandro II en las
afirmaciones dogmáticas de ese mismo Credo, no le impidió, en 1963, escribir al
arzobispo de Narbona que no era pecado derramar la sangre de los infieles ni
participar en una guerra útil a los intereses de la Iglesia, y que acciones así
eran tan loables y meritorias como la limosna y la peregrinación.
Pienso que los cristianos modernos debemos relativizar
mucho la necesidad de adherirnos a esta fe "eclesial" exigida por las
autoridades religiosas y cuyo indigesto compendio continúa siendo propuesto en
las diferentes formulaciones del "Credo" proclamado en cada
eucaristía dominical.
Pienso que los cristianos de nuestros días debemos
más bien dejarnos guiar por la reacción amorosa y maravillada que el encuentro
con la persona y la palabra de Jesús de Nazaret suscita en nuestro corazón. Eso
hará de nosotros cristianos más verdaderos, libres, independientes, críticos,
adultos, y ciertamente, más comprometidos en traspasar el espíritu de amor del
Maestro de Nazaret en lo concreto de nuestra vida y en el mundo en el cual
actuamos.
El texto de Lucas que se presenta a nuestra
consideración nos interpela seriamente sobre la naturaleza y la cualidad de
nuestra fe.
Pienso que es fácil comprender que, en cuanto
discípulos de Jesús, debemos dejarnos modelar por sus valores y tener fe en la
posibilidad de cambiarnos y de cambiar el mundo en virtud de las fuerzas del
amor. Porque una fe que no nos hace más humanos a los creyentes, y que no
transforma el mundo, es una fe completamente inútil. Pienso que,
fundamentalmente, la fe es el producto de dos amores que se buscan y, al
encontrarse, estallan en miles de fuegos que abrasan y transforman, cambian la
vida de los amantes para siempre jamás. Cuando, en el amor, podamos decir de
una persona que tiene toda nuestra confianza, o que nuestra fe en ella es
total, eso significa que esa persona ha llegado a ser realmente importante para
nosotros. Significa que ocupa un gran lugar en nuestro corazón; que en adelante
forma parte de nuestra vida a la que marca para siempre jamás con la
fascinación que se desprende de su sola presencia.
El Maestro de
Nazaret ejerció ese tipo de atracción sobre las personas que lo trataban. Me
gusta pensar que sin duda, a causa de ello, la fe y la confianza que sus
discípulos le tenían, los transformó radicalmente en individuos nuevos, capaces
de desplazar montañas.
En cuanto a
nosotros, los nuevos discípulos del siglo XXI, ¿qué pasa con nuestra fe?
Bruno Mori
(traducción: Ernesto Baquer)
[1] Nota del traductor: Llama poderosamente la atención
todas las modernas investigaciones sobre la Palabra de Dios realizadas para
tratar de comprender más y mejor lo central de su mensaje: el género literario
de los textos, su vocabulario, su entorno histórico, etc. ¿Por qué no aplicamos
lo mismo a los Santos Padres, los Sínodos, los Concilios, los Pontífices…? Eso
nos haría centrarnos en lo más esencial y actual para nuestro tiempo, sin
perdernos en detalles que nos distraen.
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